Nunca antes, en la historia de
nuestra actual democracia, las fuerzas políticas que se oponen al régimen
bipartidista instaurado en la transición habían obtenido una cifra superior a
los 5 millones de votos y superado el 20% de los votos emitidos. Nunca antes el
régimen había quedado tan debilitado. Y además, con la sensación de que la
fuerza emergente que protagoniza tal éxito podría avanzar aún más y ser
hegemónica en la propuesta de construcción de un nuevo modelo de Estado y de
apertura de una segunda transición. Los cinco ejes sobre los que giraría esa
segunda transición tienen un apoyo social creciente que pueden ser, por fin,
los que vertebren un país construido desde los pueblos y la gente, un modelo de
Estado que esté realmente legitimado en la voluntad libre de la ciudadanía. En
definitiva, la vieja aspiración que los organismos de la oposición democrática
reclamaron en los últimos tiempos de la dictadura franquista.
Que pueda vislumbrarse la consecución
de esta aspiración democrática ha sido, sin duda, un éxito del proyecto
novedoso e inédito en la cultura europea que representa Podemos. Sin embargo,
en la vieja y tradicional izquierda, la misma que heredaría los principios del
partido que impulsó la Junta Democrática los últimos años de la dictadura y que
nunca pudo imponer los planteamientos de ruptura democrática, no parece que se
hayan percatado de la profundidad e importancia del cambio producido en la
sociedad y de lo que significa el partido que ha sabido asumir el nuevo tiempo.
Un nuevo tiempo que se gestó en 2011 con el movimiento de indignados, con el
15M, que hizo tambalearse los conceptos clásicos con los que la ciudadanía
asumía su situación política. Los referentes políticos e ideológicos
derecha-izquierda perdieron la presencia social que, todavía, obstinadamente
pretenden asentar en el debate político las fuerzas políticas tradicionales.
Izquierda Unida, que nunca
pareció entender el revulsivo que supuso el 15M, finalmente se apoyó en el
liderazgo de un líder salido de su seno. Pero las inercias de su pasado como
fuerza de izquierda y el aparato anclado en ellas continuaron con el viejo discurso
impidiéndole sumarse al clamor del cambio que Podemos, alejado de los ejes
izquierda-derecha, representa. En las elecciones cosechó un cercano millón de
votos y dos diputados. En realidad, ese resultado, era el propio de quien se
encuentra en proceso de decadencia y que no acaba de asimilar el nuevo tiempo. No
obstante ese declive, ese millón de votos también estaría en condiciones de
asumir el cambio que la sociedad demanda con fuerza creciente y que con su
suma, en efecto, este horizonte sería más realizable.
Estos días hemos escuchado algunas
voces de la izquierda pidiendo la confluencia en aras de esa realizabilidad
posible. Y se hacen las aritméticas sumando votos de unos y de otros, como si
nada hubiera pasado y todas las fuerzas representaran y jugaran a lo mismo ante
una sociedad estanco representada fielmente en las fuerzas políticas a las que
votaron el 20D. No se preguntan por qué Podemos alcanzó ese número de votos y
por qué IU-UP se quedó en una quinta parte. No se preguntan por qué IU nunca no
ha tenido ese papel como expresión de la indignación popular que, sin embargo,
en apenas dos años de existencia sí ha sabido canalizar Podemos. Parece que
entienden que la estrategia entre una fuerza política y otra fuese prácticamente
la misma y todo se trata de confluir y sumar los votos que ambas tienen.
En eso consiste el error: la
estrategia y el discurso es diferente. Y la apreciación que parte de la opinión
pública tiene sobre cada una de ellas también es diferente. Ello es lo que hace
que la aceptación popular de uno y otro sea tan enorme. Para una confluencia
entre ambas, tendría que concretarse, antes que nada, en una confluencia en aquel
discurso que está conectando con la sociedad e impulsando hacia el cambio. Una
confluencia manteniendo los principios de cada cual es una confluencia hacia la
decadencia, hacia los porcentajes en los que siempre se ha movido la izquierda.
Mientras los referentes
ideológicos, el discurso teórico y el análisis de la realidad social se
mantenga en los parámetros tradicionales de la izquierda, el apoyo social se
mantendrá en los porcentajes irrelevantes en los que se mueve en el panorama
europeo. La audacia hoy, que ha sabido reinterpretar el discurso político y
canalizar la indignación ciudadana, es la que ha planteado Podemos. Si IU
quiere sumarse, tiene que asumirlo. Y eso no es lo se atisba entre sus
dirigentes.
No obstante, en IU hay cuadros y
militantes que esperan el encuentro. Para ello tienen que vencer las
resistencias de quienes hacen de sus tradicionales señas de identidad su puesta
en política. Tienen que superar las simplezas de análisis que creen
extrapolables las confluencias en determinados territorios que se han saldado
con resultados apreciables, como si hubiesen sido solo producto de la suma de
las partes que se involucraron y no el resultado de una discurso y unas
práctica diferentes. La tarea es difícil y, seguramente, no podrá abarcar al
conjunto de la organización. Pero es una necesidad que la acometan para
incrementar las fuerzas del cambio y no quedar como mero testimonio marginal,
como supervivientes de una visión del mundo superada por los cambios sociales y
culturales que nuestro tiempo vive. En Portugal y en Grecia, donde
numantinamente resisten, permanecen estancados residualmente sin apenas
capacidad de operar en la realidad que sus países están viviendo. Ese no es el
futuro que les deseamos.
En definitiva, sumarse a las
fuerzas del cambio exige hacer un esfuerzo de transformación en los discursos y
en las prácticas que, aunque todavía no es lo que se atisba entre sus
dirigentes, IU tendría que asumir. Entonces la confluencia no sería difícil.
Francisco del Río
Profesor de filosofía