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viernes, 24 de mayo de 2013

La función rectora de las minorías en la propuesta de Ortega. Luces y sombras como conclusión (y 5).





5. La función rectora de las minorías en la propuesta de Ortega. Luces y sombras como conclusión.

Tras las dispersas, poco precisas -y a veces inconexas- caracterizaciones acerca de quiénes, cuándo y cómo podrían ser las minorías selectas de las cuales se palpa y lamenta su ausencia, al menos para la función directora de la sociedad que Ortega querría, me atrevería a aventurar la siguiente hipótesis, a partir tanto de España invertebrada como de La rebelión de las masas:



1.-Aspira a que un reducido número de personalidades excelentes, “almas egregias”, filósofos e intelectuales en el mayor sentido de la palabra, proporcionen una determinada visión del mundo y de la historia que proporcionen los elementos y principios teóricos válidos para proyectar y anticipar el futuro de cara al ejercicio de la acción política y cultural así como la organización de la vida pública. Los ejes sobre los que giraría su aportación teórica, su filosofía, serían la crítica posilustrada y la superación de la Modernidad sobre la base de una nueva espiritualidad que revitalizando la razón y volviéndola a la historia podría vislumbrarse para el futuro.

2.-En un nivel de funciones más específicas y diferenciadas se situarían las minorías especialmente calificadas para la política. También el arte y la cultura. Estas ejecutarían y desplegarían en la práctica pública el ideario propuesto por aquellos intelectuales cuya maestría y ejemplaridad admirarían. El contenido de su actividad se situaría en el impulso de un liberalismo de nuevo cuño basado en la promoción y selección de los mejores[1] a través de la cultura del esfuerzo y la superación, el fomento de la europeización y el desarrollo tanto de la ciencia y la técnica como de la cultura en general como instrumentos para el despliegue de las capacidades humanas individuales. Viviría para sus ideales como norma que regule su vida.

3.-Finalmente el pueblo aceptaría el gobierno de los mejores. Su docilidad vendría dada por el reconocimiento de las superiores cualidades para el ejercicio de la política, la cultura y  el arte. Participarían en la elección[2]de aquellas minorías calificadas para la actividad política y el gobierno, una vez escuchado su competente y sano juicio. Los modelos y arquetipos propuestos serán admirados y seguidos porque se reconoce respetuosamente la autoridad de las minorías por los méritos que han alcanzado. Seguirán con laboriosidad, de forma virtuosa y disciplinada las funciones que su destino encomiende hacer, desde el conocimiento de la entrega, esfuerzo y exigencia que a lo largo de la historia la aristocracia ha realizado para alcanzar y poder vivir en la sociedad de su tiempo.

Esta hipótesis sobre la relación minoría-masas y que está propuesta como modelo para la configuración de la sociedad, parece un modelo jerárquico. Y ciertamente lo es.[3] Ortega vislumbra su posibilidad: “… y empieza a brotar un nuevo hontanar afectivo de amor a la jerarquía, a las faenas constructoras y a los hombres egregios capaces de dirigirlas” (EI, 134). Ortega no recogió el guante lanzado desde el falangismo y nunca aceptó el fascismo. Pero la exaltación elitista de las minorías, la necesidad de la jerarquía[4] y la disciplina, hacen de su modelo atractivo al totalitarismo; no obstante la defensa a ultranza de la vida y libertad individual, lo aproximan al liberalismo; por ello, de este equilibrio, aspira para un futuro europeo, una nueva fe, lo que considera su salvación: “El totalitarismo salvará al liberalismo, destiñendo sobre él, depurándolo, y gracias a ello veremos pronto a un nuevo liberalismo templar los regímenes autoritarios. Este equilibrio puramente mecánico y provisional permitirá una nueva etapa de mínimo reposo, imprescindible para que vuelva a brotar en el fondo del bosque que tienen las almas, el hontanar de una nueva fe.” (RM, 239).

Concluyendo este estudio sobre el concepto de minorías selectas y el uso que de este hace Ortega, terminaría resumiendo:

1.- Las minorías selectas, calificadas o excelentes no conforman un grupo social en cuanto tales.

2.- Sólo pueden estudiarse de manera estructural desde subsistemas sociales definidos por su función, que Ortega sólo deja atisbado.

3.- Carece de capacidad heurística ni es válido como categoría social refiriendo “minorías selectas” como “los mejores”, en el uso que hace Ortega.

4.-  Para la función directora de la sociedad y la organización de la vida pública, es del todo irrelevante referirse a “minoría” exclusivamente por las características de esfuerzo y exigencias personales así como la coincidencia efectiva de sus miembros en algún deseo, idea o ideal que por sí sólo excluye el gran número. Es además contradictorio con el uso de las minorías como estables, homogéneas y que mantienen una relación con la sociedad equivalente. 

5.- En este último sentido, el concepto de minoría podría utilizarse como grupos que ostentan el poder, o relación de dominio en la que la mayoría aparece subordinada a la minoría, en un determinado aspecto de la vida social. Dado que poder implica relación de fuerzas, Ortega niega ese análisis para las estructuras resultantes en la sociedad actual. A pesar de ello, admite la fuerza en la genealogía del dominio.

6.- Los miembros de la élite de un grupo social, definido por su función en el subsistema que se trate, pueden mantener con la sociedad relaciones diferentes, al igual que con  otras minorías selectas y los miembros de estas con la sociedad. No tiene por qué existir algún tipo de relación de las minorías entre sí.

7.- Estar considerado entre la minorías intelectuales, no quiere decir tener una visión integral del universo, la cultura, la historia o la ciencia.

8.- La exigencia y el esfuerzo personal es insuficiente para ser considerado “excelente” en una actividad o campo social determinado. Los méritos están condicionados socialmente y suelen estar corporativamente asignados.

9.- Las minorías de los grupos social y políticamente subordinados (dirigentes sindicales, de organizaciones cívico-sociales, etc.), pueden estar en conflicto abierto y permanente con las minorías o grupos sociales que ostentan el poder. No puede dirigir la sociedad quien está excluido, por muy “egregiamente disciplinado que sea” o “intente valorarse por las razones que sea”, a no ser por la emancipación de las relaciones de subordinación, posibilidad que Ortega rechaza.

10.- Cualquier aglomerado de individuos puede tener diferentes jerarquías según para qué (y ese para qué es ilimitado). Si alguna jerarquía se mantiene establemente al margen de la función, esta jerarquía se sostiene por la fuerza. Las decisiones sobre función y organización que en cada momento el grupo o sociedad considere necesario para sí, es una decisión colectiva que compete a todos los individuos que componen el grupo. No se puede naturalizar (u ocultar) el hecho producido por las condiciones económicas, sociales, técnicas y culturales que incrementan o disminuyen la potencialidad de los individuos que viven en sociedad.  

Con todo, es innegable la realidad que Ortega nos anuncia: la masificación se ha impuesto en nuestras sociedades y el hombre-masa ejerce su dominio en todas las parcelas de poder social, cultural y político. Las categorías de hombre-masa han desplazado a la de pueblo culturalmente identificado por ideales de humanidad y proyecto de vida en común expresados en el ejercicio democrático de la soberanía. El autogobierno del pueblo con mecanismos de democracia participativa, deliberativa y directa, es una quimera en esta situación de dominio de las masas. Si el llamamiento de Ortega a romper la tiranía del hombre-masa, a abrir nuevos horizontes, no se produce por la acción decidida de un cada vez un mayor número de hombre y mujeres, la Europa de las masas, la cartesiana Europa de meras mercancías productoras y consumidoras,  perpetuará la miserable condición humana, la asfixiante mediocridad cultural y política que hoy se manifiesta en la crisis del sistema. Y la sombra del fascismo, como mayor exponente político-cultural del dominio del hombre-masa, surgiendo desde el fascismo sociológico subyacente desde el siglo pasado en nuestras sociedades, puede aparecer aunque sea camuflado en odres nuevos.



Francisco del Río Sánchez
Profesor de Filosofía



[1] “… de hoy en adelante, un imperativo debiera gobernar las voluntades: el imperativo de selección” (EI, 138).
[2] Sobre los mecanismos de participación , elección, organización y administración del Estado, Ortega no dice apenas nada desde desde 1918,  donde mantiene lo esencial del esquema de Vieja y nueva política. Después irá perdiendo progresivamente confianza en la democracia como principio de organización social. En La redención de las provincias (1.928) propondrá un sistema que favoreciera la elitización.
[3] Hasta tal punto, que el líder falangista, J. A. Primo de Rivera recoge el esquema para recordarle a Ortega el cumplimiento de su deber “su voz profética y su voz de mando” (cit. por A. Elorza en La razón y la sombra, 224)
[4] “Donde hay cinco hombres en estado normal se produce automáticamente una estructura jerarquizada. Cual sea el principio de esta es otra cuestión. Pero alguno tendrá que existir siempre.” (En el art. “Los escaparates mandan”, recogido en RM, 244)


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