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lunes, 14 de abril de 2014

Ideas republicanas para la calidad de la democracia: una perspectiva para el actual proceso de empoderamiento ciudadano.


                                                                               


Aunque el republicanismo ha estado presente en muchos momentos de nuestra historia, parecía que desde el siglo XIX estaba siendo arrinconado por otras corrientes filosófico-políticas. Con todo, no puede decirse que, en el debate teórico, el republicanismo hubiese mostrado argumentos menos sólidos o convincentes. No sólo no fue así sino que también desde teorías rivales, como el liberalismo, se han producido aproximaciones al republicanismo, como es el caso del liberalismo igualitario o solidarista representado por J. Rawls. Pero en cualquier caso, será la tradición liberal la que se impondrá durante la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días.

Las ideas republicanas, no obstante, han cobrado en la actualidad un nuevo empuje ante el visible deterioro de las relaciones sociales y la pérdida de credibilidad de las instituciones y las formas democráticas vigentes. El Estado liberal, y el neoliberalismo como ideología, aparecen en las críticas como los responsables de la atomización social y de un individualismo de tipo posesivo que, finalmente, ha caracterizado a la sociedad como un mercado regulado por relaciones económicas que los individuos establecen entre sí persiguiendo su propio interés. Como consecuencia, la utilización de los otros como simples instrumentos o medios para la obtención de los propios fines, ha devenido finalmente en que cada individuo sea considerado como una mercancía más entre otras. Triunfante esa idea acerca de la sociedad y las relaciones sociales, el modelo de democracia mejor adaptado y más consecuente a ella sería aquél en que la capacidad de decisión y el autogobierno de los ciudadanos fuese lo más limitado posible. Para este modelo, heredero de la concepción elitista de la democracia presente en autores como Max Weber o Schumpeter, la soberanía del pueblo se limita en la práctica a un mero procedimiento de selección de los gobernantes en la que los profesionales de la política actúan siguiendo los dictados de los mercados y orientando su acción por la necesidad de preservarse en el poder, cayendo fácilmente en el nepotismo y la corrupción. La extensión de este modelo de democracia en Occidente ha incrementado el distanciamiento de los gobernantes con los representados, especialmente las clases populares, dando lugar finalmente a las movilizaciones contra las instituciones y el sistema a que asistimos en los últimos años (desde el movimiento 15M hasta las recientes marchas por la dignidad del 22M). En sus reclamaciones aparecen la demanda de otras formas democráticas que garanticen la soberanía del pueblo, el autogobierno, el control de la economía y la ruptura con las tiranías ejercidas por los mercados así como unas nuevas relaciones sociales. Precisamente, ideas que han sido centrales en el discurso republicano.

El republicanismo había ofrecido históricamente nuevas formas de organizar la sociedad. Rechazando la tiranía y la dominación, reivindicó una idea robusta de libertad que, para su sostenimiento, precisaba de ciudadanos virtuosos. Tal y como se sostiene desde la tradición aristotélica, para ello se requería de determinadas condiciones políticas y económicas que el buen gobierno debía desarrollar y mantener. Por ello, podemos hoy afirmar con el republicanismo, que para la presencia de ciudadanos/as virtuosos y políticamente activos, es (y era) necesario que las instituciones básicas de la sociedad y el modo en que se regula la economía, queden bajo control ciudadano y se orienten hacia el ideal de ciudadanía. Entre algunas de la propuestas realizadas en ese sentido, el de alcanzar dichos fines o ideales, podemos destacar, por ejemplo, cómo para asegurar la no-dominación, los republicanos propusieron el control de los representantes con medidas tales como la rotación obligatoria de cargos y la revocación de los mandatos (en caso de incumplimientos). Especial atención concedieron a aquellas instituciones que alentaban la discusión pública en torno al bien común y una organización económica tal que fuese la que mejor pudiera contribuir al fomento de buenos ciudadanos, al servicio de la virtud cívica. En definitiva, como sostiene Q. Skinner, para los republicanos el ideal del bien común debe ser puesto por encima de cualquier otra consideración relacionada con la obtención de beneficios individuales; una ciudadanía activa que evite que la comunidad quede a merced de la ambición de gobernantes o voracidad de grupos facciosos, así “para el mantenimiento de un gobierno libre, es indispensable que todo el cuerpo político de los ciudadanos esté imbuido de un sentido de la virtud pública tan poderoso que no pueda ser sobornado ni obligado a que las fuerzas externas o las ambiciones facciosas socaven el bien común”. De esta forma, la separación del republicanismo respecto a los principios sostenidos por el liberalismo parece definitiva. No olvidemos que en el liberalismo, la función de los gobernantes es la de garantizar y proteger los derechos individuales frente a cualquier interferencia, incluido del propio Estado, de manera que sus intereses y fines particulares no puedan ser limitados por el grupo al que pertenecen.

Si el republicanismo, desde sus orígenes en la Grecia clásica, ha insistido en el valor de la participación en la vida pública, en la participación activa en el debate y en la toma de decisiones, su modelo de democracia, desde las de fórmulas de democracia directa practicadas en las polis griegas, se aproximaría al concepto deliberativo de democracia, que en la actualidad plantean autores como Jürgen Habermas (y antes por John Dewey). En efecto, la reivindicación de las ideas de autodeterminación, igualdad política y participación en los procesos de toma de resoluciones, así como la importancia concedida a una forma de vida en la que el espacio público ocupe un lugar central, ha hecho del modelo deliberativo de democracia el más adecuado a los planteamientos republicanos y que, hoy, también palpita en los movimientos de indignados a nivel mundial.

Aunque las demandas democracia directa, siguiendo la estela de aquellos principios de la democracia griega que regulaban la participación en la asamblea (ekklesia), a saber, isonomía o igualdad ante la ley, isegoría o igualdad de palabra y koinomía o comunidad de cooperación para alcanzar el bien público, de todos (en lugar de centrarse en bien particular), están presentes en buena medida en el espíritu y propuestas libertarias del movimiento 15-M y demás movimientos ciudadanos, sin embargo, parece más adecuado que, dada la complejidad de nuestras sociedades y las consiguientes dificultades para el ejercicio de la democracia directa, un modelo de democracia deliberativa heredero de aquél. Este modelo tiene como principio básico la participación activa en el proceso deliberativo de todas las personas que puedan ser afectadas por la norma y que permita el acuerdo y la aprobación antes de proceder a la aplicación de la regla de la mayoría, pero al que también habría que incorporar otras prácticas posibles de democracia directa (algunas de ellas ensayadas en otros países). Para superar el actual modelo de democracia que, aunque se presente como democracia parlamentaria y participativa, en realidad es un modelo elitista de democracia, los cambios tendrían que ser más radicales y profundos que limitarse a la reforma de la ley electoral, el poder judicial, el senado o los privilegios de la clase política.

Los ideales republicanos de autogobierno, de subordinación del interés particular al público, la libertad frente a la tiranía, la participación activa de una ciudadanía bien informada, la priorización del espacio público que permita el ejercicio virtuoso de la ciudadanía, el sometimiento de la economía, de los mercados y gobernantes a las decisiones democráticas tras procesos deliberativos establecidos en condiciones de igualdad y reciprocidad, son una aspiración que debe transformar e incrementar la calidad de la democracia. Una democracia deliberativa y directa que se está siendo vivida en las propias prácticas de los movimientos ciudadanos. En ella, la comunicación horizontal que se ha generado a través de internet (bien sea en redes sociales, foros, blogs, móviles, etc.) y en las calles y plazas, está cimentando unas prácticas alejadas del verticalismo de las instituciones, empresas, partidos, sindicatos y medios de comunicación. Se conforma así un ágora que es virtual y es real, que se despliega sin centro y se repliega sin márgenes. En su acción práctico-política, ha ocupado plazas, calles y viviendas vacías, se debate tanto desde el anonimato con las nuevas tecnologías como utiliza la palabra y la mano alzada en la asamblea y en la calle. No hay vanguardia, élites ni masas; es, en suma, la conciencia indignada de multitud de individuos que se agrega o desagrega cuando se perciben empáticamente situaciones intolerables, racionalmente injustificadas, cuando ha dejado de reconocerse la dignidad humana. Tiene fases, pero no asciende ni desciende porque no hay base: no es una clase o grupo social quien la da consistencia. Son movimientos transpolíticos que responden alternativamente al pensamiento único y atraviesa diferentes sectores de la sociedad con una aspiración radicalmente democrática: es la ciudadanía en proceso de empoderamiento, en pos del ideal republicano de virtud pública. 


Francisco del Río
Profesor de Filosofía

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