2.
Los mejores y las minorías definidas funcionalmente.
Empezaremos
por preguntar si aquellos considerados los mejores, los que cultivan la
“excelencia”, lo son porque ésta estaba definida, como por ejemplo el ideal
normativo de cultura[1],
y algunos individuos la alcanzaron, o porque se auparon en posiciones de poder
social, económico, político, etc., se les ha atribuido socialmente la condición
de los mejores, las minorías selectas en sus propios ámbitos de actuación,
ámbitos al que las mayorías estarían socialmente limitadas en sus posibilidades
de acceso y, como hablamos en términos de poder, quedarían subordinadas. Pero
también cabe como tercera posibilidad el tratarse de una condición subjetiva,
de empeño personal, esfuerzo y exigencia que tendría proyección en la sociedad,
posibilidad que no estaría reñida con las anteriores; antes bien, aquellas
podrían ser una consecuencia de ésta. Con ciertas oscilaciones, Ortega se
inclinaría por ésta última.
No
habría ninguna dificultad en admitir el cultivo de la excelencia, o ser
considerados los mejores en diversos campos culturales, el arte y la música
como también el deporte; de suerte que en estos casos sí estaríamos en presencia de aquello que podría
denominarse élites en tanto en cuanto se han ido seleccionando y considerando
socialmente y en el tiempo como los
que sobresalen o han sobresalido en su
especialidad. Este último caso, bastante frecuente, del reconocimiento posterior,
le restaría importancia para el debate sobre la función social que les podría
corresponder. Asimismo, en el conocimiento, la investigación y la ciencia así
como la actividad profesional parecen configurarse también particulares
minorías especializadas. En cualquier caso, estamos en presencia de parciales
minorías con ámbitos de aplicación independientes los unos de los otros y que
han alcanzado los mayores niveles hasta ese momento en su especialidad. Cierto
es que no toda la población dispone de las condiciones y goza de las
oportunidades para alcanzar esos niveles que les situarían en las élites de ese
campo de aplicación; en realidad, esta posibilidad afectaría
circunstancialmente a individuos pertenecientes a sectores de poder adquisitivo
medio y alto, pero en cualquier caso, a esas personas que se les reconociera la
condición de los “mejores”, nadie podría negarles el esfuerzo personal para
alcanzar tal condición. Por otro lado, aunque el esfuerzo y la exigencia
personal parece ser suficiente para adquirir la condición de minorías, no es
ese el sentido con el que Ortega pretende diseccionar una clase de hombres
identificables y válidos para la función
directora de la sociedad. Es más, la formación de minorías de la manera
expuesta, bastante usual por otro lado, fácilmente podría situarse en uno de
los tipo con los que Ortega ejemplifica el modo de ser del hombre masa: el
especialista científico. De la misma manera que tampoco quedaría libre de los
restantes modelos: el niño mimado, el aristócrata heredero o señorito
satisfecho y el primitivo rebelde o bárbaro.
Ahora bien, si lo de lo que se trata al hablar
de minorías selecta es de localizar una categoría social válida para la
prospección sociológica en un momento dado, y por tanto, identificable para el
conjunto de la población, el concepto de minorías o élites sociales tomada en
forma global presentaría ciertas dificultades que no son abordadas por Ortega.
Aplicado a la realidad social no acota un grupo social más o menos homogéneo de
individuos e identificable porque posean conciencia de su común identidad[2].
Incluso aquellos que corporativamente puedan reconocerse como pertenecientes al
grupo selecto, la ligazón individual con el plano social y la actividad y
proyectos resultado de la interacción apenas nada tiene que ver con la
excelencia que le puede ser admitida por dedicación y saber magistral en lo
propio de su profesión[3].
En este sentido, hablar de minorías selectas que tendrían que ostentar la
organización de la vida pública y la dirección de la sociedad, nos diría bien
poco acerca de quién puede componer dichas minorías.
Con ello no quiero decir que el concepto de
minoría calificada no pueda utilizarse. Sí puede ser válido y con capacidad
heurística definido por su función dentro de un sistema reconocible. La élite
de un sistema social, pongamos por caso el sistema académico, que contribuya
decisivamente al mantenimiento de dicho sistema, la investigación y la
enseñanza como función manifiesta, hará que éste se sostenga establemente y las partes queden
estructuralmente bien definidas y reconocibles como tal. Dentro de ese sistema social y las
estructuras constitutivas reside la posibilidad de configuración y de sentido
del concepto de élite o minoría selecta. Pero contempladas dichas minorías
desde fuera de ese sistema, no parece posible su identificación como grupo social.
Ortega no analizará los subsistemas sociales como tales, aunque sí tendrá en
cuenta diferentes funciones y el establecimiento de minorías en el ejercicio de
cada una de ellas: “Hace falta, junto a los eminentes sabios y artistas, el
militar ejemplar, el industrial perfecto, el obrero modelo y aun el genial
hombre de mundo. Y tanto o más que todo esto necesita una nación de mujeres[4]
sublimes… A este fin, es necesario que
en el pueblo existan siempre individuos dotados ejemplarmente para el ejercicio
de aquellas funciones” (EI, 105-6). Por tanto, desde esta perspectiva
social fragmentaria y mostrando la existencia de diferentes niveles de eficacia
expresados funcionalmente; no asumiendo el análisis de la sociedad como un sistema y las élites como los grupos que
ejercen el poder (sea éste de carácter político, económico, militar, social o
ideológico-mediático), quedando las mayorías vinculadas por relaciones de
subordinación -que sería una formas válida para referirse a las élites
sociales-, el concepto de élite o minoría selecta no posee unas características
identificables para una disección de la realidad social, y menos aun como una
categoría estructural sujeta a procesos sociales de causación.
Pero
Ortega, ya en las primeras páginas de La rebelión de las masas, deja
claro que no se está refiriendo a grupos sociales que ostentan el poder. Es
más, no se puede decir que las minorías sean siquiera grupos sociales en
sentido riguroso ya que para él, “la sociedad es siempre una unidad dinámica de
dos factores: minorías y masas” (RM, 67) y que estos factores, aunque
suponen una división de la sociedad, es una división en “clase de hombres”[5],
pero es una división cualitativa sobre la base de unas características
personales y psicológicas que podrían poseer cualesquiera y que serían
dependientes de su propia voluntad (refiriéndose a las personas): “Las que se
exigen mucho y acumulan sobre sí mismas dificultades y deberes, y las que no se
exigen nada especial, sino que para
ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfección
sobre sí mismas, boyas que van a la deriva” (RM, 69). Por tanto, sería
una clasificación de los seres humanos sobre la base de reunir una cualidad o
no reunirla, aunque en rigor, en este caso, que es ser hombre masa, no es más
que quedarse sujeto al proceso de socialización tal como éste se produce, sin
incorporar un mínimo de esfuerzo y exigencia personal, sin someterse a un
proceso de autovaloración, “ser como todo el mundo”. Sin embargo, Ortega va
añadir otra característica para que pueda constituirse una minoría: se tiene
que producir una separación individual de la muchedumbre y coincidir
efectivamente con otros “en algún deseo, idea o ideal, que por sí solo excluye
el gran número” (RM, 68). Aunque no necesariamente, hablando de minorías
exclusivamente con esas dos características, sí podrían formarse los más
diversos y hasta variopintos grupos sociales. Lo que no se entiende muy bien es
cómo esas minorías diversas, que atraviesan
todos los estratos sociales y abarcan las más diversas funciones y
actividades, y sobre todo, con deseos e ideales que pueden colocar a unas
frente a otras, puedan denominarse calificadas y puedan compartir una visión
del mundo, la historia y la organización de la sociedad; al menos si se
pretende, sin más explicitaciones, que la función directora de la sociedad
corresponde a esas minorías selectas. Tan abstracta e irreal es dicha propuesta
–más adelante trataré sobre el contenido de ella, ahora sí planteada para un
tipo de intelectual- que lo que Ortega pretende localizar, definitivamente, no
lo encontrará. Entonces utilizará el único recurso posible: la deserción de
dichas minorías. Pero para que puedan desertar de su tarea es preciso saber si
existen esas personalidades de alma egregia que puedan constituir las minorías
selectas.
[1] Entendido como los logros
culturales más elevados conseguidos hasta el momento.
[2] Sin
duda, entre los profesionales de la medicina pueden estar reconocidos una serie
de especialistas que destaquen sobremanera y que podrían considerarse la élite
de la medicina. Pero poca o ninguna identificación mantendrían con aquellos
otros especialistas que sobresalieran en el campo de la arquitectura o, por
ponerlo más difícil, en el campo de la
filosofía
[3] Algo
de esto se pone de manifiesto si
contemplamos los diferentes lazos de pertenencia social y cómo ellos van a
afectar en consecuencia la orientación de las investigaciones, en el distinto
quehacer de los eminentes investigadores médicos que trabajan para la industria
Bayer o la de aquellos otros que hacen lo propio en el equipo del investigador
colombiano J. Patarroyo.
[4] Esta visión típicamente
masculina de entender el hecho de ser mujer como una función, con seguridad no
sería compartida por Maria Zambrano, eminente discípula de Ortega.
[5] Y ella es “la división más
radical que cabe hacer de la humanidad” (RM, 69).
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