He planteado en otras ocasiones la buena aceptación de las reivindicaciones del movimiento 15-M. Este movimiento, o el de la indignación a nivel mundial, es el último intento en marcha, con características diferentes, de renovación social y moralización del poder político. Sin embargo, esa aceptación social no ha dado lugar, como consecuencia, al surgimiento de un individuo moralmente autónomo que desvele los discursos ideológicos y las formas vigentes de poder social y político, que se imponga la tarea de un nuevo modelo de sociedad basado en la democracia y la dignidad del ser humano contra las mistificaciones de las relaciones de producción, la tiranía de los mercados y la mercancía. Y en ello ha radicado la momentánea, o, si se quiere, aparente freno, al impulso inicial del movimiento. En efecto, aún no ha eclosionado ese individuo que se reivindique a sí mismo frente a las cosas, que se proponga un mundo más habitable, más humano, más de todas la personas.
En esta primera parte analizamos cómo el proceso iniciado en la Modernidad ha agotado sus energías renovadoras y ha debilitado al individuo, ahora configurado como microsubjetividad sometida al dominio de la razón tecnocientífica, alienado en una compleja trama de relaciones de poder, cosificado como mercancía y seducido por el sistema de producción y consumo.