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viernes, 8 de diciembre de 2017

Patriotismo republicano en una España plurinacional


Artículo publicado en Rebelión 


Patriotismo republicano en una España plurinacional

La visión uninacional que se impuso tras la guerra civil y que permaneció con la restauración borbónica sigue contando con el apoyo de las fuerzas políticas que sostienen el régimen del 78. Los símbolos de aquel modelo de España también concitan apoyos importantes entre la población. Pero no por ello deja de mostrar cierto declive y desafección en los territorios periféricos y entre sectores de la población que ya no entienden muy bien qué se está haciendo con la comunidad en la que viven y qué España debe proyectarse hacia el futuro.

En efecto, a la crisis territorial evidenciada ahora con el conflicto catalán se ha unido el importante incremento de las desigualdades sociales –que sitúan a España con el mayor índice de Europa- y la pérdida de soberanía en favor de instituciones europeas o como consecuencia de la firma de tratados internacionales como el CETA (u otros, como sucederá con el TTIP). Además, las políticas de ajuste y el adelgazamiento de los servicios públicos, debilitando el ya insuficiente Estado del bienestar, la pérdida de calidad del trabajo asalariado unido a la importante fuga de capitales hacia paraísos fiscales protagonizado por las élites,  nos devuelve la pregunta –una vez más- que ya inquietaba a finales del XIX: ¿qué es España?

No es suficiente apelar a los símbolos tradicionales y la religión tampoco otorga ahora el papel conformador en lo ideológico que ha servido desde el 39. A pesar de la euforia del momento expresado en el rechazo al secesionismo, el problema sigue estando presente y vivido con preocupación. Las propuestas sobre el modelo de país que se necesita tendrán que replantearse si se quiere entrar en un horizonte de futuro que la ciudadanía asuma como un proyecto propio.

Las corrientes conservadoras y liberales (PP, C´s y, en lo fundamental, también el PSOE), no ofrecen más perspectiva que el mantenimiento del statu quo económico y político que ha interesado a las élites (el régimen del 78) y la inserción en el proceso de unificación –globalización- económica de los mercados y la cesión de soberanía en favor de ellos. Así, las instituciones políticas del Estado solo le interesan como garantes del funcionamiento del sistema. Para ello, además, incrementan el control ideológico y represivo en todos los ámbitos de la vida social (incluidas la redes), sustentado también desde la práctica totalidad de los medios de comunicación.

En esta situación, el republicanismo democrático puede tener una importancia decisiva en la reconfiguración del Estado y del sentido de pertenencia de la ciudadanía. Los pensadores de esta corriente filosófico-política han propuesto la configuración del Estado sobre la base de tres grandes ideas, que difieren de las defendidas por el liberalismo: la noción de libertad como autodeterminación, la importancia de las virtudes cívicas y una defensa de la democracia como participación y compromiso ciudadano.

El sentido republicano de la libertad no es el sentido negativo que le otorga el liberalismo, que lo reduce solo a la no interferencia del Estado o de otros en el ejercicio de los derechos individuales; sino que, al contrario, para el republicanismo, la libertad necesita de la ley, de la regulación estatal que favorezca la independencia y la capacidad decisoria en los ámbitos económicos, civiles y políticos de toda la ciudadanía. Es la libertad entendida como no dependencia de relaciones serviles, patrocinios o de relaciones de dominio personal o estructural; libertad como autodeterminación. El Estado, en consecuencia,  tiene que establecer los dispositivos institucionales y legales necesarios que garanticen a la ciudadanía los derechos elementales a la existencia, a la seguridad y la independencia civil. En la actualidad, la implantación de una Renta Básica Universal se adecuaría plenamente a estos objetivos. Esta defensa de la libertad que hace el republicanismo democrático tiene una doble dimensión: libertad real de los individuos amparada en el marco del Estado, y también la libertad del Estado frente a otros poderes (económico-financieros, de las élites, religiosos, grupos de presión, etc.) y a la injerencia de otros Estados u organismos supraestatales.

La libertad republicana fue planteada en la Grecia clásica con las reformas constitucionales de Efialtes-Pericles y también propuesta durante el periodo plebeyo de la Republica romana. Reapareció, más tarde, en el Renacimiento y tuvo especial importancia en el constitucionalismo norteamericano (Madison, Jefferson…) y en la Ilustración europea (Rousseau, Kant, Robespierre, Marat…, hasta en el propio K. Marx), donde ocupó  un lugar central en los planteamientos de la filosofía política y con notables diferencias respecto a  la visión liberal (Hobbes, Locke, Constant…). Finalmente, el concepto liberal de libertad, ya en el siglo XIX, acabaría siendo hegemónico. Pero lo que se mostrado  desde entonces, es que el modelo liberal de libertad, centrado en la protección de los derechos individuales y contrario a la intervención del Estado en la sociedad civil, ha generado que, consecuencia de la libre competencia, minorías poderosas se impongan sobre el resto para hacer prevalecer su voluntad y sus intereses; por lo que la autonomía que permite la independencia económica  ha sido y es un privilegio de minoritarios sectores de población. Para las mayorías (mujeres, empleados, migrantes, personas sin empleo o en situación de pobreza, etc.)se ha tornado en una práctica difícil poder evitar la intromisión y las relaciones de dependencia o subordinación. Para ellas, la libertad es un ejercicio limitado.

El segundo aspecto que hemos señalado como propio del republicanismo democrático es la promoción de las virtudes cívicas. No se trata de que el Estado promueva ninguna concepción del bien ni que oriente en un modelo determinado de vida moral. Se trata de fomentar virtudes relacionadas con la justicia y la fraternidad, las que puede aceptar cualquier ser racional que sea imparcial. El republicanismo defiende la necesidad de ciudadanos comprometidos con su comunidad, que puedan participar activamente en política y corresponsabilizarse de las obligaciones que ello comporta. Para hacer factible el ejercicio de las virtudes cívicas, como el republicanismo ha propuesto, es condición previa la independencia económica y civil que permite la formación de opinión y la  libre participación en los procesos de deliberación y toma de decisiones. Y para una corresponsabilidad equitativa y libremente asumida con las obligaciones de la comunidad, se hace también necesario que el Estado funcione con un sistema fiscal justo.

Respecto a qué se entiende por democracia, el autogobierno de la comunidad, a lo que tanta importancia concedieron los pensadores republicanos, no es suficiente con los mecanismos de representación. La democracia tiene que fortalecerse profundizando en la participación e introduciendo fórmulas de democracia directa. En la actualidad, dada la complejidad y pluralidad de nuestra sociedad, se hace necesario, para el acercamiento y la toma de decisiones por la ciudadanía, la descentralización del Estado, fortaleciendo –entre otras- las instituciones municipales y las territoriales de las naciones y pueblos que integran el Estado.  Esta descentralización tiene que ir acompañada de otras medidas jurídico-legales que fortalezcan la participación y la democracia. Entre ellas, un sistema proporcional justo y aquellas que aproximen al representante –en cualquier instancia- con el representado, como la rendición de cuentas, la revocabilidad de cargos en caso de incumplimientos, la rotación y desprofesionalización política, incluyendo topes salariales para cargos públicos (más ajustados a la realidad socioeconómica del representado) y la eliminación de privilegios económicos y jurídicos,  así como la inhabilitación para cargo público ante cualquier tipo de corruptela. Las formas de democracia directa hoy pueden verse favorecidas por el establecimiento de referéndums vinculantes y formas de teledemocracia. También tendría que incluirse la obligatoriedad de consultas previas a las instituciones y mecanismo de coordinación social que componen la sociedad civil y la apertura de procesos deliberativos participativos.

En los planteamientos del republicanismo se produjeron confluencias y también diferencias en otros temas, pero fueron estos tres señalados los que se abordaron con mayor intensidad por el republicanismo democrático (o plebeyo) en particular y que hoy tienen plena actualidad.

Más allá de apelaciones a símbolos que hoy todavía remiten en gran medida al pasado y a una visión uninacional, y a la que algunos se aferran para tapar otros intereses, los símbolos (los que sean, todos) tienen que identificar a la patria republicana, que es la gente, la patria donde todas las personas pueden ejercer la ciudadanía como personas libres, la del respeto a la diversidad y a la fraternidad entre los pueblos y naciones, la de la justicia de sus normas. Esa España, con una ciudadanía comprometida, es la España policéntrica que tenemos que construir.


Francisco del Río Sánchez
Profesor de filosofía




sábado, 16 de septiembre de 2017

La crítica a la noción liberal de libertad desde el pensamiento republicano actual (III).


La crítica a la noción liberal de libertad de Philip Pettit



Philip Pettit, al igual que Skinner, identifica como similares los criterios de Constant y Berlin, tanto en lo que respecta a la libertad negativa como a la libertad positiva. Libertad negativa sería aquella en la que el individuo se encuentra libre de interferencias de otros para perseguir actividades que, inserto en una cultura apropiada, es capaz de alcanzar sin la ayuda de otros, mientras que la libertad positiva (de los antiguos, en Constant), la define como participación en la autodeterminación colectiva de la comunidad[i]. El liberalismo se ha ‘preocupado por la libertad negativa; constituyendo una doctrina según la cual el Estado debería adoptar la forma que permita que la libertad negativa sea respetada o realizada al máximo dentro de la sociedad.

A Pettit le parece objetable la forma en que el liberalismo entiende la libertad, fundamentalmente, por dos cuestiones. En primer lugar, porque si un liberal se preocupa por la libertad como no interferencia, verá la ley en sí misma como una forma de invasión de la libertad, y que esta solo podrá estar justificada por las agresiones que previene o para inhibir otras interferencias. Para el liberalismo, por tanto, la ley es contemplada como una invasión de la libertad.

Pero Pettit añade una segunda cuestión. Una persona sometida a esclavitud pudiera no sufrir interferencia de su amo, pero no con eso ese sujeto goza de libertad. En general, la no interferencia no evita que se pueda estar sometido a la voluntad arbitraria de otro, o vivir a merced de otro. Por otro lado, la no interferencia tampoco da cuenta de determinadas obligaciones, como pagar impuestos al Estado sin que los inspectores interfieran a voluntad..

El problema del liberalismo es que ha retomado la formulación de Hobbes de la libertad negativa, como no interferencia y no coerción de la ley, olvidando aspectos sustanciales presentes tanto en Roma como en el propio Maquiavelo. En Roma, donde Pettit sitúa el inicio del enfoque republicano, se trataba de preservar al ciudadano de la esclavitud o la dominación, no contra la no interferencia. Y Maquiavelo también planteaba la oposición entre libertad y servidumbre, considerando la sujeción a la tiranía y a la colonización como formas de esclavitud. Y según Pettit, esto ha sido una constante en la tradición republicana, considerando como el gran mal  la exposición a la voluntad arbitraria de otro, o vivir a merced de otro[ii].

Respecto a la ley, lejos de ser considerada una interferencia, son las leyes quienes crean la libertad de la que disfrutan los ciudadanos. Así, en Roma, ciudadano es aquel que goza de la protección jurídica otorgada por las leyes y las instituciones, por lo que el aspecto básico de la civitas es el Estado de derecho. Esta visión republicana, según la cual las leyes crean la libertad del pueblo, tiene sentido si se considera la libertad como no dominación; es decir, si la leyes pueden proteger al pueblo de la dominación sin que introduzcan ninguna nueva fuerza dominante. En el republicanismo, ciudadanía y libertad serían equivalente, y el reto según Pettit, sería mostrar hasta qué punto las instituciones del mundo real pueden materializar los ideales de democracia y libertad convirtiéndolos en rasgos de la vida social.





[i] Liberalismo y republicanismo. En Nuevas ideas republicanas. Op. cit
[ii] Liberalismo y republicanismo. En Nuevas ideas republicanas. Op. cit


Francisco del Río Sánchez
Profesor de Filosofía

domingo, 27 de agosto de 2017

La crítica a la noción liberal de libertad desde el pensamiento republicano actual (II).


La crítica a la noción liberal de libertad de Quentin Skinner

I. Berlin sostenía, en su ensayo “Dos conceptos de libertad”[i], que la libertad negativa “se expresa como la exigencia directa del mayor grado de no interferencia compatible con el mínimo de requisitos necesarios para la vida social”. Para Skinner, este sentido negativo de libertad -antes de que fuera definido por I. Berlin- se encontraba en la tradición liberal desde Hobbes, Betham, Locke. Para dicha tradición, según Skinner, “la presencia de la libertad está marcada por la ausencia de alguna otra cosa; específicamente, por la ausencia de cierto grado de coerción que le impida al agente ser capaz de actuar en pos de sus propios fines, ser capaz de buscar distintas opciones, o al menos ser capaz de elegir entre diversas alternativas”[ii]. Desde entonces, el debate entre los partidarios de esta concepción negativa de la libertad giraría en torno a quiénes se consideran agentes, qué se considerarán como impedimentos, o qué libertades debe gozar el agente para ser considerado libre. A Skinner le parece claramente  insuficiente. Principalmente por el rechazo entre los seguidores de esta tradición de dos tesis sobre la libertad política: la primera de las tesis es la que relaciona la libertad con el autogobierno. Como sostiene CH. Taylor “solo podemos ser libres en una sociedad con cierta forma canónica que incorpore la noción de un autogobierno”[iii] y, en consecuencia, una vida dedicada al servicio público y al cultivo de las virtudes cívicas necesarias para participar en la vida política. La segunda tesis establece que tal vez deban obligarnos a ser libres, vinculando la libertad individual con los conceptos de restricción y coerción; es decir, que el cumplimiento de los deberes públicos sería indispensable para conservar nuestra propia libertad.

Aunque para los partidarios modernos de la libertad negativa ninguno de estos argumentos se relacionan con la libertad, pues entienden que la libertad social o de acción debe depender de la capacidad propia para maximizar el área dentro de la cual puede reclamarse inmunidad, incluido a prestar servicios a la comunidad, a Skinner  le parece un rechazo apresurado y poco convincente; como lo es la otra alternativa que Berlin denominaba libertad positiva. Según este sentido, se trataría de que el sujeto pueda tener el control sobre su propia vida y sus propias decisiones, que no dependa de fuerzas exteriores y relaciones de subordinación y que asuma un proyecto moral para toda la comunidad. Es decir, el autogobierno en general y como poder de participación directa en el poder soberano. Esto supondría en la práctica que se obligue al agente a que persiga determinados objetivos o fines. Y, como Berlin pretende demostrar, habría desembocado en diferentes formas de totalitarismo.

Volviendo entonces al sentido negativo de libertad, si el liberalismo rechaza las paradojas antes expuestas, como sucede con los autores contemporáneos, su concepto de libertad queda reducido a aquellos aspectos relacionados con el interés personal y los derechos individuales, vaciando de contenido el espacio público. En definitiva, es una sociedad basada exclusivamente en la mano invisible y en la que la fuerza o la amenaza de fuerza es la única constricción que interfiere con la libertad de los individuos. Pero el liberalismo olvida una diferencia importante entre lo que es sufrir una constricción y estar en una situación de dependencia. Si la no interferencia queda reducida a evitar que alguien, si quiere, pueda constreñir a otros a hacer lo que no quieren hacer, o a impedir lo que querrían hacer y tienen capacidad para hacerlo, la dependencia o ser dependientes es vivir en condiciones tales en las que alguien puede, si quiere, obligar a quien se encentra en dicha situación a hacer algo que no quiere hacer o impedir que pueda hacer lo que querría hacer y tiene capacidad para ello. Ser libres, entonces, para Skinner, no solo es no estar constreñidos, sino también no ser dependientes de la voluntad arbitraria de otros individuos.

Así, además, fue entendido por el republicanismo neorromano,  tradición de pensamiento que, plantea Skinner, en la que pueden conciliarse las dos paradojas con una teoría negativa de la  libertad. Desde esta tradición se relaciona libertad social con autogobierno y en consecuencia vinculan la idea de libertad personal con la de servicio público virtuoso; por lo que ”tal vez deban obligarnos a cultivar las virtudes cívicas, y en consecuencia el disfrute de nuestra libertad personal debe ser el producto de la coerción y la restricción”[iv]; es decir, estar sometida a los poderes coercitivos de la ley.

En definitiva, para Skinner la superación del liberalismo sin aceptar el sentido positivo de libertad sería una teoría según la cual si se desea maximizar la propia libertad individual, es necesario hacerse cargo del espacio público y la partición política, con medidas de control sobre los representantes; es decir, mejorando la calidad de la democracia. Como señalaba la visión republicana: “a menos que pongamos nuestros deberes por delante de nuestros derechos, debemos esperar un cercenamiento de estos últimos.”[v]




[i] Berlin, I. (1969/1993) Cuatro ensayos sobre la libertad. Alianza Editorial. Madrid.
[ii] Las paradojas de la libertad de la libertad política (Q. Skinner). En Nuevas ideas republicanas. Ovejero, Gorgorella y Martí (2004).
[iii] Skinner toma esta cita de Charles Taylor en Las paradojas de la libertad política. Op. cit.
[iv] Las paradojas de la libertad política. Op. cit.
[v] Las paradojas de la libertad política. Op. cit.

Francisco del Río Sánchez
Profesor de Filosofía

jueves, 10 de agosto de 2017

La crítica a la noción liberal de libertad desde el pensamiento republicano actual (I).



Introducción


Los estudios recientes sobre el republicanismo han mostrado cierta confluencia en torno a tres ideas presentes en dicha tradición filosófico-política: la crítica a la noción liberal de libertad, la importancia de las virtudes cívicas y una defensa de la democracia como participación y compromiso ciudadano.

En este primer trabajo voy a centrarme en la crítica a la noción liberal de libertad tal como ha sido formulada por los más reputados comentaristas republicanos. Entre ellos también se producen matices diferentes en dicha crítica y que intentaré contrastar con la libertad republicana que el republicanismo democrático ha defendido.

Aclaro que entiendo por republicanismo democrático aquella línea de pensamiento republicano que trata de incluir a toda la comunidad en el ejercicio de la ciudadanía y de las libertades frente a otra concepción republicana más preocupada por la participación política de aquellos sectores de población que reúnen las condiciones económicas adecuadas para ejercer la ciudadanía y la libertad política. Ambas coincidirían en la  importancia del valor de las virtudes cívicas y el autogobierno de la comunidad. Así, dos líneas de pensamiento –no siempre bien delimitadas- se abrirían en el republicanismo. Aparecen ya representadas en la Grecia clásica en las propuestas de Efialtes-Pericles, notoriamente diferentes a las defendidas por Aristóteles, o en la Roma republicana, donde plebeyos y patricios -también Catilina y Cicerón- mantuvieron concepciones republicanas enfrentadas. El republicanismo, con estas diferencias, reaparece en el Renacimiento, en el constitucionalismo americano y en la Ilustración europea.[i]

En el reverdecer de los estudios acerca del republicanismo que se ha producido en la actualidad, no siempre se ha tenido en cuenta esta singularidad. Probablemente se haya debido al intento de encontrar nexos comunes a toda la tradición republicana, con los que enfrentar al pensamiento liberal, el que no se haya diferenciado entre las dos líneas de pensamiento republicano.

Entre los más conocidos estudiosos del republicanismo se encuentran J. G. A. Pocok, Q. Skinner, P. Pettit, M. Sandel, J. Habermas y otros, como las contribuciones de V. Parijs. Ellos analizaron como una de las ideas centrales del republicanismo la idea de libertad en clara oposición a la representada por el liberalismo. En general entienden como noción liberal de libertad aquella que ha sido  planteada como no interferencia o, también, libertad negativa, tal como había sido popularizada por I. Berlin en los años 60, pero que ya se encontraba presente en Benjamin Constant a principios del XIX, aunque la denominase libertad individual o libertad de los modernos, por oposición a la libertad política o libertad de los antiguos.



[i] Véase el excelente estudio de A. Doménech “El eclipse de la fraternidad”.


Francisco del Río Sánchez
Profesor de Filosofía

sábado, 1 de abril de 2017

En el aniversario del final de la Guerra Civil, la República como forma de Estado continúa siendo la aspiración consecuente de un demócrata.



                                                                     
Último bando de guerra firmado por el general golpista F. Franco.
(Hacer clic sobre la foto para ampliar)


El 1 de abril de 1939 se se dio por finalizada la Guerra Civil iniciada con el golpe de Estado dirigido por el general Franco. Tras el último bando militar (ver foto) sufrimos la larga noche (36 años) de la dictadura franquista. Finalmente, con la desaparición física del dictador en 1975, los acontecimientos parecían anunciar que el régimen vivía sus últimos días. Pero se inició entonces un proceso de transición que en el que, en lo esencial, el viejo dictador había dejado “todo atado y bien atado”. La Monarquía impuesta por el general Franco como forma de Estado dio continuidad a la hegemonía del bando de los ganadores de la fraticida guerra.

Conducida por los sectores que dominaban el aparato de Estado, desde el Movimiento Nacional se produjo el acercamiento hacia las principales fuerzas políticas, organizadas en la débil oposición, para alcanzar un pacto que permitiera unas elecciones homologadas en Europa. A tal fin se introdujeron las reformas necesarias sin que supusieran la ruptura con el régimen fascista anterior. La transición continuó con las elecciones de 1977 y, finalmente, con el referéndum que permitió la aprobación de la Constitución en 1978.

Los sectores sociales dominantes en la anterior etapa continuaron su situación privilegiada en la naciente democracia. La forma Estado tuvo continuidad en la Monarquía centralista, manteniendo el poder oligárquico de las mismas minorías e imponiéndose un escrupuloso silencio sobre la represión y crímenes del pasado. Los aparatos del Estado y el poder judicial permanecieron intactos mientras se consolidaba una partitocracia, apoyada desde la propia constitución y la ley electoral, que permitiría el establecimiento de la clase política que garantizase el statuo quo económico, sin que pudiera desarrollarse el Estado del bienestar tal como había sucedido en los países que entonces conformaban el núcleo central de Europa. Los privilegios de la minoría dominante permanecieron intactos, aumentando su poder y la desigualdad económica en el país desde entonces. La Iglesia católica, aliada del régimen anterior, continuó su intromisión en la esfera del Estado sin apenas revisión.

Herederos de aquella transición, hoy, se vive un panorama desolador en todas las instituciones del Estado, a la par que aumenta la desigualdad social y la desafección de la población respecto al poder político. El exceso de poder acumulado por unos pocos, las minorías económicas y financieras (grandes empresas y bancos) y la clase política, ha acabado por sobrepasar los límites que el Estado de derecho impone. Desde la familia real, pasando por el Gobierno y los viejos partidos políticos del régimen del 78, la corrupción amenaza por cualquier esquina. No hay institución sobre la que no recaiga alguna sospecha y en los tribunales se acumulan las imputaciones. Hasta los sindicatos oficiales, que han sido un bastión importante para consolidar una política regresiva hacia las clases trabajadoras, se encuentran entre las instituciones beneficiadas por el Estado y encausadas por posibles corruptelas.

Aquel modelo de transición, y la Constitución resultante, pudo responder a la correlación de fuerzas existentes en aquellos entonces, pero hoy no representan a la mayoría de la población. Sólo una exigua minoría de la actual población viva participó en aquel referéndum que la aprobó. La monarquía, que aparecía escondida en el articulado del texto constitucional, impidiendo que la población pudiera pronunciarse sobre la forma de Estado, es decir, entre Monarquía o República, carece ya de la escasa legitimidad con la que nació.

En consecuencia, lo que hoy tendría que demandarse es la apertura de un proceso constituyente y la implantación de la República como forma de Estado. Es decir, dar fin a la continuidad del franquismo prolongado en la transición, en el modelo de sociedad y de Estado configurados desde entonces (el régimen del 78), para hacer realidad que la democracia sea el autogobierno del pueblo. Y esto es, simplemente, una aspiración de cualquiera que se considere demócrata.



jueves, 23 de febrero de 2017

La primera manifestación del Estado contra el golpe del 23F se produjo en Granada. Un relato personal sobre ese día en Granada y del que apenas ha circulado alguna información


Artículo publicado en http://www.todoslosnombres.org


Tejero, al frente de un grupo de guardias civiles, secuestra la sede parlamentaria.

Hoy se cumplen 36 años del intento de golpe de Estado protagonizado por el teniente coronel Tejero, quien al mando de un numeroso grupo de guardias civiles, asaltó el Congreso de los diputados. El  capitán general de Valencia, Jaime Miláns del Boch, movilizó al  ejército en su región militar poco después mientras el general  Alfonso Armada negociaba la configuración de un nuevo gobierno presidido por militares. Los movimientos en los cuarteles eran vacilantes y la amenaza de días de terror y represión se cernían sobre la población. La respuesta popular de rechazo al golpe, tras el miedo inicial, paulatinamente, iría surgiendo pasadas las primeras horas, hasta alcanzar las movilizaciones más masivas alcanzadas desde la transición.

La primera manifestación se produjo en Granada, media hora después de la entrada de Tejero en el Congreso. El relato de esta primera manifestación ha pasado casi desapercibido y las escasas referencias han sido incompletas. Por ello me propongo contarlas tal y como yo las viví.   

Desde varias semanas antes del golpe, aquel 23-F de 1981, estudiantes becarios protestaban por los retrasos en el pago de sus becas. La situación era especialmente grave, por cuanto eran jóvenes que dependían de ellas para proseguir sus estudios en Granada. Tras diferentes y fracasadas  gestiones, decidieron llevar a cabo un encierro en la iglesia de los jesuitas en la céntrica Gran Vía.

No muy lejos de allí, en la parroquia de S. Idelfonso , en la calle Real de Cartuja, miembros de la Comisión de Parados manteníamos también un encierro, con huelga de hambre incluida, en protesta por la nula respuesta de las instituciones, especialmente referidas al Gobierno Civil, para que librasen fondos, que podrían ser los propios del que hasta entonces había sido denominado empleo comunitario, en la capital granadina y contratando directamente a los parados organizados que reclamaban el puesto de trabajo.

En los días previos a la fecha del  “tejerazo”, un grupo de los estudiantes becarios visitó a los parados encerrados en S. Ildefonso. En aquella reunión se decidió convocar una manifestación el 23-F a las 19 horas en apoyo a ambos encierros. Hubo diferencias respecto al recorrido que debía tener la manifestación, pero como iba a ser el grupo de becarios quien la promoviera legalmente, se dejó el recorrido tal como se había propuesto; es decir, desde el Salón hasta la plaza de Colón.

Tras la marcha de los becarios de aquella reunión, los parados reunidos en la iglesia decidieron que ellos, una vez completado el recorrido oficial, seguirían en manifestación hasta la iglesia S. Ildefonso, donde permanecerían en todo momento los cuatro que estaban en huelga de hambre.

Este plan de la Comisión de Parados no gustaría a los becarios/as. Al conocer nuestras intenciones, el día 22 se acercó un grupo de ellos a la iglesia S. Ildefonso (1) para expresar su malestar. Entendían que los parados pretendían reventar la manifestación. Se les dijo que ni mucho menos era esa la intención, sino que como de lo que se trataba era de expresar la solidaridad con los encierros, lo consecuente era que los parados, una vez llegados a la plaza de Colón, continuaran por la Gran Vía hasta la calle Real de Cartuja, lugar de la iglesia. Y a esa marcha, se podría sumar quien quisiera. Los demás podrían, sin más disolverse. Se fueron no muy convencidos.

El día 23 por la tarde, mientras se ultimaban los preparativos para la manifestación: pancarta, hojas que quedaban por distribuir, etc. el transistor estaba encendido en el canal de la SER. A las 18: 30 retransmitían la sesión de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo cuando, aparte de los encerrados en huelga de hambre (tres, pues uno había abandonado un día antes), en el salón parroquial quedaban unas 3 ó 4 personas que se disponían a salir para el lugar de inicio de la manifestación. En ese momento oigo atónito el “quieto todo el mundo” de Tejero, los disparos y los sorprendidos comentarios del periodista. Llamo al grupo a punto de salir y les cuento lo sucedido mientras la radio continuaba de fondo. Quedamos en que no se modificaban los planes, pero que ahora se trataba, sobre todo, de manifestarse contra el golpe de Estado.

Cuando nos quedamos los tres huelguistas solos, prácticamente estuvimos de acuerdo en que el encierro teníamos que dejarlo. Si el capitán general de Granada decidía sumarse al golpe, siguiendo a Miláns del Boch en Valencia, entonces éramos carne de cañón, no tardarían los militares en presentarse en la iglesia. Además, teníamos que limpiar las casas de propaganda, esconder la multicopista, avisar a quienes pudieran no haberse enterado (aunque la mayoría estarían en la manifestación) y buscar un lugar seguro donde refugiarse mientras se mantuviera activo el golpe, especialmente aquellas personas que pudieran ser objetivo de una noche de “cuchillos largos” protagonizada por grupos de ultraderecha. Decido salir a la cabina telefónica más próxima, justo detrás del Gobierno militar. Se observa calma.

Realizo diversas llamadas telefónicas a la vez que los pensamientos circulan desordenadamente aplicando la ortodoxia: “la burguesía no puede darse un golpe a sí misma. Esto no puede triunfar. Será desde el mismo poder desde donde se frene esta locura. Tienen que ser los poderes fácticos (el propio ejército, la banca, la CEOE, la Iglesia, etc.) quienes lo frenen. No les interesa exacerbar un conflicto de clases, sus intereses han estado bien defendidos desde el ejecutivo y el legislativo”. Al fondo veo surgir desde la penumbra la silueta de mi madre. Increíble, vaya día que había elegido para hacerme una visita. “Mamá, ¿es que no te has enterado del golpe de Estado y de que ahora mismo hay una manifestación por el centro?” Se queda atónita. No sabía nada. “Coge el 11 al contrario, dirección Camino de Ronda, ahí en el Triunfo. Te bajas detrás de la Virgen de las Angustias. Esa zona ya estará tranquila para cuando llegues. Luego te llamo a la casa”. Le digo que probablemente dejaremos el encierro, pero que por ahora no sabía dónde pasaría la noche.

Cuando llegó el párroco, José Antonio Moreno, le cuento lo que ha pasado y que tomaremos una decisión respecto al encierro cuando termine la manifestación. Pasadas las 19:30 (en Valencia ya se había decretado el estado de excepción y el ejército se encontraba desplegado en las calles) oigo gritos de “contra el golpe, lucha obrera”. Un grupo de algo menos de 50 parados llegan al salón parroquial. Les doy las novedades sobre el golpe. Ellos cuentan cómo discurrió la manifestación: rápidamente se extendió la noticia y los gritos de los/as manifestantes se centraron en el rechazo al golpe, dejando en un segundo plano las otras reivindicaciones. Al llegar a Colón, casi todos/as se disolvieron exceptuando el grupo cabecero de parados, que marchaba tras la pancarta y que, con cierta desorientación, no sabían bien qué hacer. Siguieron, más por inercia que por otra cosa, por la Gran Vía. Ya sabían que las calles adyacentes estaban repletas de coches y furgonetas de los antidisturbios. Iban en silencio y, ciertamente, temerosos (eran pocos y se dudaba de cuál podía ser la reacción de la policía). Sólo al pasar el Gobierno Civil y doblar hacia la calle Real decidieron gritar con fuerza. La policía no intervino. Después se comentaría que algún grupo intentó alguna barricada, pero sin mayores consecuencias.

Debatimos la situación. Alguien informa que la sede de Fuerza Nueva, en el Humilladero, era un hervidero de militantes de ultraderecha. Nos llama la atención que la reunión se haya producido con esa celeridad, y que, incluso, hubiera actividad desde antes de la entrada de Tejero en el Congreso. Recogimos lo que se pudo y paulatinamente abandonamos el encierro. Nos despedimos de José Antonio, el párroco, quien, visiblemente preocupado, se afanaba por poner cierto orden en su despacho.

Desde mi refugio, comiendo algo tras una semana sin hacerlo, escucho el pronunciamiento de la cúpula militar, la JUJEM (Junta de Jefes de Estado Mayor) condenando el golpe y llamando al orden a las fuerzas armadas. Rafael Termes, presidente de la patronal bancaria, comunica su apoyo a la Constitución rechazando también el golpe. Ferre Salat, en nombre de la CEOE, hace los mismo. Por supuesto, se pronuncian otras fuerzas sociales y sindicales.

Esto se acaba: sin base social, sin apoyo de los poderes económicos, sin contar con el mando militar, el golpe no puede mantenerse durante más tiempo. También a pesar de las inquietantes declaraciones del secretario de Estado norteamericano (“el golpe era un asunto interno”).  ¿Pero qué ha pasado con el jefe del Estado? ¿No tenía que haber sido el primero en condenar la asonada, y como jefe supremo de la FFAA haber ordenado a las tropas el regreso a sus cuarteles? ¿No tenía que haberse dirigido a la Guardia Civil, que tenía secuestrado el parlamento, para que se entregasen? Van pasando las horas con el transistor encendido y, también, pendiente de cualquier ruido extraño  que pudiera oírse desde el exterior. Redacto el manifiesto de la Comisión de Parados que íbamos a leer en la asamblea convocada en la facultad de Ciencias. Antes de quedarme dormido (cerca de las 1:30 de la madrugada), oigo el comunicado del Rey.

Comentaba al principio que había una incompleta alusión a esta primera manifestación contra el golpe. En concreto me refiero al libro de Alfonso Martínez Foronda, “La cara al viento” (Ed. Páramo). En este libro, su autor, solo se refiere como entidad organizadora de la 1ª manifestación del Estado contra el golpe a la Comisión de Becarios, mencionando también a diferentes partidos de izquierda que la apoyaron. Es curioso que en ese mismo libro se refiera a la noticia que apareció en el diario Patria, el día siguiente, haciéndose eco de la manifestación y que, según el titular de la misma noticia, fue convocada por la comisión de becarios y la comisión de parados conjuntamente. Sin embargo, Martínez Foronda parece ignorar ese hecho. Que sepamos, esta noticia del diario Patria, ha sido la única referencia en algún medio o libro sobre la presencia de la Comisión de Parados en dicha manifestación. Valga este relato como contribución veraz sobre lo acontecido.


1.- La elección de la iglesia de S.Ildefonso fue debida a su ubicación en una barriada obrera, castigada por el paro y la pobreza, y a que el párroco y un buen número de feligreses (pertenecientes a las comunidades cristiano-populares) mantenían un fuerte compromiso con los sectores desfavorecidos de la población. Durante la transición y hasta que el párroco fue trasladado, esta iglesia estuvo siempre abierta a los movimientos e iniciativas populares