Si la confluencia entre el pensamiento de Infante y el de Ortega era
tan señalada en aspectos fundamentales, como el haber incardinado la crisis que
se vivía en Europa y en el Estado español como una crisis ética, de pérdida de
referentes morales, y la masificación de la sociedad, consecuencia del proceso
histórico y la hegemonía del racionalismo; si además compartían la crítica al
determinismo de la historia asumiendo la vida y las libertades individuales
como realidad desde la que asumir el protagonismo-histórico social,
aparentemente es difícil entender por qué estaban tan lejos a la hora de
identificar al pueblo y la cultura andaluza.
El liberalismo de Ortega, tal como he sostenido antes, era un
liberalismo conservador. Entre otras razones, porque su concepción de la
historia y de la sociedad era profundamente aristocratizante, de tal forma que
entendía que el curso de la historia y las grandes épocas siempre estuvieron
marcadas por la impronta de los grandes hombres, que eran los que realmente
decidían el rumbo de los acontecimientos y en la sociedad. A pesar de que las
minorías selectas habían hecho dejación de su función en España (y en Europa),
aún veía en la burguesía industrial emprendedora el sector social sobre el que podría
progresar el país, al menos para aproximarse a lo que se vivía en otros países
europeos. Por tanto, cuando analiza la realidad andaluza, necesariamente, lo
hace sin dejar de tener en cuenta este prisma filosófico e ideológico.
Blas Infante, por su parte, vivió la pobreza y el caciquismo desde muy
pronto, siendo muy joven, en su propia realidad circundante. Cuando se
introduce en el pensamiento liberal, lo hace con la preocupación de la
situación que viven los jornaleros andaluces. Por ello, cuando conoce el
georgismo, verá en esta doctrina una posible salida para aquellas almas que
arrastraban su miseria por los pueblos de Andalucía. El propio Infante, en su
primera obra, escrita a los 27 años, lo expresa con las siguientes palabras:
“Yo tengo clavada en la conciencia, desde mi infancia, la visión sombría del
jornalero. Yo le he visto pasear su hambre por las calles del pueblo,
confundiendo su agonía con la agonía triste de las tardes invernales…”
(Infante, 1915)[i]. Esa
visión estará siempre presente en su trayectoria personal, intelectual y
política, anticipándole un horizonte emancipatorio al conjunto de su actividad
teórica práctica.
Ortega escribió “Teoría de Andalucía”[ii].
En el “preludio” reconoce la antigüedad de la cultura andaluza y, además,
sostiene que “el alma andaluza se mantiene invariablemente dentro de su perfil
milenario”. Para sostener esa tesis de la invariabilidad y la facilidad con la
que lo andaluz es identificable ante terceros y ante sí mismo, recurre a unas
superficiales generalizaciones, carentes de rigor, acerca de la complacencia
del andaluz[iii]
en ofrecerse como fenómeno de espectáculo. Así, el principal rasgo que habría
contribuido a facilitar la permanencia en el tiempo sería “el narcisismo
colectivo”; que Ortega percibe en “la propensión de los andaluces a
representarse y ser mimos de sí mismos”. En lo que sí va acoincidir con Blas Infante
es en que “de todas las regiones españolas, Andalucía es la que posee una
cultura más radicalmente suya”[iv].
Encuentra el origen de la singular cultura andaluza en “la amputación
de lo heroico de la vida”, que para Ortega sería algo común a las culturas
campesinas. Frente a las culturas campesinas, Castilla fue una cultura bélica, de
guerreros; una cultura impuesta por los nobles, despreciativa del labriego,
“ser inferior, precisamente porque no se mueve, porque viene adscrita al
cortijo o villa –de donde villano”. Aunque ambas fueran campesinas, mantienen
un claro antagonismo: la cultura castellana era guerrera, y la andaluza,
agraria; es decir, “que de la agricultura hace principio e inspiración para el
cultivo del ser humano”. Y si la cultura castellana era despreciativa del
labriego, “en Andalucía se ha despreciado al guerrero y se ha estimado, sobre
todo, al villano”. Hasta tal punto ha despreciado la cultura guerrera que
Andalucía no ha opuesto resistencia a las invasiones violentas. “Su táctica fue
ceder y ser blanda”, pero acabando por “embriagar con su delicia el áspero
ímpetu del invasor”, haciendo de la paz norma y principio de su cultura.
Continúa el breve ensayo con el título “El ideal vegetativo”; y
analizando los rasgos de esta cultura, Ortega afirma que es la “holgazanería”
el principal rasgo de etnicidad. Según Ortega, esta “holgazanería” lleva el
pueblo andaluz practicándola 4000 años, “y no le va mal”. Holgazanería que ha
hecho posible “la deleitable y perenne vida andaluza”; por lo que la pereza
sería “su ideal de existencia”. Para Ortega, esta es la clave para comprender
lo que es Andalucía: “la pereza como ideal y como estilo de cultura”. Es
curioso cómo Ortega, sorprendentemente, reproduce ese vulgar tópico para
plantearlo como categoría antropológica a partir de la cual explicar la cultura
andaluza. Por ello, asevera, el pueblo andaluz posee una vitalidad mínima y,
yendo más lejos aún, “vive sumergido en la atmósfera como un vegetal”. Esta
cultura de campesinos ha dado lugar entre los andaluces a la permanencia de un
“ideal paradisíaco de vida”, que es, ante todo, “vida vegetal”. En definitiva,
la raíz de su ser, del andaluz, es el “sentido vegetal de la existencia”. Y
concluye con otra inverosímil sentencia: “este pueblo, donde la base vegetativa
de existencia es más ideal que en ningún otro, apenas si tiene otra idealidad”.
Como hemos señalado, la construcción de la identidad cultural andaluza
realizada por Ortega se ha basado, principalmente, en el tópico de la
holgazanería y el ideal vegetativo de existencia. Asimismo, el conocimiento propio
y ajeno de esta cultura sería debido a un supuesto narcisismo colectivo.
Según esta peculiar construcción orteguiana, todo ello se habría extendido
durante los 4000 años de existencia cultural del pueblo andaluz. Sin embargo,
el hecho de ser una cultura campesina, no es explicación suficiente para que
haya aparecido la holgazanería como rasgo cultural propio de lo andaluz y que
la pereza como ideal se haya constituido como constante en la historia de la cultura
andaluza. También igual de poco evidente es que dicho rasgo esté presente entre
todos los andaluces.
Ortega estudió la diferente tipología del hombre masa[v],
el modelo de ser humano que se imponía en la sociedad española, clasificándolo
en cuatro tipos de características: el aristócrata heredero o señorito
satisfecho, el niño mimado, el especialista científico y el bárbaro
primitivo. Si la holgazanería parecía estar tan presente en la sociedad
andaluza, Ortega tenía todo a su favor para percatarse de la relevancia del
aristócrata heredero o señorito satisfecho en la vida social y económica
andaluza. No entró en dicho análisis y su tesis se hace aún más incomprensible
y atrevida al atribuirle a este rasgo cultural, la pereza, nada menos que el
reconocimiento de ideal presente en la cultura, en el alma andaluza, de todas
las épocas. Por tanto, en la época tartesia o en Al-Ándalus, también ese mismo
ideal debió servir de fundamento para el esplendor cultural del pueblo andaluz.
Blas Infante, sin embargo, cuando
analiza los tópicos que circulan sobre lo andaluz, como el de la holgazanería,
no se detiene sólo en la apreciación de lo que se manifiesta, e indaga el
porqué y dónde. Así, en su obra Ideal
andaluz, estudiando las causas históricas del desigual reparto de tierras,
de la acumulación y sus desastrosos efectos, tras el acaparamiento producido por la conquista de las tierras de Al Ándalus, sostiene que el aumento del valor
de la tierra lleva a los capitales a la adquisición de terrenos, y el
propietario tiene como motivo, además de la ganancia futura, “la comodidad de
percibir una renta entregado al ocio más completo”. Mientras que el empleo de
capitales en otra clase de negocios e industrias produce inquietudes y requiere
la acción continua del propietario, “el empleo de capitales en la tierra no
produce otra molestia que la de percibir la renta que, en el plazo convenido,
lleva al arrendador el arrendatario.”[vi]
Esto es un poderoso estímulo de la adquisición de terrenos y de su acumulación
en pocas manos. Con ello, Infante ha señalado el dónde y el porqué de esa
supuesta holgazanería: la del señorito andaluz y la estructura de la propiedad
de la tierra como causa. Esa es la razón de que en un momento determinado de la
historia un minoritario sector de la población andaluza, los propietarios o
terratenientes, vivan sumidos en la indolencia, y además “sometiendo a holganza
sus terrenos o para fines de diversión y recreo”. El señorito andaluz podrá
saborear la vida con mínimo esfuerzo y regocijarse en el ideal vegetativo del
que Ortega nos habla. Pero esa no es la manifestación del alma andaluza. Como
nos advierte Infante, de todos los andaluces, el menos andaluz es el señorito,
y lo explica: “los andaluces menos
andaluces, los señoritos de la ciudad, hijos o nietos de inmigrantes o de
colonos de las planicies o montañas castellanas, asturianas o gallegas, tenían
por norte de su estimativa, el llegar a ser autómatas de Europa. Pues bien: aun
ellos, los señoritos, los andaluces menos andaluces, y no obstante ser el
concepto de señoritaje de importación europea, no podían llegar a expresar
propiamente a Europa.”[vii]
Por tanto, generaciones descendientes de otras partes de la geografía peninsular
son las portadoras de la vagancia como modo de vida y de carácter y que, en
última instancia, es de Europa de donde procede y desde donde se ha extendido:
“Europa vino a definir perfectamente, en su método, su historia guerrera y
feudalista… La vagancia guerrera del primer feudalismo, pesaba sobre los
siervos de la gleba… exactamente igual que hoy, durante la forma feudalista
industrial, gravita sobre el obrero la nube de especuladores y de
intermediarios. El señoritaje, la filotimia, la megalomanía.” Como puede verse, el análisis y valoración sobre el papel de la nobleza, y el espíritu que irradiaron tras la conquista de Al-Ándalus, es diametralmente opuesto al realizado por Ortega.
Una vez que Infante ha localizado el origen de
la vagancia, del sector social de población al que podría etiquetársela con él,
la pregunta que habría que formularse es dónde se encuentra el alma andaluza, qué población es la propiamente andaluza y portadora de su cultura. En el
análisis sobre la estructura de la propiedad y las consecuencias sobre la
población trabajadora, dice Infante: “el propietario posee un poder absoluto
sobre extensiones de terreno que constituyen la base de la existencia de muchos
individuos y familias, poniendo, así, a merced del primero, la vida y muerte
del segundo.” Esa es a población en donde reside el alma andaluza: en el grito
desesperado de quien, sometido y alienado, lucha por la existencia, “con los
jornaleros, con los campesinos sin campos, que son los moriscos de hoy; con la
casi totalidad de la población de Andalucía; con los andaluces auténticos
privados de su tierra por el feudalismo conquistador”[viii]
Pero, ¿por qué Ortega se ha
detenido ante esa palpable realidad y no la ha penetrado? ¿Por qué el autor de
la circunstancias históricas en las que se desenvuelve la vida de los
individuos y que lo limitan no es capaz de ver lo que ha sucedido en Andalucía,
con el pueblo andaluz, con cada individuo que lo compone? Ortega podría decir,
como escribiría poco después, que “la resolución que elige y decide…el modo
efectivo de la existencia… emana… del carácter que la sociedad tenga”, que será
el del tipo de hombre dominante, que “en nuestro tiempo domina el hombre-masa;
es él quien decide.” (RM, 94). Aceptemos que la realidad andaluza
estuviera dominada por un modelo de hombre-masa, el del “señorito satisfecho”
y, por tanto, la indolencia propia de este tipo de persona es la que lastrara
el progreso andaluz. Pero lo que resulta inaceptable es que se confundan
épocas, individuos y cultura milenaria.
El problema es que el pensamiento
liberal se muestra conceptualmente incapaz de aprehender las estructuras sociales en las que
se desenvuelve la vida de los individuos. El liberalismo de Ortega, conservador
y aristocratizante, aspira a que en el
curso de la historia sean los mejores quienes ejerzan en la sociedad la función
rectora. Sin embargo, en ningún momento contempla la formación histórica de
estructuras que bloquean las potencialidades de cada individuo y el libre
ejercicio de sus facultades, que, de entrada, limitan o impiden el acceso a las
condiciones materiales de existencia, a los recursos que necesita, a la
apropiación de lo que produce, al progreso de su comunidad o de su pueblo. Ni
la estructura de la propiedad ni el caciquismo aparecen en la reflexión
orteguiana. Tampoco entra en consideraciones acerca de las circunstancias
históricas de la escasa presencia de una burguesía emprendedora o clases
medias. Su imagen liberal de Andalucía, le lleva a confundir un prototipo de
hombre-masa, el señorito satisfecho o aristócrata heredero, con el carácter del
pueblo andaluz, con su ideal milenario, y hace descargar la responsabilidad de
las condiciones de vida miserables sobre lo propios sufrientes, atribuyéndoles
una manera de ser que no se corresponde con ninguna evidencia empírica ni
histórica.
Francisco del Río Sánchez
Profesor de Filosofía
[i]
El Ideal Andaluz…. Op. cit. pag. 80
[ii]
Teoría de Andalucía, op. cit.
[iii]
que habitualmente se explota en los
circuitos para turistas.
[iv]
“de todas las regiones españolas, Andalucía es
la que posee una cultura más radicalmente suya” Teoría de Andalucía. Op. cit. pag. 234.
[v]
Poco después, en su obra La rebelión de
las masas, op. cit.
[vi]
El Ideal andaluz, pag. 96.
[vii]
La verdad sobre…. Pag. 63.
[viii]
Op. cit…. pag. 63.
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