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lunes, 25 de marzo de 2013

Elitismo y poder social. Estudio crítico del concepto orteguiano de minoría. Las minorías y el ejercicio de sus funciones (3).



3.- Las  minorías y el ejercicio de sus funciones.




Durante varias décadas del siglo pasado, entre la élite de los saberes filosóficos que contribuyeron al sostenimiento de la actividad y las investigaciones filosóficas se encontraron dos grandes maestros que compartieron como misma matriz filosófica la fenomenología existencial, a saber, M. Heidegger y J.P. Sartre. Nadie duda en reconocerles tal condición dentro de la comunidad filosófica. Pero fuera de ella y en relación a la sociedad, ¿compartían el mismo  nivel de integración, reconocimiento o de interacción identificable por el hecho de pertenecer a la minoría selecta que cultivaba el saber filosófico? Sabemos que no. Por ello la función social de ambos fue bien diferente. No por cultivar el magisterio filosófico, que ambos se reconocían, les llevaba más allá del estudio e interés en sus respectivas obras.


Se puede objetar que, en el caso de los filósofos citados, la relación sostenida por cada uno de ellos con la sociedad de su tiempo fue debida a las consecuencias de su propia filosofía. En cuanto a la ontología heideggeriana se refiere, porque  la carencia de valor de la voluntad, y por tanto del ser humano como  sujeto, significa la renuncia a la ética. Aunque sea un ente privilegiado (sólo él puede formularse la pregunta que interroga por el sentido  del ser), no deja  de ser un ente entre los entes. El ser, en cuanto acontecer del ente, marcará el destino de cada época. A la postre, al ser humano sólo le cabe esperar el destino del ser. “Pues, en efecto, de acuerdo con ese destino, lo  que tiene que hacer el hombre en cuanto existente es guardar la verdad del ser. El hombre es el  pastor del ser. Esto es lo único que pretende pensar Ser y Tiempo cuando experimenta la existencia extática como <cuidado>”, escribe Heidegger en Carta sobre el humanismo (p. 39).

 Por el contrario, en Sartre, la conciencia es siempre conciencia de algo. Remite a su objeto, el en si, que es macizo y estático, completo. Pero la conciencia, ser para sí, o sea, presente a sí misma, es indeterminada por vacío del en sí, se dirige siempre a un ser que no es ella misma. Lo posible es aquello de lo que carece el para sí para ser en sí. Sobre esta carencia del para sí, funda la posibilidad de la libertad. Así, esta nada abocada a las cosas que es la conciencia humana, permite entender su esencial libertad. El ser humano, estando obligado a ser libre, buscará realizarse (el para sí desea ser) mediante el  compromiso, “…el hombre está continuamente fuera de sí mismo; es proyectándose y perdiéndose fuera de sí mismo como hace existir al hombre y, por otra parte, es persiguiendo fines trascendentales como puede existir; el hombre siendo este rebasamiento mismo y no captando los objetos sino con relación a este rebasamiento, está en el corazón  y en el centro de este rebasamiento (…) Humanismo porque recordamos al  hombre que no  hay otro legislador que él mismo, y que es en el desamparo donde decidirá sobre sí mismo, y porque mostramos que no es volviendo hacia sí mismo, sino siempre buscando fuera de sí un fin que es tal o cual liberación, tal o cual realización particular, como el hombre se realizará precisamente en cuanto humano.” (El existencialismo es un humanismo (p.85-6) La ética, bajo el imperativo de la libertad, será la consecuencia necesaria e inmediata.

Algún heideggeriano podrá argumentar que la inutilidad de la moral y de la acción política no significa que tenga que aceptarse, aunque sea por cuestiones estéticas, la degradación y humillación de unos seres humanos por otros, la insensibilidad frente a las injusticias. Ciertamente; el propio Heidegger lo llega a reconocer pocas líneas antes en la obra citada[1]. Y eso es justamente lo escandaloso de la actitud de Heidegger con la Alemania nazi. La grandeza de su filosofía no le eximía de la responsabilidad de denunciar la violación sistemática de los derechos humanos, la degradación total de la dignidad humana y el genocidio perpetrado en los campos de concentración. Menos aún su implicación con el régimen aceptando el rectorado y el carnet del  partido nacional-socialista. Posición bien distinta fue la sostenida por Sartre, quien preso por los nazis, contribuyó activamente en la Resistencia francesa. Su compromiso con la sociedad pudo apreciarse en el apoyo decidido a los movimientos emancipatorios de los 60, con el Tribunal Russell contra las guerras y genocidios, etc. Sirvan estas muestras para observar la desigual relación e identificación con la problemática de la sociedad de su tiempo por parte de ambos filósofos.

Con esto volvemos a plantear la cuestión de las minorías selectas respecto al conjunto de la sociedad. Heidegger y Sartre pudieron ser reconocidos como parte de la élite del mundo filosófico y como tal, gozaron  del prestigio inherente a su condición de grandes maestros. Pero nada indica que puedan compartir  conciencia de alguna  identidad común respecto a la sociedad fuera del ámbito académico y filosófico. Más aun, si ahora de lo que se trata es de pretender una función social dirigente, con una serie de objetivos, y todo ello compartido por las élites de actividades socio-profesionales diversas, incluyendo por supuesto las consideradas de mayor contenido intelectual y artístico, la empresa parece errar de destinatario a no ser que los planteamientos vayan en otra dirección más deudora de lo que es el ejercicio del poder por sostener y compartir intereses comunes.

Pero Ortega no desconoce el que puedan existir motivaciones diversas en quiénes puedan ser consideradas personalidades calificadas y reconocidas por su excelencia. Si ser hombre masa es “ser como todo el mundo”, o lo que es lo mismo, estar sometido a las pautas propias del proceso de socialización como está instituido, no sería difícil, en rigor sería lo más fácil, hacer dejación en muchos instantes de la vida del esfuerzo y exigencia que significa ser minoría selecta. De esta manera, podrían comprenderse actitudes que no se ajustaran a esa radical dicotomía. Así, Ortega no tendría ningún problema a la hora de catalogar quién ejerce con su responsabilidad como personalidad egregia, y cuando hace dejación de ella comportándose como masa. Algo de esto sería lo que, a juicio de Ortega, podría haberle ocurrido a una de las pocas personalidades egregias que, en La rebelión de las masas, señala como propias de su tiempo: A. Einstein[2]. Ocho años más tarde (1.937), en su ensayo Sobre el pacifismo, y ante el posicionamiento de Einstein favorable a la legalidad republicana frente al golpe de Estado propiciado por los militares y de claro matiz fascista, con apoyo alemán e italiano durante la guerra civil, Ortega le quita burdamente el reconocimiento anterior: “Hace unos días Alberto Einstein se ha creído con “derecho“ a opinar sobre la guerra civil española y tomar posición ante ella. Ahora bien: Alberto Einstein usufructúa una ignorancia radical sobre lo que ha pasado en España ahora, hace siglos  y siempre. El espíritu que le lleva a esta insolente intervención es el mismo que desde hace mucho tiempo viene causando el desprestigio  universal del hombre intelectual, el cual, a su vez, hace que hoy vaya el mundo a la deriva, falto de pouvoir spirituel”. (RM, 236,). Siguiendo esta curiosa manera de proceder de quien  no ha tenido reparo en escribir, analizar y opinar sobre el acontecer de otros países europeos[3], se podrían hacer cábalas acerca de bajo qué categoría englobaría la actitud y el comportamiento bajo el dominio nazi sobre Europa de M. Heidegger (filonazi) o J.P. Sartre (proizquierdista) .

Tan fácil es vivir como todo el mundo, aceptar el hecho de la masificación y situarse en el nivel del hombre masa, o lo que es lo mismo, no realizar ningún esfuerzo y exigencia personal, tal como la vida en sociedad se ofrece desde principios del siglo XX [4]–según Ortega-, como difícil no abandonarse en algún instante de las actitudes que caben esperar de quien es tenido por excelente. Así, quién, cuándo y por qué se es excelente, personalidad egregia o selecto miembro de una minoría que tenía por destino prevenir el ”vaciado de proyectos, anticipaciones e ideales” (RM, 92) a que nos ha conducido el utopismo progresista de la Ilustración, sigue siendo una incógnita. Que la anterior debiera haber sido la tarea de las minorías selectas, una tarea de la que la que –según Ortega- habrían desertado, no resuelve la duda de si ese peculiar y minoritario sujeto de la historia española[5] alguna vez existió.


Francisco del Río.
Profesor de Filosofía.



[1] Escrita en 1947, precisamente el año de los procesos  de Nuremberg, no antes
[2] “…esto requiere un esfuerzo de unificación, cada vez más difícil, que cada vez complica regiones más vastas del saber total. Newton pudo crear su sistema físico sin saber mucha filosofía, pero Einstein ha necesitado saturarse de Kant y de Mach para poder llegar a su aguda síntesis. Kant y Mach –con estos nombres se simboliza sólo la masa enorme de pensamientos filosóficos y psicológicos que han influido en Einstein- han servido para liberar la mente de éste y dejarle la vía franca hacia su innovación” (RM, 143).
[3] Tampoco la lectura de este ensayo, Sobre el pacifismo, habría sido del agrado de los intelectuales pacifistas ingleses. Si además alguno de ellos es republicano, su perplejidad iría en aumento con el Prólogo para franceses, donde tras detenerse en la ceremonia de coronación y el simbolismo que representa, Ortega exaltaría las virtudes de la Monarquía inglesa (RM,61-2).
[4] Extraña la “percepción” de ese “mundo” orteguiano. Pero pretender pasar por análisis social de la década de los veinte del siglo pasado en nuestro país o, por decirlo con las palabras de Ortega “facción de nuestra época que es visible con los ojos de la cara”, “el hecho de la aglomeración, del lleno” y que describe: “Las ciudades están llenas de gente. Las casas, llenas de inquilinos. Los hoteles, llenos de huéspedes. Los trenes, llenos de viajeros. Los cafés, llenos de consumidores. Los paseos, llenos de transeúntes. Las salas de los médicos famosos, llenas de enfermos. Los espectáculos, como no sean muy extemporáneos, llenos de espectadores. Las playas, llenas de bañistas. Lo que antes no solía ser problema empieza a serlo casi de continuo: encontrar sitio” (RM,66), es una exageración propia de un carácter elitista o el sueño visionario de un urbano aristócrata acerca de cómo llegarán a estar las ciudades y playas en el cambio de milenio. 
[5] Ortega sostendrá que en la historia de otros países europeos, Inglaterra, Francia o Alemania especialmente, sí puede hablarse de la presencia de minorías que habrían sido las protagonistas del superior desarrollo de la modernidad en sus propios países.

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