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miércoles, 30 de enero de 2013

Elitismo y poder social. Estudio crítico del concepto orteguiano de minoría (II).


2. Los mejores y las minorías definidas funcionalmente.


Empezaremos por preguntar si aquellos considerados los mejores, los que cultivan la “excelencia”, lo son porque ésta estaba definida, como por ejemplo el ideal normativo de cultura[1], y algunos individuos la alcanzaron, o porque se auparon en posiciones de poder social, económico, político, etc., se les ha atribuido socialmente la condición de los mejores, las minorías selectas en sus propios ámbitos de actuación, ámbitos al que las mayorías estarían socialmente limitadas en sus posibilidades de acceso y, como hablamos en términos de poder, quedarían subordinadas. Pero también cabe como tercera posibilidad el tratarse de una condición subjetiva, de empeño personal, esfuerzo y exigencia que tendría proyección en la sociedad, posibilidad que no estaría reñida con las anteriores; antes bien, aquellas podrían ser una consecuencia de ésta. Con ciertas oscilaciones, Ortega se inclinaría por ésta última.



No habría ninguna dificultad en admitir el cultivo de la excelencia, o ser considerados los mejores en diversos campos culturales, el arte y la música como también el deporte; de suerte que en estos casos sí estaríamos  en presencia de aquello que podría denominarse élites en tanto en cuanto se han ido seleccionando y considerando socialmente y en el tiempo como  los que  sobresalen o han sobresalido en su especialidad. Este último caso, bastante frecuente, del reconocimiento posterior, le restaría importancia para el debate sobre la función social que les podría corresponder. Asimismo, en el conocimiento, la investigación y la ciencia así como la actividad profesional parecen configurarse también particulares minorías especializadas. En cualquier caso, estamos en presencia de parciales minorías con ámbitos de aplicación independientes los unos de los otros y que han alcanzado los mayores niveles hasta ese momento en su especialidad. Cierto es que no toda la población dispone de las condiciones y goza de las oportunidades para alcanzar esos niveles que les situarían en las élites de ese campo de aplicación; en realidad, esta posibilidad afectaría circunstancialmente a individuos pertenecientes a sectores de poder adquisitivo medio y alto, pero en cualquier caso, a esas personas que se les reconociera la condición de los “mejores”, nadie podría negarles el esfuerzo personal para alcanzar tal condición. Por otro lado, aunque el esfuerzo y la exigencia personal parece ser suficiente para adquirir la condición de minorías, no es ese el sentido con el que Ortega pretende diseccionar una clase de hombres identificables y válidos para la función  directora de la sociedad. Es más, la formación de minorías de la manera expuesta, bastante usual por otro lado, fácilmente podría situarse en uno de los tipo con los que Ortega ejemplifica el modo de ser del hombre masa: el especialista científico. De la misma manera que tampoco quedaría libre de los restantes modelos: el niño mimado, el aristócrata heredero o señorito satisfecho y el primitivo rebelde o bárbaro.

 Ahora bien, si lo de lo que se trata al hablar de minorías selecta es de localizar una categoría social válida para la prospección sociológica en un momento dado, y por tanto, identificable para el conjunto de la población, el concepto de minorías o élites sociales tomada en forma global presentaría ciertas dificultades que no son abordadas por Ortega. Aplicado a la realidad social no acota un grupo social más o menos homogéneo de individuos e identificable porque posean conciencia de su común identidad[2]. Incluso aquellos que corporativamente puedan reconocerse como pertenecientes al grupo selecto, la ligazón individual con el plano social y la actividad y proyectos resultado de la interacción apenas nada tiene que ver con la excelencia que le puede ser admitida por dedicación y saber magistral en lo propio de su profesión[3]. En este sentido, hablar de minorías selectas que tendrían que ostentar la organización de la vida pública y la dirección de la sociedad, nos diría bien poco acerca de quién puede componer dichas minorías.

 Con ello no quiero decir que el concepto de minoría calificada no pueda utilizarse. Sí puede ser válido y con capacidad heurística definido por su función dentro de un sistema reconocible. La élite de un sistema social, pongamos por caso el sistema académico, que contribuya decisivamente al mantenimiento de dicho sistema, la investigación y la enseñanza como función manifiesta, hará que éste se sostenga  establemente y las partes queden estructuralmente bien definidas y reconocibles como  tal. Dentro de ese sistema social y las estructuras constitutivas reside la posibilidad de configuración y de sentido del concepto de élite o minoría selecta. Pero contempladas dichas minorías desde fuera de ese sistema, no parece posible su identificación como grupo social. Ortega no analizará los subsistemas sociales como tales, aunque sí tendrá en cuenta diferentes funciones y el establecimiento de minorías en el ejercicio de cada una de ellas: “Hace falta, junto a los eminentes sabios y artistas, el militar ejemplar, el industrial perfecto, el obrero modelo y aun el genial hombre de mundo. Y tanto o más que todo esto necesita una nación de mujeres[4] sublimes…  A este fin, es necesario que en el pueblo existan siempre individuos dotados ejemplarmente para el ejercicio de aquellas funciones” (EI, 105-6). Por tanto, desde esta perspectiva social fragmentaria y mostrando la existencia de diferentes niveles de eficacia expresados funcionalmente; no asumiendo el análisis de la sociedad como un  sistema y las élites como los grupos que ejercen el poder (sea éste de carácter político, económico, militar, social o ideológico-mediático), quedando las mayorías vinculadas por relaciones de subordinación -que sería una formas válida para referirse a las élites sociales-, el concepto de élite o minoría selecta no posee unas características identificables para una disección de la realidad social, y menos aun como una categoría estructural sujeta a procesos sociales de causación.

Pero Ortega, ya en las primeras páginas de La rebelión de las masas, deja claro que no se está refiriendo a grupos sociales que ostentan el poder. Es más, no se puede decir que las minorías sean siquiera grupos sociales en sentido riguroso ya que para él, “la sociedad es siempre una unidad dinámica de dos factores: minorías y masas” (RM, 67) y que estos factores, aunque suponen una división de la sociedad, es una división en “clase de hombres”[5], pero es una división cualitativa sobre la base de unas características personales y psicológicas que podrían poseer cualesquiera y que serían dependientes de su propia voluntad (refiriéndose a las personas): “Las que se exigen mucho y acumulan sobre sí mismas dificultades y deberes, y las que no se exigen nada especial,  sino que para ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas, boyas que van a la deriva” (RM, 69). Por tanto, sería una clasificación de los seres humanos sobre la base de reunir una cualidad o no reunirla, aunque en rigor, en este caso, que es ser hombre masa, no es más que quedarse sujeto al proceso de socialización tal como éste se produce, sin incorporar un mínimo de esfuerzo y exigencia personal, sin someterse a un proceso de autovaloración, “ser como todo el mundo”. Sin embargo, Ortega va añadir otra característica para que pueda constituirse una minoría: se tiene que producir una separación individual de la muchedumbre y coincidir efectivamente con otros “en algún deseo, idea o ideal, que por sí solo excluye el gran número” (RM, 68). Aunque no necesariamente, hablando de minorías exclusivamente con esas dos características, sí podrían formarse los más diversos y hasta variopintos grupos sociales. Lo que no se entiende muy bien es cómo esas minorías diversas, que atraviesan  todos los estratos sociales y abarcan las más diversas funciones y actividades, y sobre todo, con deseos e ideales que pueden colocar a unas frente a otras, puedan denominarse calificadas y puedan compartir una visión del mundo, la historia y la organización de la sociedad; al menos si se pretende, sin más explicitaciones, que la función directora de la sociedad corresponde a esas minorías selectas. Tan abstracta e irreal es dicha propuesta –más adelante trataré sobre el contenido de ella, ahora sí planteada para un tipo de intelectual- que lo que Ortega pretende localizar, definitivamente, no lo encontrará. Entonces utilizará el único recurso posible: la deserción de dichas minorías. Pero para que puedan desertar de su tarea es preciso saber si existen esas personalidades de alma egregia que puedan constituir las minorías selectas.




[1] Entendido como los logros culturales más elevados conseguidos hasta el momento.
[2] Sin duda, entre los profesionales de la medicina pueden estar reconocidos una serie de especialistas que destaquen sobremanera y que podrían considerarse la élite de la medicina. Pero poca o ninguna identificación mantendrían con aquellos otros especialistas que sobresalieran en el campo de la arquitectura o, por ponerlo  más difícil, en el campo de la filosofía
[3] Algo de esto  se pone de manifiesto si contemplamos los diferentes lazos de pertenencia social y cómo ellos van a afectar en consecuencia la orientación de las investigaciones, en el distinto quehacer de los eminentes investigadores médicos que trabajan para la industria Bayer o la de aquellos otros que hacen lo propio en el equipo del investigador colombiano J. Patarroyo.
[4] Esta visión típicamente masculina de entender el hecho de ser mujer como una función, con seguridad no sería compartida por Maria Zambrano, eminente discípula de Ortega.
[5] Y ella es “la división más radical que cabe hacer de la humanidad” (RM, 69).

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