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lunes, 21 de marzo de 2016

La libertad confiere dignidad al ser humano. Del republicanismo a la renta básica (II)



Dimensiones enfrentadas en el ejercicio de la libertad (II):

Referirnos al ser humano como una subjetividad libre sin asumir las condiciones materiales de existencia, los movimientos históricos de poder y saber y la trama de relaciones de dominio en las que el ser humano se desenvuelve, nos daría una visión idealista y errónea de lo que constituye la condición humana. La situación y las circunstancias en las que se desarrolla la vida individual y social han alcanzado tal grado de complejidad estructural que no podemos sino hablar de subjetividad devaluada o microsubjetividad.

Aun a pesar de ello, ser una subjetividad devaluada no impide el hecho sustancial de la libertad como estructura que identifica al ser humano y que, a diferencia del resto de seres, lo convierte en sujeto de posibilidades. Y es la libertad como autodeterminación, como capacidad de elegir y justificar lo elegido, la que confiere dignidad al ser humano. En consecuencia, la carencia o limitación de la capacidad para decidir por sí, de autodeterminación, supone la pérdida de dignidad. Esto es lo que sucede cuando las decisiones y el proyecto de vida están en manos de otros, cuando el ser humano es considerado como instrumento o medio por otros que se proponen alcanzar sus propios fines utilizándolo. Por tanto, establecer las condiciones en que es posible la libertad como autodeterminación es, a la vez, afirmar la dignidad humana[1]

Por ello, la aceptación teórica y normativa de las dimensiones del significado y ejercicio real de la libertad han sido el eje sobre el que las aspiraciones humanas han entrado en pugna en la historia de nuestra cultura occidental: tanto las diferentes maneras con las que se ha pretendido interpretar, dependiendo de las épocas y los intereses, como ha podido ser ostentada según la proximidad al poder y ha sido socialmente distribuida para diferentes sectores de población, para unos individuos u otros, ni las propuestas regulativas de la libertad han sido asumidas de la misma manera ni los márgenes efectivos de elección han sido los mismos para todos.

Benjamin Constant, teórico del liberalismo, analizó la preeminencia de dos significados del concepto de libertad: según los antiguos (sobre todo en la democracia ateniense) y según los modernos, que denominará respectivamente libertad política y libertad individual. La libertad política consistiría fundamentalmente en la participación política y la regulación de la vida social por el poder político representado por la propia comunidad. En la libertad individual, por contra, primaría el ejercicio de los derechos y libertades individuales y el derecho a la vida privada, así como la elección de los representantes que gestionarían los asuntos públicos. Las instituciones del Estado actuarían de garante de estas libertades. Como resume el propio Constant: La finalidad de los antiguos era compartir el poder social entre todos los ciudadanos de una misma patria. Estaba ahí lo que ellos llamaban libertad.  La  finalidad  de  los  modernos  es  la  seguridad  de  los  goces privados;  y  ellos  llamaban  libertad  a  las  garantías  acordadas  a  esos.”[2]

Aunque el contraste entre ambos conceptos puede parecer bastante significativo acerca de la evolución y formas de entender la libertad, y que aun estarían en pugna, sin embargo, muestra ciertas limitaciones. Si se pretende un análisis riguroso, antes que nada habría hay que considerar que no es posible descontextualizar el uso regulativo del concepto de libertad de las sociedades y modelos políticos en los que se propone el debate (el modelo de la ciudad-estado de las polis griegas o las sociedades que surgen con las revoluciones burguesas), así como de los intereses económicos y sociales en discordia en cada uno de ellos. Así, en este análisis, Constant desatiende aspectos fundamentales como son quién impone cada criterio acerca de lo que se considera la libertad, de su uso normativo, y en qué casos cada ser humano, cada grupo o clase social, puede disponer de mayores o menores márgenes de elección, de mayor o menor ejercicio real de la libertad.

Como para Constant la libertad política (de los antiguos) conlleva una limitación de los derechos y libertades individuales y, en consecuencia, de la vida privada, propone con mayor énfasis el polo opuesto de la libertad individual, el concepto que acabaría imponiéndose en la Modernidad. Pero sobre el análisis de la libertad política se podrían hacer las siguiente apreciaciones: en primer lugar, que la carencia de espacio para la vida privada y la libertad individual es una cuestión que no se compadece con los estudios sobre la sociedad griega; y, en segundo lugar que ignora, tanto la disputa sobre el ejercicio real de la libertad entre las élites y los ciudadanos pobres, como los mecanismos institucionales introducidos con la reforma constitucional de Efialtes (continuada por Pericles) que permitieron ampliar los márgenes de libertad del pueblo pobre al posibilitar su asistencia a las asambleas y, por tanto, el control de decisiones que hasta ese momento permanecían en manos de los ricos y distinguidos, la minoría aristocrática. Esta reforma consistió principalmente en remunerar con fondos públicos la participación en las asambleas deliberativas y en los tribunales populares de justicia, así como a los cargos públicos. Como dice Antoni Domenech[3], con ella, el pueblo pobre “consigue romper con las estructuras de interdependencia social que le confinaban a la pura “idiocia” (a la vida privada), motivándole e incentivándole a irrumpir en la vida pública,…”. Los márgenes de elección, de ejercicio real de la libertad, se ampliaron para sectores mayoritarios de la población abriéndose a la posibilidad de participación en la vida pública, a la que hasta ese entonces solo tenían acceso las minorías privilegiadas, que eran las que disponían de tiempo y gozaban de vida activa pública. Ello supuso una paulatina retirada a sus asuntos particulares de los grupos pudientes y aristocráticos, desinteresándose de la participación política.
En Constant, como más tarde sucederá con Hannah Arendt[4], la vida activa pública, la participación política, aparece para los griegos como una dimensión esencial en su vida, pero olvidan el hecho fundamental de la disputa por ocupar el espacio público, por ampliar los márgenes de libertad, que se produjo entre grupos y clases sociales con intereses en discordia. Esto es lo que se dirimía en la vida activa pública y el sentido que poseían las propuestas y proyectos normativos: se pretendía regular las condiciones que permitían redistribuir el poder y las condiciones de existencia, ampliando o reduciendo los márgenes de libertad de los grupos sociales con intereses enfrentados.

La ampliación de los márgenes de elección y la incorporación al espacio de la vida activa pública de un mayor número de ciudadanos que ya no estaban sujetos a las relaciones de dependencia y sumisión, aparejadas a la pobreza y a la actividad práctico-productiva (labor y trabajo, en H.Arendt), permitía que, en consecuencia, fuese más realizable para el pueblo la práctica de las virtudes cívicas. Esta ha sido la pretensión en mayor o menor medida de la tradición republicana, tanto en la democracia radical ateniense y el republicanismo romano como en los pensadores de la Ilustración europea y norteamericana. En definitiva, se trataba de que la libertad y la actividad en el ámbito de la vida público-política no fuera solo un privilegio de las minorías.

En la descripción que Constant hace de la libertad individual, sobre cómo habría sido entendida y asumida mayoritariamente con el ascenso de la burguesía, no se distancia del modo como incluso  es percibida en la actualidad: “no estar sometido sino a leyes... Es [la libertad] para cada uno el derecho de dar su opinión, de escoger su industria y de ejercerla; de disponer de su propiedad, de abusar de ella incluso… es el derecho, de cada uno, de influir sobre la administración del gobierno, sea por el nombramiento de todos o de algunos funcionarios, sea a través de representaciones, peticiones, demandas que la autoridad está más o menos obligada a tomar en consideración”[5]. Este concepto de libertad, que es el que la tradición liberal, en líneas generales, asume, para Constant tendría también que ser complementado con la libertad política, que él entiende que habría perdido vigencia, en una síntesis superadora y más amplia en lo que entiende que debería ser la libertad.


Con esta propuesta, con la que Constant concluye su análisis, queda oculto el hecho real de la libertad como espacio donde se enfrentan clases, grupos e individuos con intereses y posiciones de poder diferentes, contradictorios y excluyentes en ocasiones. El modelo liberal de libertad, en tanto que está basado en la competencia y el individualismo posesivo, distribuye y organiza una compleja realidad conformada por estructuras económicas, sociales y simbólicas que generan márgenes de elección diferentes en función de lo medios materiales, del poder y capacidad de decisión de cada individuo. La libertad, la capacidad de autodeterminación, en el mundo contemporáneo sigue limitada, en el mejor de los casos, a minorías económicas y socialmente privilegiadas




[1] Kant plantearía que la dignidad consiste en considerar al ser humano como un fin en sí mismo y nunca como un medio. Fundamentación de la metafísica de las costumbres.
[2] Discurso sobre la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos.
[3] El eclipse de la fraternidad.
[4] La condición humana.
[5] Op. cit.

Francisco del Río
Profesor de filosofía

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