Buscar este blog

viernes, 30 de noviembre de 2012

Relativismo moral o fundamentalismo: un debate que nos retrotrae a tiempos preilustrados.


En el debate sobre la existencia de valores morales con carácter universal, presentes a lo largo de la historia y válidos para toda cultura, han podido identificarse con cierta nitidez los relacionados con la prohibición del incesto y, algo más ambiguamente, con la protección de la infancia. Algún otro, aún planteados de forma genérica  (restitución y reciprocidad, asesinato…), no alcanza el consenso entre los antropólogos como para admitirlo sin más. Por ello, hablar de contenidos morales, valores, de carácter objetivo y apreciados en toda cultura, resulta problemático; tanto más cuanto que la amplitud de acciones que podemos considerar morales convierte en irrelevante ese escaso y dudoso repertorio de normas de carácter universal. Sin embargo, desde algunas corrientes ideológicas y filosóficas, así como desde las religiones del Libro, se sigue cuestionando el relativismo moral que defienden quienes constatan esta palmaria realidad.



El relativismo moral, que se encuentra presente en quiénes sostienen el relativismo cultural y el contextualismo, no defiende que cualquier contenido moral sea igualmente aceptable y que su valoración responda exclusivamente al sujeto que la juzgue, como algunos equivocadamente han pretendido. Esa opción sería más bien identificada con el relativismo presente en subjetivismo moral y con el emotivismo (en este último, la bondad o maldad de un acto se percibe por el sentimiento que se experimenta ante él). Aún así, de ello tampoco puede inferirse una necesaria colisión de proyectos de vida buena, ideales de felicidad o creencias religiosas, en una sociedad configurada según quienes entienden la moral resultante desde esa perspectiva. Entre otras cosas, porque pueden compartirse los sentimientos (y en aspectos fundamentales así sucede), o sencillamente establecer acuerdos aunque sea por motivos interesados. Para el relativismo moral, lo relevante es el hecho de la identificación de comunidades culturales respecto a valores morales que mantienen, cohesionan y orientan la vida del grupo. Por tanto, muy lejos de actitudes “que centran su principal objetivo en el propio ego o la satisfacción de los propios deseos”, que en realidad se corresponde con el conocido nivel preconvencional de la evolución moral (Kolberg, Piaget) que es la etapa  infantil que atraviesa todo individuo, pero que algunos adultos no llegan a superar, indistintamente de su adscripción cultural o moral.
           
Ahora bien, ¿se puede desde el relativismo sentir la aspiración a la universalidad que lleva aparejada la noción de justicia? Tras la irrupción en Occidente de la Modernidad, en torno a los valores de justicia se ha establecido una pugna que progresivamente ha ampliado los contenidos subsumidos en dicho concepto. Además, aquello que se tiene por “justo” o por “injusto” se pretende que pueda serlo para cualquier ser humano. Pero todo ello no ha impedido ser conscientes de que los ideales de vida buena o concepciones morales que las personas asumen puedan ser diversos. Cada individuo, en tanto que sujeto moral, tiene derecho a asumir su propio proyecto de felicidad, sea o no de índole religiosa. El problema queda planteado en cómo compatibilizar lo justo, pretendidamente universalizable, con lo bueno, que responde a una opción personal.

Desde la tradición kantiana se ha insistido en los procedimientos por los que se puedan establecer qué tipo de normas podemos considerar como justas (K.O.Apel, J.Habermas). No se trata tanto de localizar qué tipo de valor moral es aceptado como justo, sino de cómo y qué condiciones tienen que darse para que pueda aceptarse una norma moral como justa. Lo que convierte en justa una norma, por muy intuitiva que sea la apreciación del valor (M.Scheler), no es el contenido material de ella, sino la forma en que lo establece. Por otro lado, desde la exigencia de reconocimiento individual y social, de la propia dignidad, donde intervienen tanto intereses, como sentimientos (indignación ante lo observado, remordimiento por lo hecho, resentimiento por lo sufrido) y otros motivos, las exigencias morales se han reflejado históricamente en torno a los valores de libertad, igualdad y solidaridad plasmadas en los derechos humanos en sus tres generaciones: civiles y políticos (1ª generación); económicos, culturales y sociales (2ª generación); a la paz, al desarrollo humano, al medio ambiente (3ª generación)

Este proceso seguido en Occidente ha dado lugar normativamente a procedimientos donde la toma de decisiones respecto a lo justo han tenido que ajustarse, en buena medida, a los consensos fácticos producidos por la presión social. En la actualidad, las propuestas para el desarrollo normativo de los valores de justicia plantean la necesidad de partir de un diálogo, sostenido con argumentos racionales, contando con la participación de los afectados y teniendo en cuenta los intereses de todas las partes implicadas. El consenso normativo alcanzado sobre los valores relacionados con la justicia no ha impedido, antes bien, ha promocionado, la búsqueda de los ideales o máximos de felicidad, entre ellos las creencias religiosas, que los individuos u grupos individuos profesan. La realidad multicultural y la diversidad moral de nuestra sociedades nos impele a asumir propuestas como las formuladas por la ética cívica: exigencia de unos mínimos de justicia, que puedan ser compartidos por todas las concepciones morales, que estos mínimos sean fruto del dialogo y que tengan en cuenta los intereses de toda la ciudadanía, y, a su vez, permitan que cada individuo o grupo de individuos busque y comparta su propio máximo de felicidad.

Frente al multiculturalismo y consiguiente pluralismo moral, se ha reaccionado, desde perspectivas parcialmente diferentes, tratando de recomponer asideros de sentido para el ser humano y la historia. En definitiva, se trata de un nuevo intento por restablecer la verdad moral. Lo bueno o malo de una acción moral se podrá discernir desde esa verdad establecida como criterio. Lo justo, el procedimiento que puede permitirnos considerar tal cosa, ya no será el criterio que determine la corrección del valor, sino que la verdad determina la corrección del valor moral y, por tanto, de las normas tenidas por justas. Por tanto, las normas morales serán justas en la medida en que se adecuen a los valores propios del ideal de vida buena, el ideal que se ajusta a la verdad.

Construir e implantar un sistema válido para el conocimiento y la vida moral que en ultima instancia remita a verdades, verdades eternas que sólo quien posea un don específico puede llegar a ellas, nos devuelve a la tremenda realidad del enfrentamiento entre concepciones morales que sostienen similar fundamento, o al deterioro de las relaciones en sociedades donde impera la diversidad moral y que, en la actualidad, avanzan (también con retrocesos) hacia consensos sobre aspectos normativos de la justicia. Ese don, la fe, y la verdad, revelada, como fundamento de la justicia, es el esquema que sigue cualquier fundamentalismo. Esta vía de irradiación del fundamentalismo continúa con la presentación de valores absolutos  que son la consecuencia lógica y connatural al orden diseñado.

Llama la atención el hecho de que dichos valores absolutos, en el debate actual, no hayan sido expresamente señalados y defendidos una vez que se ha identificado su procedencia. La historia de las religiones no revela cuáles puedan ser esos valores. Para sembrar mayor confusión se asiste a una deliberada perversión del lenguaje: dictadura del relativismo, volver a la verdad y la tolerancia, fundamentalismo laico, etc., expresiones todas ellas con las que quienes las utilizan tratan de relativizar el dogmatismo inherente a su doctrina acusando a las demás corrientes del pensamiento de padecer de lo mismo. Es la conocida falacia del tu quoque, propia de quien está a la defensiva por carecer de razones que desmientan la acusación de que son objeto.


Francisco del Río Sánchez
Profesor de Filosofía







No hay comentarios:

Publicar un comentario