4. Qué minorías serían
esas que se han ausentado en la sociedad española desde la constitución del Estado.
Pensando el concepto de minoría selecta o de élite, no como una categoría
sociológica (tanto minorías de subsistemas sociales funcionalmente definidos
como en términos de grupos de poder sobre la sociedad) o política, tal como
sucede en las modernas sociedades occidentales donde la burocratización del
Estado ha conformado orgánicamente una clase política, sino más bien a lo que posteriormente se entendería por la
función social de los intelectuales[1],
o lo que es lo mismo, el ejercicio de la actividad intelectual como estímulo de
la renovación social, en este sentido, el concepto de minoría sí parece más
apropiado para el que Ortega defendería los años anteriores a la dictadura de
Primo de Rivera (1.923) y que coincidiría con la época marcada primero por la
influencia neokantiana (hasta 1.913 aproximadamente), en la que la labor de los
intelectuales complementaría a la burguesía emergente y su acercamiento
posterior a la fenomenología husserliana y abandono de las categorías sociales
modernas.
Ortega entendería la influencia social del intelectual de forma alejada de
lo que es directamente la representación política o participación en el poder
político. Pretendió llevarlo a cabo con
la fundación de la Liga de Educación Política en 1913 reuniendo a un buen
número de ellos. Pero, ¿qué mensaje lleva a aquellos intelectuales que
acompañan la aparición pública de la Liga
en el folleto Vieja y nueva política? Aquí sí vamos a encontrar
una explicitación de las élites en sentido estructural, de manera que el
destinatario del mensaje no puede ser más concreto: “… me dirijo a los nuevos
hombres privilegiados de la injusta sociedad –a los médicos e ingenieros,
profesores y comerciantes, industriales y técnicos-; me dirijo a todos ellos y
les pido su colaboración”[2] O sea, la emergente burguesía que mostraba
energías diferentes a los sectores que apoyaban la monarquía oligárquica. Una
burguesía que comparte intereses técnicos, sociales y económicos, identidad que
la caracteriza como grupo y clase social y que,
en definitiva, su futuro va a estar ligado al propio del programa
modernizador y de vertebración nacional. El catalizador de la propuesta será la
intelectualidad madrileña, a quien Ortega trataría de encomendar la asunción de
la principal puesta en marcha de la pedagogía social, la educación política de
las masas. Pero parece claro que no habla a los intelectuales para que ejerzan
directamente la función dirigente en la sociedad, sino que lo que pretende es
que sea la burguesía quien asuma la dirección social y política., mientras que
aquellos se encargarían, desde su condición de intelectuales, de las funciones
de formación, difusión y extensión en el mundo cultural, académico y mediático.
En efecto, durante esta época, Ortega se muestra como un ilustrado defensor
de la Modernidad y cuyo programa racionalizador, de organización y
tecnificación pretende para una “España
vertebrada y en pié” frente a la inerte, arcaica y regresiva, la España oficial
de la monarquía oligárquica que tendría en el canovismo su principal apoyo. En
este proyecto de modernización y europeización
los sindicatos y el partido obrero tendrían un papel decisivo, una vez
nacionalizado su ideario y programa político, de manera que entre todas las
potencias modernizadoras se superase la situación de atraso que España tenía
respecto a los demás países europeos. Pero tras el fracaso de su propuesta y el
desengaño del reformismo, Ortega inicia un repliegue hacia la esfera individual
dando por terminada su etapa neokantiana. Con Democracia morbosa efectuaría
una vuelta a Nietzsche criticando el igualitarismo y relativizando el valor de
la democracia, presente también en España invertebrada: “El pretendido
aliento democrático que, como se ha hecho notar reiteradamente, sopla por
nuestras más viejas legislaciones y empuja el derecho consuetudinario español,
es más bien puro odio y torva suspicacia frente a todo lo que se presente con
la ambición de valer más que la masa y, en consecuencia, de dirigirla.” (EI,
128). No obstante, aún sigue pensando en la burguesía[3]
como la clase social responsable del proceso de crecimiento y nacionalización
del sistema económico. Pero el repliegue
continúa[4] y en El
tema de nuestro tiempo (1.923) plantea el proceso histórico bajo el
protagonismo de las individualidades egregias, lo que también desarrollará en España
invertebrada: el origen del atraso y decadencia de la modernización en España no se deberá a
carencias del propio proceso por incapacidad de la burguesía para llevarlo a
cabo, sino que habría que retrotraerse a la Edad Media, a la escasa
implantación del feudalismo como consecuencia de la influencia producida por el
Bajo imperio romano, en plena decadencia, sobre las tribus visigóticas. La idea
romana, que también será moderna,
establece que el ser humano tiene derechos desde su nacimiento y que el
Estado tiene que regular y garantizar. Con ella quedaría disminuido el
reconocimiento, autoridad y mérito de las aristocracias. Ésta, sin
embargo, se vería fortalecida en el
derecho germánico, donde los derechos, autoridad y señorío, tienen que ser
ganados, y después de ganados, defendidos. Se tienen más o menos, éstos o
aquellos, según los grados y potencias de esta prejurídica personalidad. La
exaltación de las minorías configuraría una sociedad forjada sobre el
decisionismo y autoridad de los mejores (de los más poderosos). Ese nivel de
las minorías, de los mejores, se proyectaría e irradiaría en los procesos de
colonización, consagrando poderosas naciones modernas.
Situación distinta será la que dejará la impronta visigótica, que arriban
“extenuadas, degeneradas”, sin minoría selecta, sin suficiente minoría de
nobles, generando un incipiente desarrollo del feudalismo por lo que el pueblo
se adueñará del proceso de colonización[5],
imbuido de su espíritu gregario y dando lugar a la decadencia desde la propia
Edad Media, que se arrastra por la modernidad hasta el siglo XX, dominado por
el hombre masa. Del derecho romano a la
debilidad de los señores, de la escasez de nobles en el feudalismo a la
ausencia de los mejores en la modernidad y el triunfo del hombre masa en la
actualidad ha habido una línea de continuidad. Por la vía de unas incipientes y
poco formadas minorías causadas por la influencia del derecho romano, hoy el
niño mimado, el aristócrata heredero o señorito satisfecho, el especialista científico y el bárbaro
primitivo, características propias del hombre masa, dominan la sociedad
española. Esta peculiar determinismo histórico marcado por el espíritu de la
aristocracia o de su ausencia[6] y que nos
condena al fracaso y a la masificación[7],
dicho con palabras de Ortega: “La rebelión sentimental de las masas, el odio a
los mejores, la escasez de éstos –he ahí la razón verdadera del gran fracaso
hispánico.”, parece limitar los posibilidades y la libertad de los individuos
para decidir su futuro colectivo. Determinismo y limitación como la de
cualquier filosofía de la historia propia de la modernidad, a las que Ortega
criticaba. No es que Ortega, al modo de las filosofías de la historia hegeliana
o marxistas, contemple la historia como un transitar indefectiblemente dirigido
hacia una meta, sino que al contrario,
el sentido de ésta, es el que los seres humanos, con su acción, le vayan
dando a cada paso. En efecto, vivir es, “ante todo, lo que podemos ser,…
decidir entre las posibilidades lo que podemos ser” (RM, 93).
Circunstancia y decisión serán los dos elementos radicales de que se compone la
vida. “La fatalidad en que caemos al caer en este mundo” no será la de imponernos una trayectoria, sea la
propia de la teología judeo-cristiana, o las versiones secularizadas de la
modernidad, sino que “nos impone varias y, consecuentemente, nos fuerza… a
elegir” (RM, 93). Al problema que se suscitaría si fuesen las
circunstancias las que decidieran, Ortega responde que “las circunstancias son
el dilema, siempre muevo, ante el cual tenemos que decidirnos”.[8] Pero
a renglón seguido añade que “el que
decide es nuestro carácter” y que eso mismo sucede en la vida colectiva, donde
“la resolución que elige y decide…el modo efectivo de la existencia… emana… del
carácter que la sociedad tenga” (RM, 94) que será el del tipo de hombre
dominante, que “en nuestro tiempo domina el hombre-masa; es él quien decide.” (RM,
94). Este carácter de la sociedad, que es el carácter de la aristocracia
o de su progresiva disminución, hasta nuestro tiempo, parece convertirse en determinante
en el tránsito histórico hacia un presente que se proyectaría en futuro
desolador dominado por el espíritu del hombre masa.
En general tono pesimista, Ortega atisba pretendidas posibilidades de
futuro. Para ello parte de la aceptación del modelo jerárquico debido a una
necesidad propia de la naturaleza[9] , o si se
prefiere, de la condición humana, y el establecimiento de que la organización
de la vida pública y la sociedad tienen que estar dirigidas por las minorías
excelentes, es presentado como un tránsito natural, pacífico y sin conflictos
intrasociales del ser humano por la sociedad y la historia[10].
Sólo la perversión de las masas al pretender suplantar a los mejores puede
impedir dicho proceso y, para Ortega, lo que podría ser un futuro mejor: “No
basta con mejoras políticas: es imprescindible una labor mucho más profunda que
produzca el afinamiento de la raza”. El instrumento de purificación y
mejoramiento será el “eterno instrumento de una voluntad operando
selectivamente” (EI, 138), operación casi tan natural como la propia de
la selección de las especies, de suerte que nos encontraríamos con una
propuesta próxima a aquellas otras conocidas como darwinismo social, más
deudora de W. G. Sumner que de H. Spencer.
Cuando hoy se habla de minorías, lo habitual es que se refiera a aquellas
que lo son porque provienen de estratos sociales que ya estaban en el poder, o
porque llegan al poder. Un poder entendido como red de relaciones de dominio
que atraviesa la sociedad, distribuye la riqueza material y cultural producida
por la humanidad, desde el dinero a la ciencia, de las funciones sociales al
culto a la personalidad. Ortega sólo deja entrever algo[11],
pero olvida que son los individuos los que luchan y se enfrentan, los que
pretenden el poder que dé acceso a esa riqueza. La sociedad primigenia no tuvo
el carácter deportivo, festivo, religioso, que Ortega le atribuye, ni fue la
ejemplaridad estética, mágica o simplemente vital de unos pocos la que atrajo a
los dóciles[12], por el
simple hecho de que ya nuestros antepasados primates vivían en sociedad.
Vivimos en sociedad porque somos animales; y si la complejidad social[13] ha
derivado en estructuras jerárquicas estables se ha debido al uso de la fuerza y
con la fuerza se han mantenido; incruenta o violenta, la lucha por el poder y
los privilegios no puede negarse a lo largo de la historia. Con el desarrollo
de la técnica y la violencia institucionalizada, la sofistisficación de las
técnicas de reproducción y el poder pastoral, el poder social se retroalimenta
dando la apariencia de pacíficas relaciones sociales. Estas relaciones de
dominio que atraviesan el conjunto de estratos sociales, que se diversifican y
reproducen, casi siempre en silencio, sólo es a veces es roto por el murmullo o
por los sollozos: las minorías han conseguido el reconocimiento de selectas
sobre el sufrimiento de las mayorías.
[1] No
sólo después; Voltaire o Zola responderían a esa caracterización de
intelectuales.
[2]
Citado por A. Elorza en La razón y la sombra (p.77)
[3] El
industrial papelero, colaborador de Ortega, Urgoiti, será el paradigma.
[4]
Abandona categorías sociológicas modernas, como las clases sociales definidas
estructuralmente.
[5]
“Si hubiera habido feudalismo, probablemente habría habido verdadera
Reconquista, como hubo en otras partes Cruzadas, ejemplos maravillosos de lujo
vital, de energía superabundante, de sublime deportismo histórico”. (EI,
122). Demasiada crudeza adjetivar el fanatismo religioso y la razzia como
lujo vital y sublime deporte.
[6] Para
Ortega “la historia es ante todo historia de la mente, del alma” (ensayo
“Juventud” en RM, 247). Este alma o espíritu que marcará el proceso
histórico es el de la aristocracia.
[7]
Una
evidencia que no casaría con esa peculiar filosofía de la historia, donde el
espíritu de la aristocracia marcaría la evolución de las sociedades, es que la
rebelión de las masas se ha producido en todos los países de Occidente y otros,
hayan tenido o no influencia del derecho romano, minorías fuertes en el feudalismo
y una modernidad más o menos implantada, según la insuficiencia o fuerte
implantación de una aristocracia moldeada por le autoridad y el dominio. Desde
EE.UU a los países de la ex URSS, pasando por el sudeste asiático o Australia,
no parece que el futuro sea muy diferente.
[8]
Un autor como K. Marx, cuya filosofía de la historia es habitualmente
calificada –no sin razón- como determinista, sin embargo en la relación
individuo-circunstancia hará una apuesta mayor en favor de la libertad y la capacidad
de acción y transformación por el ser humano que la antedicha por Ortega: “Las
circunstancias hacen al hombre en la misma medida que éste hace a las
circunstancias” (La ideología alemana, 41). Esta obra es de la supuesta
etapa de madurez donde Marx rompe con el humanismo imperante en la anterior. En
mi opinión, el humanismo está presente en toda su obra, aunque a veces quede
oscurecido por lecturas hegelianas al hacer interpretaciones generales de la
historia, tal como sucede –entre otros - en el prefacio de la
Contribución a la crítica de la economía política.
[9]
“Donde hay cinco hombres en estado normal se produce automáticamente una
estructura jerarquizada”. (RM, 244). En mi opinión, para que se produzca
una estructura se necesita estabilidad de los elementos y funciones determinadas. Donde hay cinco hombres en
estado normal se podrán producir multitud de situaciones donde unos realicen
mejor que otros determinado tipo de actividades, y se acepten en consecuencia
jerarquías temporales y variables dependiendo de los tipos de actividades que
los cinco vayan decidiendo.
[10]
“…definir la sociedad, en última instancia, como la unidad dinámica espiritual
que forman un ejemplar y sus dóciles. Esto indica que la sociedad es ya de
suyo y nativamente un aparato de perfeccionamiento. Sentirse dócil a otro
lleva a convivir con él y, simultáneamente, a vivir con él; por tanto, a
mejorar en el sentido del modelo. El impulso de entrenamiento hacia ciertos
modelos que quede vivo en una sociedad será lo que ésta tenga verdaderamente de
tal.” (EI, 105).
[11] “Tal
vez el poder social no depende normalmente del dinero, sino, viceversa, se
reparte según se halla repartido el poder social” (“Los escaparates mandan”, RM,
241).
[12]
“Estas primigenias sociedades tuvieron un carácter festival, deportivo o
religioso. La ejemplaridad estética, mágica o simplemente vital de unos pocos
atrajo a los dóciles” (EI, 104).
[13]
También cierta complejidad social es parte de nuestra herencia primate.
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