A modo de conclusión final.
Si la imagen de los pensadores
liberales se centraba en el funcionamiento de la sociedad civil desde las
relaciones voluntarias que los seres humanos establecen, si entendían que el
móvil de las acciones consistía en la búsqueda del propio interés, respondiendo
a tendencias de una común naturaleza humana, y
que el orden social era un resultado natural de ellas, el Estado, concebido
y acordado en su momento fundacional para preservar y proteger los derechos
naturales, tiene la necesidad de mantener el orden social resultado de la competencia
entre individuos y en el que cada cual ocupará el lugar jerárquico que le
corresponde. Ortega pensará que la dedicación y el esfuerzo de aquellas
personas de altura moral que persiguen ideales, las que se exigen mucho y
acumulan sobre sí mismas dificultades y deberes, las minorías selectas, tienen
que ejercer la función directora en la sociedad. Sólo la perversión de las
masas al pretender suplantar a los mejores puede impedir este proceso y, para
Ortega, lo que podría ser un futuro mejor: el “eterno instrumento de una
voluntad operando selectivamente” (Ortega, 1921)1, operación casi tan natural como la
propia de la selección de las especies, de suerte que nos encontraríamos en el
enfoque y propuesta de Ortega un liberalismo de cuño conservador y próximo a
aquellos otros calificados como de darwinismo social. Desde este prisma
intelectual, la aprehensión de la realidad social andaluza, las circunstancias
histórico-estructurales en que la cultura andaluza se desenvuelve, se torna una
tarea prácticamente imposible. Ortega no pudo ver nada más allá de la misma
enfermedad que dominaba el panorama europeo: la ausencia de los mejores y el
triunfo del hombre-masa, reteniendo el vulgar tópico de la holgazanería para atribuirle
falazmente el reconocimiento de ideal de vida de los andaluces.
Blas Infante pudo penetrar en la
realidad del pueblo andaluz, en su cultura y en las manifestaciones positivas
de su espíritu, comprender y analizar las estructuras y circunstancias
históricas que impedían la realización
del ideal universal de humanidad, aún como aspiración debilitada tras siglos de
opresión, porque sintió y vivió el individualismo libertario que subyace en el
alma andaluza.
El marco teórico del libertarismo
contemplaba que relaciones sociales que los individuos establecen surgen por
necesidad y están históricamente
determinadas, aún estableciéndose también otras de carácter voluntario. Pero,
contra el liberalismo clásico, el Estado no se funda en un acuerdo convencional
entre los ciudadanos, sino que es el aparato de poder que sostiene las
estructuras sociales y el poder de la clase dominante. Por lo que, para el
pensamiento libertario, no habrá liberación posible sin la erradicación del
Estado y las estructuras y clases sociales que mantiene. Blas Infante, como
otros pensadores libertarios y como también Marx asumía, entendieron consecuentemente que la libertad
no podía ser un privilegio de algunos, sino un derecho de todos. Sólo entonces,
sólo con la consecución del ejercicio real de derechos y libertades de y para
todos, esa realidad última que es la vida de cada cual, la de cada individuo,
permitirá organizar la vida colectiva desde la fraternidad y, por tanto, el
progreso hacia el ideal universal de humanidad.
1 “España invertebrada” . Ed. Espasa Calpe. Colección Austral. Edición de 2000, p. 138.
Francisco del Río
Profesor de Filosofía
1 “España invertebrada” . Ed. Espasa Calpe. Colección Austral. Edición de 2000, p. 138.
Francisco del Río
Profesor de Filosofía