Aunque el republicanismo ha
estado presente en muchos momentos de nuestra historia, parecía que desde el
siglo XIX estaba siendo arrinconado por otras corrientes filosófico-políticas.
Con todo, no puede decirse que, en el debate teórico, el republicanismo hubiese
mostrado argumentos menos sólidos o convincentes. No sólo no fue así sino que
también desde teorías rivales, como el liberalismo, se han producido
aproximaciones al republicanismo, como es el caso del liberalismo igualitario o
solidarista representado por J. Rawls. Pero en cualquier caso, será la
tradición liberal la que se impondrá durante la segunda mitad del siglo XX
hasta nuestros días.
Las ideas republicanas, no obstante, han
cobrado en la actualidad un nuevo empuje ante el visible deterioro de las
relaciones sociales y la pérdida de credibilidad de las instituciones y las
formas democráticas vigentes. El Estado liberal, y el neoliberalismo como
ideología, aparecen en las críticas como los responsables de la atomización
social y de un individualismo de tipo posesivo que, finalmente, ha
caracterizado a la sociedad como un mercado regulado por relaciones económicas
que los individuos establecen entre sí persiguiendo su propio interés. Como
consecuencia, la utilización de los otros como simples instrumentos o medios para
la obtención de los propios fines, ha devenido finalmente en que cada individuo
sea considerado como una mercancía más entre otras. Triunfante esa idea acerca
de la sociedad y las relaciones sociales, el modelo de democracia mejor
adaptado y más consecuente a ella sería aquél en que la capacidad de decisión y el
autogobierno de los ciudadanos fuese lo más limitado posible. Para este modelo,
heredero de la concepción elitista de la democracia presente en autores como Max
Weber o Schumpeter, la soberanía del pueblo se limita en la práctica a un mero
procedimiento de selección de los gobernantes en la que los profesionales de
la política actúan siguiendo los dictados de los mercados y orientando su
acción por la necesidad de preservarse en el poder, cayendo fácilmente en el
nepotismo y la corrupción. La extensión de este modelo de democracia en
Occidente ha incrementado el distanciamiento de los gobernantes con los
representados, especialmente las clases populares, dando lugar finalmente a las
movilizaciones contra las instituciones y el sistema a que asistimos en los
últimos años (desde el movimiento 15M hasta las recientes marchas por la
dignidad del 22M). En sus reclamaciones aparecen la demanda de otras formas
democráticas que garanticen la soberanía del pueblo, el autogobierno, el
control de la economía y la ruptura con las tiranías ejercidas por los mercados así como unas nuevas relaciones sociales. Precisamente, ideas que han sido centrales
en el discurso republicano.
El republicanismo había ofrecido
históricamente nuevas formas de organizar la sociedad. Rechazando la tiranía y
la dominación, reivindicó una idea robusta de libertad que, para su
sostenimiento, precisaba de ciudadanos virtuosos. Tal y como se sostiene desde
la tradición aristotélica, para ello se requería de determinadas condiciones
políticas y económicas que el buen gobierno debía desarrollar y mantener. Por
ello, podemos hoy afirmar con el republicanismo, que para la presencia de
ciudadanos/as virtuosos y políticamente activos, es (y era) necesario que las instituciones
básicas de la sociedad y el modo en que se regula la economía, queden bajo
control ciudadano y se orienten hacia el ideal de ciudadanía. Entre algunas de
la propuestas realizadas en ese sentido, el de alcanzar dichos fines o ideales,
podemos destacar, por ejemplo, cómo para asegurar la no-dominación, los
republicanos propusieron el control de los representantes con medidas tales
como la rotación obligatoria de cargos y la revocación de los mandatos (en caso
de incumplimientos). Especial atención concedieron a aquellas instituciones que
alentaban la discusión pública en torno al bien común y una organización
económica tal que fuese la que mejor pudiera contribuir al fomento de buenos
ciudadanos, al servicio de la virtud cívica. En definitiva, como sostiene Q.
Skinner, para los republicanos el ideal del bien común debe ser puesto por encima
de cualquier otra consideración relacionada con la obtención de beneficios
individuales; una ciudadanía activa que evite que la comunidad quede a merced
de la ambición de gobernantes o voracidad de grupos facciosos, así “para el
mantenimiento de un gobierno libre, es indispensable que todo el cuerpo
político de los ciudadanos esté imbuido de un sentido de la virtud pública tan
poderoso que no pueda ser sobornado ni obligado a que las fuerzas externas o
las ambiciones facciosas socaven el bien común”. De esta forma, la separación
del republicanismo respecto a los principios sostenidos por el liberalismo
parece definitiva. No olvidemos que en el liberalismo, la función de los
gobernantes es la de garantizar y proteger los derechos individuales frente a
cualquier interferencia, incluido del propio Estado, de manera que sus
intereses y fines particulares no puedan ser limitados por el grupo al que
pertenecen.
Si el republicanismo, desde sus
orígenes en la Grecia clásica, ha insistido en el valor de la participación
en la vida pública, en la participación activa en el debate y en la toma de
decisiones, su modelo de democracia, desde las de fórmulas de democracia
directa practicadas en las polis griegas, se aproximaría al concepto
deliberativo de democracia, que en la actualidad plantean autores como Jürgen Habermas
(y antes por John Dewey). En efecto, la reivindicación de las ideas de
autodeterminación, igualdad política y participación en los procesos de toma de
resoluciones, así como la importancia concedida a una forma de vida en la que
el espacio público ocupe un lugar central, ha hecho del modelo deliberativo de
democracia el más adecuado a los planteamientos republicanos y que, hoy,
también palpita en los movimientos de indignados a nivel mundial.
Aunque las demandas democracia
directa, siguiendo la estela de aquellos principios de la democracia griega que
regulaban la participación en la asamblea (ekklesia), a saber, isonomía o igualdad ante la
ley, isegoría o igualdad de palabra y koinomía o comunidad de cooperación para
alcanzar el bien público, de todos (en lugar de centrarse en bien particular),
están presentes en buena medida en el espíritu y propuestas libertarias del
movimiento 15-M y demás movimientos ciudadanos, sin embargo, parece más
adecuado que, dada la complejidad de nuestras sociedades y las consiguientes
dificultades para el ejercicio de la democracia directa, un modelo de
democracia deliberativa heredero de aquél. Este modelo tiene como principio básico la
participación activa en el proceso deliberativo de todas las personas que
puedan ser afectadas por la norma y que permita el acuerdo y la aprobación
antes de proceder a la aplicación de la regla de la mayoría, pero al que también habría que incorporar otras prácticas posibles de democracia directa (algunas de ellas
ensayadas en otros países). Para superar el actual modelo de democracia que,
aunque se presente como democracia parlamentaria y participativa, en realidad
es un modelo elitista de democracia, los
cambios tendrían que ser más radicales y profundos que limitarse a la reforma
de la ley electoral, el poder judicial, el senado o los privilegios de la clase
política.
Los ideales republicanos de
autogobierno, de subordinación del interés particular al público, la libertad
frente a la tiranía, la participación activa de una ciudadanía bien informada,
la priorización del espacio público que permita el ejercicio virtuoso de la
ciudadanía, el sometimiento de la economía, de los mercados y gobernantes a las
decisiones democráticas tras procesos deliberativos establecidos en condiciones
de igualdad y reciprocidad, son una aspiración que debe transformar e incrementar
la calidad de la democracia. Una democracia deliberativa y directa que se está
siendo vivida en las propias prácticas de los movimientos ciudadanos. En ella, la
comunicación horizontal que se ha generado a través de internet (bien sea en
redes sociales, foros, blogs, móviles, etc.) y en las calles y plazas, está
cimentando unas prácticas alejadas del verticalismo de las instituciones,
empresas, partidos, sindicatos y medios de comunicación. Se conforma así un
ágora que es virtual y es real, que se despliega sin centro y se repliega sin
márgenes. En su acción práctico-política, ha ocupado plazas, calles y viviendas
vacías, se debate tanto desde el anonimato con las nuevas tecnologías como
utiliza la palabra y la mano alzada en la asamblea y en la calle. No hay
vanguardia, élites ni masas; es, en suma, la conciencia indignada de multitud
de individuos que se agrega o desagrega cuando se perciben empáticamente
situaciones intolerables, racionalmente injustificadas, cuando ha dejado de
reconocerse la dignidad humana. Tiene fases, pero no asciende ni desciende
porque no hay base: no es una clase o grupo social quien la da consistencia.
Son movimientos transpolíticos que responden alternativamente al pensamiento
único y atraviesa diferentes sectores de la sociedad con una aspiración
radicalmente democrática: es la ciudadanía en proceso de empoderamiento, en pos
del ideal republicano de virtud pública.
Francisco del Río
Profesor de Filosofía
No hay comentarios:
Publicar un comentario