Dimensiones enfrentadas en el ejercicio de la libertad (II):
Referirnos al ser
humano como una subjetividad libre sin asumir las condiciones materiales de
existencia, los movimientos históricos de poder y saber y la trama de
relaciones de dominio en las que el ser humano se desenvuelve, nos daría una
visión idealista y errónea de lo que constituye la condición humana. La
situación y las circunstancias en las que se desarrolla la vida individual y
social han alcanzado tal grado de complejidad estructural que no podemos sino hablar
de subjetividad devaluada o microsubjetividad.
Aun a pesar de
ello, ser una subjetividad devaluada no impide el hecho sustancial de la
libertad como estructura que identifica al ser humano y que, a diferencia del
resto de seres, lo convierte en sujeto de posibilidades. Y es la libertad como
autodeterminación, como capacidad de elegir y justificar lo elegido, la que
confiere dignidad al ser humano. En consecuencia, la carencia o limitación de
la capacidad para decidir por sí, de autodeterminación, supone la pérdida de
dignidad. Esto es lo que sucede cuando las decisiones y el proyecto de vida están en
manos de otros, cuando el ser humano es considerado como instrumento o medio
por otros que se proponen alcanzar sus propios fines utilizándolo. Por tanto,
establecer las condiciones en que es posible la libertad como autodeterminación
es, a la vez, afirmar la dignidad humana[1]
Por ello, la aceptación teórica y normativa de las
dimensiones del significado y ejercicio real de la libertad han sido el eje
sobre el que las aspiraciones humanas han entrado en pugna en la historia de
nuestra cultura occidental: tanto las diferentes maneras con las que se ha
pretendido interpretar, dependiendo de las épocas y los intereses, como ha
podido ser ostentada según la proximidad al poder y ha sido socialmente
distribuida para diferentes sectores de población, para unos individuos u
otros, ni las propuestas regulativas de la libertad han sido asumidas de
la misma manera ni los márgenes efectivos de elección han sido los mismos para
todos.
Benjamin Constant,
teórico del liberalismo, analizó la preeminencia de dos significados del
concepto de libertad: según los antiguos (sobre todo en la democracia ateniense)
y según los modernos, que denominará respectivamente libertad política y
libertad individual. La libertad política consistiría fundamentalmente en la
participación política y la regulación de la vida social por el poder político
representado por la propia comunidad. En la libertad individual, por contra,
primaría el ejercicio de los derechos y libertades individuales y el derecho a
la vida privada, así como la elección de los representantes que gestionarían
los asuntos públicos. Las instituciones del Estado actuarían de garante de
estas libertades. Como resume el propio Constant: La finalidad de los antiguos era compartir el poder social entre todos
los ciudadanos de una misma patria. Estaba ahí lo que ellos llamaban
libertad. La finalidad
de los modernos
es la seguridad
de los goces privados; y
ellos llamaban libertad
a las garantías
acordadas a esos.”[2]
Aunque el contraste
entre ambos conceptos puede parecer bastante significativo acerca de la
evolución y formas de entender la libertad, y que aun estarían en pugna, sin
embargo, muestra ciertas limitaciones. Si se pretende un análisis riguroso,
antes que nada habría hay que considerar que no es posible descontextualizar el
uso regulativo del concepto de libertad de las sociedades y modelos políticos
en los que se propone el debate (el modelo de la ciudad-estado de las polis
griegas o las sociedades que surgen con las revoluciones burguesas), así como
de los intereses económicos y sociales en discordia en cada uno de ellos. Así,
en este análisis, Constant desatiende aspectos fundamentales como son quién
impone cada criterio acerca de lo que se considera la libertad, de su uso
normativo, y en qué casos cada ser humano, cada grupo o clase social, puede
disponer de mayores o menores márgenes de elección, de mayor o menor ejercicio
real de la libertad.
Como para Constant
la libertad política (de los antiguos) conlleva una limitación de los derechos
y libertades individuales y, en consecuencia, de la vida privada, propone con
mayor énfasis el polo opuesto de la libertad individual, el concepto que acabaría imponiéndose en la Modernidad. Pero sobre el análisis de la
libertad política se podrían hacer las siguiente apreciaciones: en primer
lugar, que la carencia de espacio para la vida privada y la libertad
individual es una cuestión que no se compadece con los estudios sobre la
sociedad griega; y, en segundo lugar que ignora, tanto la disputa sobre el
ejercicio real de la libertad entre las élites y los ciudadanos pobres, como
los mecanismos institucionales introducidos con la reforma constitucional de
Efialtes (continuada por Pericles) que permitieron ampliar los márgenes de
libertad del pueblo pobre al posibilitar su asistencia a las asambleas y, por
tanto, el control de decisiones que hasta ese momento permanecían en manos de
los ricos y distinguidos, la minoría aristocrática. Esta reforma consistió
principalmente en remunerar con fondos públicos la participación en las
asambleas deliberativas y en los tribunales populares de justicia, así como a
los cargos públicos. Como dice Antoni Domenech[3], con
ella, el pueblo pobre “consigue romper
con las estructuras de interdependencia social que le confinaban a la pura
“idiocia” (a la vida privada), motivándole e incentivándole a irrumpir en la
vida pública,…”. Los márgenes de elección, de ejercicio real de la
libertad, se ampliaron para sectores mayoritarios de la población abriéndose a
la posibilidad de participación en la vida pública, a la que hasta ese entonces
solo tenían acceso las minorías privilegiadas, que eran las que disponían de
tiempo y gozaban de vida activa pública. Ello supuso una paulatina retirada a
sus asuntos particulares de los grupos pudientes y aristocráticos,
desinteresándose de la participación política.
En Constant, como
más tarde sucederá con Hannah Arendt[4],
la vida activa pública, la participación política, aparece para los griegos
como una dimensión esencial en su vida, pero olvidan el hecho fundamental de la
disputa por ocupar el espacio público, por ampliar los márgenes de libertad,
que se produjo entre grupos y clases sociales con intereses en discordia. Esto
es lo que se dirimía en la vida activa pública y el sentido que poseían las propuestas y
proyectos normativos: se pretendía regular las condiciones que permitían redistribuir el poder y las condiciones de existencia, ampliando o reduciendo
los márgenes de libertad de los grupos sociales con intereses enfrentados.
La ampliación de
los márgenes de elección y la incorporación al espacio de la vida activa
pública de un mayor número de ciudadanos que ya no estaban sujetos a las
relaciones de dependencia y sumisión, aparejadas a la pobreza y a la actividad
práctico-productiva (labor y trabajo, en H.Arendt), permitía que, en
consecuencia, fuese más realizable para el pueblo la práctica de las virtudes
cívicas. Esta ha sido la pretensión en mayor o menor medida de la tradición
republicana, tanto en la democracia radical ateniense y el republicanismo
romano como en los pensadores de la Ilustración europea y norteamericana. En
definitiva, se trataba de que la libertad y la actividad en el ámbito de la
vida público-política no fuera solo un privilegio de las minorías.
En la descripción
que Constant hace de la libertad individual, sobre cómo habría sido entendida y
asumida mayoritariamente con el ascenso de la burguesía, no se distancia del
modo como incluso es percibida en la
actualidad: “no estar sometido sino a
leyes... Es [la libertad] para cada uno
el derecho de dar su opinión, de escoger su industria y de ejercerla; de
disponer de su propiedad, de abusar de ella incluso… es el derecho, de cada
uno, de influir sobre la administración del gobierno, sea por el nombramiento
de todos o de algunos funcionarios, sea a través de representaciones,
peticiones, demandas que la autoridad está más o menos obligada a tomar en
consideración”[5]. Este concepto de libertad, que es el que la
tradición liberal, en líneas generales, asume, para Constant tendría también
que ser complementado con la libertad política, que él entiende que habría
perdido vigencia, en una síntesis superadora y más amplia en lo que entiende
que debería ser la libertad.
Con esta propuesta, con la que Constant concluye su
análisis, queda oculto el hecho real de
la libertad como espacio donde se enfrentan clases, grupos e individuos con
intereses y posiciones de poder diferentes, contradictorios y excluyentes en ocasiones. El
modelo liberal de libertad, en tanto que está basado en la competencia y el
individualismo posesivo, distribuye y organiza una compleja realidad conformada
por estructuras económicas, sociales y simbólicas que generan márgenes de
elección diferentes en función de lo medios materiales, del poder y capacidad
de decisión de cada individuo. La libertad, la capacidad de autodeterminación,
en el mundo contemporáneo sigue limitada, en el mejor de los casos, a minorías
económicas y socialmente privilegiadas
[1]
Kant plantearía que la
dignidad consiste en considerar al ser humano como un fin en sí mismo y nunca
como un medio. Fundamentación de la
metafísica de las costumbres.
[2]
Discurso sobre la libertad de los
antiguos comparada con la de los modernos.
[3]
El eclipse de la fraternidad.
[4]
La condición humana.
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