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lunes, 5 de septiembre de 2011

15-M: diagnosis de un movimiento transpolítico por la democracia y la dignidad del ser humano.




Voy a resumir, a modo de conclusión, el análisis realizado en los anteriores artículos acerca de la situación del ser humano y la sociedad en nuestra cultura europea, situación que en la actualidad ha dado lugar a un estado generalizado de indignación finalmente expresado (en el Estado español) a través del movimiento 15-M.


En el primer artículo analizábamos las corrientes de pensamiento filosófico-político que desde la Ilustración han tratado de fundamentar racionalmente la organización social y la vida del ser humano. Veíamos cómo el reconocimiento de su dignidad con el objetivo de avanzar hacia una humanidad en libertad, en un orden social justo, constituyó el eje central que inspiró buena parte de la producción filosófica del movimiento ilustrado. Sin embargo, la dignidad humana quedó en una aspiración ética y sólo reconocida formalmente, pues los derroteros, como criticó Marx, avanzaron hacia una progresiva cosificación del ser humano, a su tratamiento como una mercancía más entre otras mercancías.


En buena medida ello fue así porque se impuso el pensamiento liberal, que pretendía la inviolabilidad de las libertades individuales y de la sociedad civil, reduciendo el papel del Estado a su condición de garante de las mismas. El resultado de entender la sociedad civil como un sistema comercial, un mercado autónomo y libre de las injerencias del Estado ha sido la creciente desigualdad económica y social, la generación de estructuras sociales que impiden en la práctica el ejercicio real de las libertades por clases sociales y sectores mayoritarios de la población.


El fracaso evidente de la consideración de la dignidad humana como un derecho inalienable de todas las personas, a pesar de que con el Estado del bienestar se trató de disminuir dicha situación, ha provocado la revuelta ética a la que asistimos en nuestros días. Esto fue tratado en el segundo de los artículos.


En él cuestionábamos las filosofías de la historia que desde la Ilustración entendían que la historia estaba en continuo progreso en todos los órdenes, moral, social y en el conocimiento, pues al fin y al cabo, todo era debido al continuo un progreso de la razón. Tras esa marcha imparable de la historia, se habría consumado el ideal moderno de la autonomía de la razón y la realización de la libertad en la sociedad de nuestros días. El mejor de todos los mundos posibles estaría realizado en el Estado liberal, dando lugar al fin de la historia.


Pero la historia y la sociedad la conforman individuos que reclaman para sí otro papel diferente al de meros actores pasivos del devenir histórico. Sus disruptivas disidencias morales son las que realmente han producido transformaciones que han mejorado sus condiciones de vida. Ello ha sido considerado por sus protagonistas como avances que en multitud de ocasiones también han acabado en sonoros retrocesos, tal como muestra la evidencia empírica de lo vivido durante el siglo pasado. Si no se acepta que la historia es un continuo progreso, donde unos estadios son sustituidos por otros que avanzan hacia la realización de la libertad, las condiciones de vida y el tratamiento del ser humano como mercancía imponen una nueva disidencia ética para vivir el presente. El movimiento 15-M no abre un nuevo paradigma político-social, es un movimiento transpolítico y ético que reivindica la calidad de la democracia, una democracia en la que la ciudadanía tenga el poder decisorio. Es decir, acabar con la tiranía de los mercados y los privilegios de la clase política para situar nuevamente la dignidad humana y la capacidad de decisión de la ciudadanía en los asuntos económicos y públicos como eje central de la vida en sociedad.


Este tema fue ampliamente desarrollado en el tercer artículo. Analizábamos también que esas mismas ideas habían estado palpitando en la tradición republicana, donde se adelantaron propuestas que están hoy en el movimiento 15-M. Muchas de ellas se han visto favorecidas por el nuevo ágora, virtual y real, que se ha mostrado en la red y en las plazas. Han sido y son prácticas de democracia directa que, además, se reivindican para la res-pública, para la cosa pública, frente a los modelos de democracia elitista imperantes. En este sentido, la democracia directa y el modelo deliberativo que la tradición republicana ha defendido desde la Gracia clásica hasta las propuestas más recientes, contribuyen a la solidez teórica de las demandas del movimiento 15-M.


La degradación de la democracia y el dominio de los mercados sobre la vida de las personas, finalmente, han provocado la eclosión de la conciencia indignada de cada individuo, larvada durante tiempo, y que surge al margen de la clase o sector social al que se pertenece. Por ello, es un movimiento novedoso y posmoderno que, con raíces republicanas y libertarias, no pretende articular una organización social, económica y política, tal como han sido como las diferentes propuestas surgidas en el programa de la Modernidad.


En el cuarto artículo explicábamos ampliamente esa diferencias con respecto a los movimientos sociales surgidos en la Modernidad. Y precisamente por ello, el movimiento 15-M, a diferencia de anteriores movimientos sociales, no puede transformarse en partido político sin proceder simultáneamente a su desaparición. Los partidos políticos propugnan programas socio-económicos que representan los intereses de la clase o de sectores sociales desde los que surgieron: capitalismo, socialismo o fórmulas mixtas han sido y son sus modelos. El movimiento 15-M, al no responder a intereses de clase o sectores sociales ni plantear ningún modelo socioeconómico alternativo, no puede reproducir la estructura clase-movimiento-vanguardia que caracteriza la formación de los partidos políticos, tal como han sido concebidos desde el programa de la Modernidad.


El movimiento 15-M, como movimiento posmoderno y transpolítico que aspira al ejercicio real de la democracia, puede encontrar más aceptación en unos partidos políticos que en otros, pero la democracia es competencia del pueblo y no es un modelo socioeconómico; es una forma de vida que afecta al conjunto de la ciudadanía y que todos los partidos deberían defender. Si esa situación de indignación que dio lugar a su nacimiento se mantiene e incrementa en el tiempo, los partidos políticos tendrán que asumir sus planteamientos o serán barridos de las preferencias ciudadanas. Como sucede con la revolución silenciosa de las mujeres, el movimiento 15-M puede hacer realidad la calidad de nuestra democracia y la dignificación del ser humano, acabando con la tiranía de los mercados (mercadocracia) y el modelo de democracia elitista vigente en la actualidad




Francisco del Río.
Profesor de Filosofía.




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