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lunes, 25 de noviembre de 2013

La ciencia moderna interviene: la importancia de los genes frente a la “página en blanco” (2ª parte).



Lo que el ser humano es. El debate naturaleza-medio y los presupuestos de toda ética y filosofía política (II).


La ciencia moderna interviene: la importancia de los genes frente a la “página en blanco” (tábula rasa) y el "fantasma de la máquina".


La biología evolutiva, las ciencias cognitivas, la genética conductista y la neurociencia, también intervinieron aportando los conocimientos que se iban adquiriendo sobre el genoma y el cerebro. Los estudios sobre la función de los genes han permitido la comprensión de determinados aspectos relacionados con las capacidades y conductas humanas, así como de las predisposiciones comunes a la especie. Recientemente, autores como Edward O. Wilson o Steven Pinker, han resaltado la importancia de la naturaleza humana y de sus fundamentos biológicos para el análisis de lo que el ser humano es, argumentando contra quienes sostienen la plena maleabilidad de la misma. También han mostrado ciertos errores y confusiones que se han producido en el debate entre naturaleza-medio. En líneas generales, puede decirse que desde la ciencia se viene considerando la importancia del acervo genético y los cromosomas de sus propias células en la naturaleza humana individual; es decir, de lo heredado, frente a lo cultural, lo adquirido en sociedad. Los genes conservados en el proceso evolutivo explicarían los diversos tipos de conducta comunes a todos los seres humanos.

Pinker, en su obra “Tabla rasa”[i], resume en tres las posturas equívocas sobre la existencia de una naturaleza humana: la que sostienen que el ser humano es una “página en blanco”, la de quienes creen en el alma o sustancia similar, lo que él denomina “el fantasma de la máquina” y, por último, quienes afirman que el ser humano tiene una naturaleza bondadosa antes de ser corrompida por la sociedad: “el buen salvaje”. En dicha obra Pinker plantea diversas hipótesis sobre determinados aspectos de la conducta humana que, en efecto, dependerían de la biología humana, en tanto especie y en tanto individuos, avaladas de evidencia científica suficientes para aceptarlas como válidas. Pero desde el punto de vista metodológico, llama la atención el abuso frecuente de la conocida “falacia del inductivismo”: no bastan unas cuantas observaciones para obtener conclusiones generales, para dar por verificadas y aceptar las hipótesis. Porque para aceptar su validez, Pinker tendría que haber tenido en cuenta toda la evidencia asumida por la comunidad científica y, sobre todo, mostrar los contraejemplos aparecidos en las investigaciones y que podrían cuestionar alguna de las hipótesis. No mostrar dichos contrajemplos cuestiona o invalida buena parte de las hipótesis que defiende.

martes, 5 de noviembre de 2013

Lo que el ser humano es. El debate naturaleza-medio y los presupuestos de toda ética y filosofía política (1ª parte)




En toda visión del mundo siempre se presupone lo que el ser humano es.

El debate acerca de la caracterización de lo que es la naturaleza humana, si cabe hablar de tal cosa dada la primacía del medio donde se desenvuelve, o en qué medida son las estructuras histórico-sociales quienes conforman la identidad humana, se repite cada vez que nuevos estudios ponen de relieve alguna dimensión del ser humano que resultaba poco conocida.

En algún tiempo, incluso, se le ha tratado de restar importancia o, al menos, se ha obviado dicho debate. Pero lo cierto es que no hay teoría ética o filosofía política que no presuponga una concepción de lo que el ser humano es. Y eso es lo que provoca la recurrencia de dicho debate cuando se producen esas investigaciones o estudios.

Hoy podemos admitir que a todo ser humano, por el hecho de serlo, le es inherente el reconocimiento de su dignidad. Pero saber en qué consiste tal dignidad, nos genera más dificultades. Intuitivamente pensamos que cuando nos hieren o nos utilizan, cuando se aprovechan de nuestra persona, se está degradando nuestra propia dignidad. Y, en efecto, siguiendo la tradición ilustrada y kantiana, podemos entender que se respeta la dignidad del ser humano cuando  este no es considerado como un medio para otros fines, porque ello, entonces, lo convertiría en un instrumento o mercancía; y como toda mercancía, sometida a un valor intercambiable o precio. Respetar la dignidad consistiría, entonces, en considerar al ser humano siempre  como un fin en sí mismo. En consecuencia, esa dignidad, inalienable, tendría que expresarse en unos derechos reconocidos universalmente y que supondrían una barrera infranqueable para quien pretendiera utilizar a cualquier ser humano para sus fines particulares. Este principio universal, defendido desde las éticas formal-kantianas, no deja de presentar ciertas dificultades a pesar de que intuitivamente parece asumible en, al menos, nuestra cultura occidental.