FRANCISCO ORTIZ TORRES
(Santiesteban del Puerto,
Jaén, 1919 — Perpignan, Francia, 2013)
Con la muerte de Francisco Ortiz
Torres el pasado 4 de julio en su domicilio
de Perpignan (Francia), se va extinguiendo definitivamente la
voz de los testigos directos que sufrieron los campos de
concentración nazis.
Lo lastimoso de estas irreparables pérdidas es que se pierde para siempre la posibilidad de un reconocimiento social importante en vida —que en la mayoría de los casos no se ha hecho— y de hacer pedagogía a partir de sus últimas acciones: Francisco Ortiz, a pesar de su avanzada edad, se despalzaba año tras año al campo de Mautahsuen para conmemorar su liberación en el mes de mayo. Su sola presencia física en aquel lugar constituye un gesto de admirable nobleza en cuanto que está apelando a uno de los imperativos que ha marcado su existencia: recordar a tantos compañeros torturados y asesinados y reafirmar una condición de antifascista que hoy día, desgraciadamente, adquiere mayor relevancia ante el avance y consolidación por toda Europa de partidos y movimientos ultraderechistas, cuando no abiertamente neonazis, que espolean el fanatismo y la intolerancia con proclamas racistas, xenófobas y homófobas. Además, Francisco, junto a otros supervivientes, se mostraba plenamente dispuesto a testimoniar sus vivencias, especialmente a los más jóvenes, los llamados a coger el testigo de estos hombres que arrastran en sus espaldas una extraordinaria biografía que nunca debiera perderse por los sumideros de la historia. Y es que la historia de los republicanos andaluces y españoles que hicieron la guerra de España, sufrieron el exilio y fueron deportados a los campos de exterminio de la Alemania nazi sigue siendo inédita todavía, a pesar de los avances en los últimos años, para buena parte de la población que no imagina que en aquellos recintos ideados para degradar la condición humana, además de judíos, había gente que hablaba con acento andaluz y soñaban cada día con su tierra. Una tierra de pueblos, ciudades y aldeas que abandonaron de forma precipitada, siendo todavía muy jóvenes, precisamente, por querer hacerla más libre y habitable rompiendo con siglos de sometimiento, de injusticia y de iniquidades.
Lo lastimoso de estas irreparables pérdidas es que se pierde para siempre la posibilidad de un reconocimiento social importante en vida —que en la mayoría de los casos no se ha hecho— y de hacer pedagogía a partir de sus últimas acciones: Francisco Ortiz, a pesar de su avanzada edad, se despalzaba año tras año al campo de Mautahsuen para conmemorar su liberación en el mes de mayo. Su sola presencia física en aquel lugar constituye un gesto de admirable nobleza en cuanto que está apelando a uno de los imperativos que ha marcado su existencia: recordar a tantos compañeros torturados y asesinados y reafirmar una condición de antifascista que hoy día, desgraciadamente, adquiere mayor relevancia ante el avance y consolidación por toda Europa de partidos y movimientos ultraderechistas, cuando no abiertamente neonazis, que espolean el fanatismo y la intolerancia con proclamas racistas, xenófobas y homófobas. Además, Francisco, junto a otros supervivientes, se mostraba plenamente dispuesto a testimoniar sus vivencias, especialmente a los más jóvenes, los llamados a coger el testigo de estos hombres que arrastran en sus espaldas una extraordinaria biografía que nunca debiera perderse por los sumideros de la historia. Y es que la historia de los republicanos andaluces y españoles que hicieron la guerra de España, sufrieron el exilio y fueron deportados a los campos de exterminio de la Alemania nazi sigue siendo inédita todavía, a pesar de los avances en los últimos años, para buena parte de la población que no imagina que en aquellos recintos ideados para degradar la condición humana, además de judíos, había gente que hablaba con acento andaluz y soñaban cada día con su tierra. Una tierra de pueblos, ciudades y aldeas que abandonaron de forma precipitada, siendo todavía muy jóvenes, precisamente, por querer hacerla más libre y habitable rompiendo con siglos de sometimiento, de injusticia y de iniquidades.