Perspectivas y prácticas libertarias
Buscar este blog
jueves, 23 de abril de 2020
Reivindicación y sentido del republicanismo hoy
https://www.elindependientedegranada.es/politica/reivindicacion-sentido-republicanismo-hoy?fbclid=IwAR0qQi_oAe4IHOzAY__te0YBz-7IVc87P4EcQYos4MhdX9AiEZYGF65HMKQ
Artículo sobre el republicanismo que me publica el diario digital elindependientedegranada.es
martes, 30 de enero de 2018
El 30 de enero, fecha del aniversario del asesinato de Gandhi, se celebra el día escolar de la no violencia y la paz.
Manifiesto leído en el IES Guadalentín
En el día escolar de la paz y la no violencia
Una vez más se celebra el aniversario de la muerte de Mohatmas Gandhi. En este homenaje queremos recordar y aprender de quien supo ver, con más claridad que ninguna otra persona, que la solución a los inevitables conflictos que surgen de la multiplicidad y complejidad de las relaciones humanas, si se pretende salvaguardar la dignidad humana, pasa inevitablemente por el respeto a la vida, a la vida humana; por lo que no cabe más alternativa para solucionar dichos conflictos que la búsqueda incansable de mecanismos que permitan una solución pacífica de los mismos.
En efecto, si decimos que el momento más elevado de la moralidad se produce cuando un ser humano es capaz de entregar su vida por salvar la de otro y que la acción moral más repudiable, el momento más bajo de la moralidad, es aquél en el que alguien es capaz de quitar la vida a otro ser humano, nos encontramos que nuestra historia parece estar jalonada de muchos más momentos de este segundo caso que del primero. El siglo XX, con las guerras mundiales, el Gulag soviético, los campos de exterminio nazis, las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, la muerte por hambruna en países empobrecidos, pobreza extrema, etc., que parecen prolongarse en este siglo XXI con un sombrío panorama, cuando menos, nos invita a la reflexión. ¿Qué ha pasado? ¿No hemos aprendido nada de las enseñanzas de Gandhi?
Hemos dicho que el conflicto es inevitable. La ambición humana, la lucha por el poder, la defensa de intereses económicos, la satisfacción de deseos y también, por qué no, la exigencia de derechos, pueden acabar en situaciones conflictivas, colisionando entre sí desde perspectivas que se presentan a sí mismas como legítimas o justificadas. En la defensa de ellas, el recurso a la fuerza es inevitable. Hemos dicho la fuerza, sí la fuerza, pero la fuerza de la razón, la de la palabra, no la razón de la fuerza.
La fuerza de la razón es, en primer lugar, reconocer al otro, al oponente, como un igual, como un ser racional al que se está dispuesto a escuchar, con el que se pretende dialogar; pero también, y en segundo lugar, es hablar con veracidad y con honestidad; por último hacerlo sin coacciones y tratando de que nos entienda. El acuerdo podrá ser posible o no serlo. Pero ese debe ser el camino. La dificultad no debe desesperarnos y dejarnos abandonar al recurso fácil de buscar la superioridad y vencer, el recurso de la violencia. Existen más instrumentos. No sólo los tribunales de justicia propios del Estado de derecho.
En nuestros conflictos cotidianos también puede imponerse la sensatez, la razón. Se pueden arbitrar sistemas de mediación, grupos y personas neutrales ante los que nos comprometemos para acatar las decisiones que establezcan. Ya funcionan en diferentes ámbitos como los profesionales, de la actividad comercial y también empiezan a funcionar en ámbitos escolares; pero tienen que extenderse a todos los ámbitos de la vida social. Se trata de superar la violencia desde los niveles micro, los pequeños, los conflictos que nos surgen a diario, hasta aquellos otros en los que, ya desbordándonos, intervienen grupos sociales o sectores de población, hasta llegar a los propios países o diferentes culturas. Incluso las civilizaciones. Se trata, decíamos, de avanzar hacia la paz perpetua de la que nos hablaba el filósofo ilustrado I. Kant. Es verdad que hablar de relaciones pacíficas en un mundo que parece en guerra permanente puede sonar algo ilusorio, pero el camino de la utopía que nos indicó el filósofo y el propio Gandhi, nos señala el horizonte hacia el que tenemos que avanzar.
El avance hacia ese horizonte serán pasos graduales en la disminución de la violencia y más específicamente de la violencia política, tanto a nivel interno, en la de cada Estado, como en el de las relaciones internacionales. En primer lugar, en nuestro propio país, como en cualquier país, debemos construir una sociedad justa, respetuosa con la multiculturalidad y administrada por un Estado social y democrático de derecho.
Pero la violencia va más allá de las pretensiones en nuestras propias sociedades. No se puede hablar de paz si las necesidades básicas no están cubiertas. Si la distribución de la riqueza impide que haya seres humanos, en cualquier lugar del mundo, que puedan satisfacer sus necesidades básicas y desarrollar sus capacidades, ello es otro tipo de violencia, la violencia estructural. Superar la violencia, también en este nivel, significa un reparto de la riqueza tal que, para cualquier persona, en cualquier país, nadie se vea impedido de tener los recursos que le permitan la misma esperanza de vida que en los países más desarrollados y gozar de las mismas oportunidades que les permitan la puesta en práctica de las propias capacidades.
Por último, también se necesitaría una federación de pueblos libremente constituida y a la que se subordinaran los diferentes estados nacionales a fin de mediar en las diferencias que entre ellos pudieran surgir. Esta federación y sus tribunales, democráticamente constituidos, estarían dotados de poder, en el terreno jurídico, económico y político, suficiente como para dirimir los conflictos interestatales, corrigiendo y superando la actual estructura y funcionamiento de la ONU.
Para solucionar cualquier conflicto, por tanto, es necesaria la fuerza, la fuerza de la razón, que no es pasividad -como decía Gandhi- sino invitando a la palabra, al diálogo, o, llegado el caso, recurriendo a las instancias que arbitren soluciones que obliguen a las partes en conflicto. Pero también, frente a la injusta agresión, estructural o directa, racista o de género, ideológica o de clase, cuando las palabras ya no sirven, es resistencia pacífica, no violenta, resistencia en la denuncia, en difundir la situación, en concitar apoyos, en dar una respuesta colectiva y solidaria, en conseguir que el derecho esté con el débil, con el agredido. Ese fue el mensaje de Gandhi, esa fue su lucha y su vida. Por eso, hoy –y terminamos- lo decimos con él, “no hay caminos para la paz, la paz es el camino”.
Francisco del Río
Profesor de Filosofía
viernes, 8 de diciembre de 2017
Patriotismo republicano en una España plurinacional
Artículo publicado en Rebelión
Patriotismo republicano en una
España plurinacional
La visión uninacional que se
impuso tras la guerra civil y que permaneció con la restauración borbónica
sigue contando con el apoyo de las fuerzas políticas que sostienen el régimen
del 78. Los símbolos de aquel modelo de España también concitan apoyos
importantes entre la población. Pero no por ello deja de mostrar cierto declive
y desafección en los territorios periféricos y entre sectores de la población
que ya no entienden muy bien qué se está haciendo con la comunidad en la que
viven y qué España debe proyectarse hacia el futuro.
En efecto, a la crisis
territorial evidenciada ahora con el conflicto catalán se ha unido el
importante incremento de las desigualdades sociales –que sitúan a España con el
mayor índice de Europa- y la pérdida de soberanía en favor de instituciones
europeas o como consecuencia de la firma de tratados internacionales como el
CETA (u otros, como sucederá con el TTIP). Además, las políticas de ajuste y el
adelgazamiento de los servicios públicos, debilitando el ya insuficiente Estado
del bienestar, la pérdida de calidad del trabajo asalariado unido a la
importante fuga de capitales hacia paraísos fiscales protagonizado por las
élites, nos devuelve la pregunta –una
vez más- que ya inquietaba a finales del XIX: ¿qué es España?
No es suficiente apelar a los
símbolos tradicionales y la religión tampoco otorga ahora el papel conformador
en lo ideológico que ha servido desde el 39. A pesar de la euforia del momento
expresado en el rechazo al secesionismo, el problema sigue estando presente y
vivido con preocupación. Las propuestas sobre el modelo de país que se necesita
tendrán que replantearse si se quiere entrar en un horizonte de futuro que la
ciudadanía asuma como un proyecto propio.
Las corrientes conservadoras y
liberales (PP, C´s y, en lo fundamental, también el PSOE), no ofrecen más
perspectiva que el mantenimiento del statu quo económico y político que ha interesado
a las élites (el régimen del 78) y la inserción en el proceso de unificación
–globalización- económica de los mercados y la cesión de soberanía en favor de
ellos. Así, las instituciones políticas del Estado solo le interesan como
garantes del funcionamiento del sistema. Para ello, además, incrementan el
control ideológico y represivo en todos los ámbitos de la vida social (incluidas
la redes), sustentado también desde la práctica totalidad de los medios de
comunicación.
En esta situación, el
republicanismo democrático puede tener una importancia decisiva en la reconfiguración
del Estado y del sentido de pertenencia de la ciudadanía. Los pensadores de
esta corriente filosófico-política han propuesto la configuración del Estado sobre
la base de tres grandes ideas, que difieren de las defendidas por el
liberalismo: la noción de libertad como autodeterminación, la importancia de
las virtudes cívicas y una defensa de la democracia como participación y
compromiso ciudadano.
El sentido republicano de la
libertad no es el sentido negativo que le otorga el liberalismo, que lo reduce
solo a la no interferencia del Estado o de otros en el ejercicio de los
derechos individuales; sino que, al contrario, para el republicanismo, la
libertad necesita de la ley, de la regulación estatal que favorezca la
independencia y la capacidad decisoria en los ámbitos económicos, civiles y políticos
de toda la ciudadanía. Es la libertad entendida como no dependencia de
relaciones serviles, patrocinios o de relaciones de dominio personal o
estructural; libertad como autodeterminación. El Estado, en consecuencia, tiene que establecer los dispositivos institucionales
y legales necesarios que garanticen a
la ciudadanía los derechos elementales a la existencia, a la seguridad y la
independencia civil. En la actualidad, la implantación de una Renta Básica Universal
se adecuaría plenamente a estos objetivos. Esta defensa de la libertad
que hace el republicanismo democrático tiene una doble dimensión: libertad real
de los individuos amparada en el marco del Estado, y también la libertad del
Estado frente a otros poderes (económico-financieros, de las élites,
religiosos, grupos de presión, etc.) y a la injerencia de otros Estados u
organismos supraestatales.
La libertad republicana fue
planteada en la Grecia clásica con las reformas constitucionales de Efialtes-Pericles
y también propuesta durante el periodo plebeyo de la Republica romana.
Reapareció, más tarde, en el Renacimiento y tuvo especial importancia en el
constitucionalismo norteamericano (Madison, Jefferson…) y en la Ilustración
europea (Rousseau,
Kant, Robespierre, Marat…, hasta en el propio K. Marx), donde ocupó un lugar central en los planteamientos de la
filosofía política y con notables diferencias respecto a la visión liberal (Hobbes, Locke, Constant…).
Finalmente, el concepto liberal de libertad, ya en el siglo XIX, acabaría
siendo hegemónico. Pero lo que se mostrado desde
entonces, es que el modelo liberal de libertad, centrado en la protección de
los derechos individuales y contrario a la intervención del Estado en la sociedad
civil, ha generado que, consecuencia de la libre competencia, minorías
poderosas se impongan sobre el resto para hacer prevalecer su voluntad y sus
intereses; por lo que la autonomía que permite la independencia económica ha sido y es un privilegio de minoritarios
sectores de población. Para las mayorías (mujeres, empleados, migrantes,
personas sin empleo o en situación de pobreza, etc.)se ha tornado en una
práctica difícil poder evitar la intromisión y las relaciones de dependencia o
subordinación. Para ellas, la libertad es un ejercicio limitado.
El segundo aspecto que hemos
señalado como propio del republicanismo democrático es la promoción de las
virtudes cívicas. No se trata de que el Estado promueva ninguna concepción del
bien ni que oriente en un modelo determinado de vida moral. Se trata de
fomentar virtudes relacionadas con la justicia y la fraternidad, las que puede
aceptar cualquier ser racional que sea imparcial. El republicanismo defiende la
necesidad de ciudadanos comprometidos con su comunidad, que puedan participar
activamente en política y corresponsabilizarse de las obligaciones que ello
comporta. Para hacer factible el ejercicio de las virtudes cívicas, como el
republicanismo ha propuesto, es condición previa la independencia económica y
civil que permite la formación de opinión y la
libre participación en los procesos de deliberación y toma de
decisiones. Y para una corresponsabilidad equitativa y libremente asumida con
las obligaciones de la comunidad, se hace también necesario que el Estado
funcione con un sistema fiscal justo.
Respecto a qué se entiende por
democracia, el autogobierno de la comunidad, a lo que tanta importancia
concedieron los pensadores republicanos, no es suficiente con los mecanismos de
representación. La democracia tiene que fortalecerse profundizando en la
participación e introduciendo fórmulas de democracia directa. En la actualidad,
dada la complejidad y pluralidad de nuestra sociedad, se hace necesario, para
el acercamiento y la toma de decisiones por la ciudadanía, la descentralización
del Estado, fortaleciendo –entre otras- las instituciones municipales y las
territoriales de las naciones y pueblos que integran el Estado. Esta descentralización tiene que ir
acompañada de otras medidas jurídico-legales que fortalezcan la participación y
la democracia. Entre ellas, un sistema proporcional justo y aquellas que
aproximen al representante –en cualquier instancia- con el representado, como
la rendición de cuentas, la revocabilidad de cargos en caso de incumplimientos,
la rotación y desprofesionalización política, incluyendo topes salariales para
cargos públicos (más ajustados a la realidad socioeconómica del representado) y
la eliminación de privilegios económicos y jurídicos, así como la inhabilitación para cargo público
ante cualquier tipo de corruptela. Las formas de democracia directa hoy pueden
verse favorecidas por el establecimiento de referéndums vinculantes y formas de
teledemocracia. También tendría que incluirse la obligatoriedad de consultas
previas a las instituciones y mecanismo de coordinación social que componen la
sociedad civil y la apertura de procesos deliberativos participativos.
En los planteamientos del republicanismo se produjeron confluencias y
también diferencias en otros temas, pero fueron estos tres señalados los que se
abordaron con mayor intensidad por el republicanismo democrático (o plebeyo) en
particular y que hoy tienen plena actualidad.
Más allá de apelaciones a símbolos que hoy todavía remiten en gran medida
al pasado y a una visión uninacional, y a la que algunos se aferran para tapar
otros intereses, los símbolos (los que sean, todos) tienen que identificar a la
patria republicana, que es la gente, la patria donde todas las personas pueden
ejercer la ciudadanía como personas libres, la del respeto a la diversidad y a
la fraternidad entre los pueblos y naciones, la de la justicia de sus normas.
Esa España, con una ciudadanía comprometida, es la España policéntrica que
tenemos que construir.
Francisco del Río Sánchez
Profesor de filosofía
Etiquetas:
autodeterminación,
Democracia deliberativa,
Democracia directa,
Hobbes,
Jefferson,
Kant,
Locke,
Marx,
Pericles,
Republicanismo,
virtudes cívicas
sábado, 16 de septiembre de 2017
La crítica a la noción liberal de libertad desde el pensamiento republicano actual (III).
La crítica a la noción liberal de libertad de Philip Pettit
Philip Pettit, al igual que
Skinner, identifica como similares los criterios de Constant y Berlin, tanto en
lo que respecta a la libertad negativa como a la libertad positiva. Libertad
negativa sería aquella en la que el
individuo se encuentra libre de interferencias de otros para perseguir
actividades que, inserto en una cultura apropiada, es capaz de alcanzar sin la
ayuda de otros, mientras que la libertad positiva (de los antiguos, en
Constant), la define como participación
en la autodeterminación colectiva de la comunidad[i].
El liberalismo se ha ‘preocupado por la libertad negativa; constituyendo una
doctrina según la cual el Estado debería adoptar la forma que permita que la
libertad negativa sea respetada o realizada al máximo dentro de la sociedad.
A Pettit le parece objetable la forma en que
el liberalismo entiende la libertad, fundamentalmente, por dos cuestiones. En
primer lugar, porque si un liberal se preocupa por la libertad como no
interferencia, verá la ley en sí misma como una forma de invasión de la
libertad, y que esta solo podrá estar justificada por las agresiones que
previene o para inhibir otras interferencias. Para el liberalismo, por tanto,
la ley es contemplada como una invasión de la libertad.
Pero Pettit añade una segunda
cuestión. Una persona sometida a esclavitud pudiera no sufrir interferencia de
su amo, pero no con eso ese sujeto goza de libertad. En general, la no
interferencia no evita que se pueda estar sometido a la voluntad arbitraria de
otro, o vivir a merced de otro. Por otro lado, la no interferencia tampoco da
cuenta de determinadas obligaciones, como pagar impuestos al Estado sin que los
inspectores interfieran a voluntad..
El problema del liberalismo es
que ha retomado la formulación de Hobbes de la libertad negativa, como no
interferencia y no coerción de la ley, olvidando aspectos sustanciales
presentes tanto en Roma como en el propio Maquiavelo. En Roma, donde Pettit
sitúa el inicio del enfoque republicano, se trataba de preservar al ciudadano
de la esclavitud o la dominación, no contra la no interferencia. Y Maquiavelo
también planteaba la oposición entre libertad y servidumbre, considerando la sujeción a la tiranía y a la colonización
como formas de esclavitud. Y según Pettit, esto ha sido una constante en la
tradición republicana, considerando como el gran mal la exposición a la voluntad
arbitraria de otro, o vivir a merced de otro[ii].
Respecto a la ley, lejos de ser
considerada una interferencia, son las leyes quienes crean la libertad de la que disfrutan los ciudadanos. Así,
en Roma, ciudadano es aquel que goza de la protección jurídica otorgada por las
leyes y las instituciones, por lo que el aspecto básico de la civitas es el
Estado de derecho. Esta visión republicana, según la cual las leyes crean la
libertad del pueblo, tiene sentido si se considera la libertad como no
dominación; es decir, si la leyes pueden proteger al pueblo de la dominación
sin que introduzcan ninguna nueva fuerza dominante. En el republicanismo,
ciudadanía y libertad serían equivalente, y el reto según Pettit, sería mostrar
hasta qué punto las instituciones del mundo real pueden materializar los
ideales de democracia y libertad convirtiéndolos en rasgos de la vida social.
domingo, 27 de agosto de 2017
La crítica a la noción liberal de libertad desde el pensamiento republicano actual (II).
La crítica a la noción liberal de libertad de
Quentin Skinner
I. Berlin sostenía, en su ensayo
“Dos conceptos de libertad”[i], que la
libertad negativa “se expresa como la exigencia directa del mayor grado de no
interferencia compatible con el mínimo de requisitos necesarios para la vida
social”. Para Skinner,
este sentido negativo de libertad -antes de que fuera definido por I. Berlin-
se encontraba en la tradición liberal desde Hobbes, Betham, Locke. Para dicha
tradición, según Skinner, “la presencia de la libertad está marcada por la
ausencia de alguna otra cosa; específicamente, por la ausencia de cierto grado
de coerción que le impida al agente ser capaz de actuar en pos de sus propios
fines, ser capaz de buscar distintas opciones, o al menos ser capaz de elegir
entre diversas alternativas”[ii].
Desde entonces, el debate entre los partidarios de esta concepción negativa de
la libertad giraría en torno a quiénes se consideran agentes, qué se
considerarán como impedimentos, o qué libertades debe gozar el agente para ser
considerado libre. A Skinner le parece claramente insuficiente. Principalmente por el rechazo
entre los seguidores de esta tradición de dos tesis sobre la libertad política:
la primera de las tesis es la que relaciona la libertad con el autogobierno.
Como sostiene CH. Taylor “solo podemos ser libres en una sociedad con cierta
forma canónica que incorpore la noción de un autogobierno”[iii]
y, en consecuencia, una vida dedicada al servicio público y al cultivo de las
virtudes cívicas necesarias para participar en la vida política. La
segunda tesis establece que tal vez deban obligarnos a ser libres, vinculando
la libertad individual con los conceptos de restricción y coerción; es decir,
que el cumplimiento de los deberes públicos sería indispensable para conservar
nuestra propia libertad.
Aunque para los partidarios modernos de la
libertad negativa ninguno de estos argumentos se relacionan con la libertad,
pues entienden que la libertad social o de acción debe depender de la capacidad
propia para maximizar el área dentro de la cual puede reclamarse inmunidad,
incluido a prestar servicios a la comunidad, a Skinner le parece un rechazo apresurado y poco
convincente; como lo es la otra alternativa que Berlin denominaba libertad
positiva. Según este sentido, se trataría de
que el sujeto pueda tener el control sobre su propia vida y sus propias
decisiones, que no dependa de fuerzas exteriores y relaciones de subordinación
y que asuma un proyecto moral para toda la comunidad. Es decir, el autogobierno
en general y como poder de participación directa en el poder soberano. Esto
supondría en la práctica
que se obligue al agente a que persiga determinados objetivos o fines. Y, como
Berlin pretende demostrar, habría desembocado en diferentes formas de
totalitarismo.
Volviendo entonces al sentido negativo de libertad,
si el liberalismo rechaza las paradojas antes expuestas, como sucede con los
autores contemporáneos, su concepto de libertad queda reducido a aquellos
aspectos relacionados con el interés personal y los derechos individuales,
vaciando de contenido el espacio público. En definitiva, es una sociedad basada
exclusivamente en la mano invisible y en la que la fuerza o la amenaza de
fuerza es la única constricción que interfiere con la libertad de los
individuos. Pero el liberalismo olvida una diferencia importante entre lo que
es sufrir una constricción y estar en una situación de dependencia. Si la no
interferencia queda reducida a evitar que alguien, si quiere, pueda constreñir
a otros a hacer lo que no quieren hacer, o a impedir lo que querrían hacer y
tienen capacidad para hacerlo, la dependencia o ser dependientes es vivir en
condiciones tales en las que alguien puede, si quiere, obligar a quien se
encentra en dicha situación a hacer algo que no quiere hacer o impedir que
pueda hacer lo que querría hacer y tiene capacidad para ello. Ser libres,
entonces, para Skinner, no solo es no estar constreñidos, sino también no ser
dependientes de la voluntad arbitraria de otros individuos.
Así, además, fue entendido por el
republicanismo neorromano, tradición de
pensamiento que, plantea Skinner, en la que pueden conciliarse las dos
paradojas con una teoría negativa de la libertad. Desde esta tradición se relaciona
libertad social con autogobierno y en consecuencia vinculan la idea de libertad
personal con la de servicio público virtuoso; por lo que ”tal vez deban
obligarnos a cultivar las virtudes cívicas, y en consecuencia el disfrute de
nuestra libertad personal debe ser el producto de la coerción y la restricción”[iv];
es decir, estar sometida a los poderes coercitivos de la ley.
En definitiva, para Skinner la superación del
liberalismo sin aceptar el sentido positivo de libertad sería una teoría según
la cual si se desea maximizar la propia libertad individual, es necesario hacerse
cargo del espacio público y la partición política, con medidas de control sobre
los representantes; es decir, mejorando la calidad de la democracia. Como
señalaba la visión republicana: “a menos que pongamos nuestros deberes por
delante de nuestros derechos, debemos esperar un cercenamiento de estos
últimos.”[v]
[i] Berlin,
I. (1969/1993) Cuatro ensayos sobre la libertad. Alianza Editorial.
Madrid.
[ii] Las paradojas de la libertad de la libertad
política (Q. Skinner). En Nuevas
ideas republicanas. Ovejero, Gorgorella y Martí (2004).
[iii]
Skinner toma esta cita de Charles Taylor en Las
paradojas de la libertad política. Op. cit.
[iv] Las paradojas de la libertad política.
Op. cit.
jueves, 10 de agosto de 2017
La crítica a la noción liberal de libertad desde el pensamiento republicano actual (I).
Introducción
Los estudios recientes sobre el
republicanismo han mostrado cierta confluencia en torno a tres ideas presentes
en dicha tradición filosófico-política: la crítica a la noción liberal de
libertad, la importancia de las virtudes cívicas y una defensa de la democracia
como participación y compromiso ciudadano.
En este primer trabajo voy a
centrarme en la crítica a la noción liberal de libertad tal como ha sido
formulada por los más reputados comentaristas republicanos. Entre ellos también
se producen matices diferentes en dicha crítica y que intentaré contrastar con
la libertad republicana que el republicanismo democrático ha defendido.
Aclaro que entiendo por
republicanismo democrático aquella línea de pensamiento republicano que trata
de incluir a toda la comunidad en el ejercicio de la ciudadanía y de las
libertades frente a otra concepción republicana más preocupada por la
participación política de aquellos sectores de población que reúnen las condiciones
económicas adecuadas para ejercer la ciudadanía y la libertad política. Ambas
coincidirían en la importancia del valor
de las virtudes cívicas y el autogobierno de la comunidad. Así, dos líneas de
pensamiento –no siempre bien delimitadas- se abrirían en el republicanismo.
Aparecen ya representadas en la Grecia clásica en las propuestas de Efialtes-Pericles,
notoriamente diferentes a las defendidas por Aristóteles, o en la Roma
republicana, donde plebeyos y patricios -también Catilina y Cicerón-
mantuvieron concepciones republicanas enfrentadas. El republicanismo, con estas
diferencias, reaparece en el Renacimiento, en el constitucionalismo americano y
en la Ilustración europea.[i]
En el reverdecer de los estudios
acerca del republicanismo que se ha producido en la actualidad, no siempre se
ha tenido en cuenta esta singularidad. Probablemente se haya debido al intento
de encontrar nexos comunes a toda la tradición republicana, con los que
enfrentar al pensamiento liberal, el que no se haya diferenciado entre las dos
líneas de pensamiento republicano.
Entre los más conocidos estudiosos
del republicanismo se encuentran J. G. A. Pocok, Q. Skinner, P. Pettit, M.
Sandel, J. Habermas y otros, como las contribuciones de V. Parijs. Ellos
analizaron como una de las ideas centrales del republicanismo la idea de
libertad en clara oposición a la representada por el liberalismo. En general
entienden como noción liberal de libertad aquella que ha sido planteada como no interferencia o, también,
libertad negativa, tal como había sido popularizada por I. Berlin en los años
60, pero que ya se encontraba presente en Benjamin Constant a principios del
XIX, aunque la denominase libertad individual o libertad de los modernos, por
oposición a la libertad política o libertad de los antiguos.
Francisco del Río Sánchez
Profesor de Filosofía
sábado, 1 de abril de 2017
En el aniversario del final de la Guerra Civil, la República como forma de Estado continúa siendo la aspiración consecuente de un demócrata.
Último bando de guerra firmado por el general golpista F. Franco.
(Hacer clic sobre la foto para ampliar)
|
Conducida por los sectores que dominaban el aparato de Estado, desde el Movimiento Nacional se produjo el acercamiento hacia las principales fuerzas políticas, organizadas en la débil oposición, para alcanzar un pacto que permitiera unas elecciones homologadas en Europa. A tal fin se introdujeron las reformas necesarias sin que supusieran la ruptura con el régimen fascista anterior. La transición continuó con las elecciones de 1977 y, finalmente, con el referéndum que permitió la aprobación de la Constitución en 1978.
Los sectores sociales dominantes en la anterior etapa continuaron su situación privilegiada en la naciente democracia. La forma Estado tuvo continuidad en la Monarquía centralista, manteniendo el poder oligárquico de las mismas minorías e imponiéndose un escrupuloso silencio sobre la represión y crímenes del pasado. Los aparatos del Estado y el poder judicial permanecieron intactos mientras se consolidaba una partitocracia, apoyada desde la propia constitución y la ley electoral, que permitiría el establecimiento de la clase política que garantizase el statuo quo económico, sin que pudiera desarrollarse el Estado del bienestar tal como había sucedido en los países que entonces conformaban el núcleo central de Europa. Los privilegios de la minoría dominante permanecieron intactos, aumentando su poder y la desigualdad económica en el país desde entonces. La Iglesia católica, aliada del régimen anterior, continuó su intromisión en la esfera del Estado sin apenas revisión.
Herederos de aquella transición, hoy, se vive un panorama desolador en todas las instituciones del Estado, a la par que aumenta la desigualdad social y la desafección de la población respecto al poder político. El exceso de poder acumulado por unos pocos, las minorías económicas y financieras (grandes empresas y bancos) y la clase política, ha acabado por sobrepasar los límites que el Estado de derecho impone. Desde la familia real, pasando por el Gobierno y los viejos partidos políticos del régimen del 78, la corrupción amenaza por cualquier esquina. No hay institución sobre la que no recaiga alguna sospecha y en los tribunales se acumulan las imputaciones. Hasta los sindicatos oficiales, que han sido un bastión importante para consolidar una política regresiva hacia las clases trabajadoras, se encuentran entre las instituciones beneficiadas por el Estado y encausadas por posibles corruptelas.
Aquel modelo de transición, y la Constitución resultante, pudo responder a la correlación de fuerzas existentes en aquellos entonces, pero hoy no representan a la mayoría de la población. Sólo una exigua minoría de la actual población viva participó en aquel referéndum que la aprobó. La monarquía, que aparecía escondida en el articulado del texto constitucional, impidiendo que la población pudiera pronunciarse sobre la forma de Estado, es decir, entre Monarquía o República, carece ya de la escasa legitimidad con la que nació.
En consecuencia, lo que hoy tendría que demandarse es la apertura de un proceso constituyente y la implantación de la República como forma de Estado. Es decir, dar fin a la continuidad del franquismo prolongado en la transición, en el modelo de sociedad y de Estado configurados desde entonces (el régimen del 78), para hacer realidad que la democracia sea el autogobierno del pueblo. Y esto es, simplemente, una aspiración de cualquiera que se considere demócrata.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)