Los acreedores, representados por
la troika (Comisión Europea, BCE y FMI) y El Estado griego se enfrentan a un
dilema: a ninguno de los dos le interesa ni quiere una ruptura total. Los
acreedores dejarían de cobrar a cuenta de la deuda que Grecia tiene con ellos y
que supera los 317.000 millones de euros. Tendrían que asumirlo como pérdidas y
eso saben que generaría consecuencias impredecibles en la economía europea.
Grecia incurriría en un período de inestabilidad financiera y política,
con caída del PIB, sin que una eventual recuperación del dracma permitiera
vislumbrar una salida tan a corto plazo como para mantener a la población
mínimamente resignada a la espera de tiempos mejores.
Como en el dilema del prisionero (mejor
dicho, con una variación del mismo), existen varias posibilidades: (A) la troika
achaca toda responsabilidad de la situación al Estado griego, declarándose
inocente. (B) Para el Gobierno de Grecia, los responsables de hundir al país
han sido las políticas austericidas de la troika exigidas en los planes de
rescate. (C) La troika se declara a sí misma responsable de la situación en
Grecia debido a sus imposiciones. (D) El Gobierno griego asume la culpabilidad
del Estado acerca de la situación por no haber desarrollado políticas de
control de la deuda. Ninguno sabe la actitud que tomará el otro. En el dilema
del prisionero, el fiscal propone a los dos encarcelados la misma oferta por
separado y ninguno sabe la que adoptará el otro. En esta variación que aquí se
propone, serían las previsibles consecuencias de las decisiones que se adopten
las que sirvan como oferta: si ninguno de los dos asume su responsabilidad, no
hay acuerdo y ambos tendrán que pagar las consecuencias: la troika dejará de
cobrar y Grecia entrará en bancarrota. Pero si la troika asume su
responsabilidad, tendría que reestructurar la deuda y mantener el apoyo
económico a Grecia a través del MEDE, permitiendo que el Gobierno de Syriza
desarrolle su programa enfocado hacia el crecimiento económico y el desarrollo
del Estado del bienestar, revertiendo así las políticas que han perjudicado a
la población desde que comenzaron los programas de rescate. Si es Grecia quien
asume que la situación alcanzada es debida exclusivamente a la ineficiente
política económica de los últimos gobiernos (descontrol del gasto público, la
política fiscal, ineficiente gestión de los programas de rescate, etc.), entonces
tiene que aceptar las condiciones para la extensión del rescate y un tercer rescate:
reforma laboral, reducción del gasto público, recorte de las pensiones, subida
del IVA, copago sanitario, etc.
Desde el punto de vista de los
intereses de cada cual, es decir, la estrategia egoísta, ninguno declararía su
responsabilidad. Pero entonces las consecuencias serían desastrosas para ambos.
Pero cabe otra alternativa (como la que el fiscal ofrece en el dilema). Más irracional como opción para cada parte, pero estratégicamente es la que podría
convenir para un resultado menos malo. Tiene un riesgo: no sabes si el otro la asumirá o te dejará
en la estacada. Consiste en que cada uno asuma la responsabilidad, un
grado de culpabilidad por la situación generada, aunque piensen que no haya
sido así. En consecuencia, ambos renuncian
a ser exonerados y tendrán que pagar. La opinión pública lo asumiría como
inevitable, aunque tampoco lo piense, como asumiría el supuesto castigo que cada uno
recibiría. La troika tendría que aceptar la reestructuración de la deuda, sí,
pero no contabilizaría la deuda como pérdida, desparecerían las consecuencia sobre
el sistema financiero y las instituciones europeas mantendrían su actual status.
Grecia tendría que aceptar determinadas condiciones para un tercer rescate
financiero (30.000 millones de euros), pero con medidas más suaves (como serían
una menor reducción a las pensiones o edad de jubilación, al IVA aplicable en
las islas, sobre el mercado laboral, el copago sanitario y oras medidas
respecto al empleo público. Por último, el pago de la deuda podría ligarse al
crecimiento). La concreción de todas ellas es lo que estos días se escenifica
con mensajes en doble dirección, declaraciones, entrevistas y referéndum; es decir, lo que
tendrán que asumir, por injusto que parezca, antes de que se imponga una
consecuencia mayor.
También va a depender de la
inteligencia estratégica de las partes que toman las decisiones, de las cabezas
visibles de ambas: Tsipras y Merkel. Si confían en la capacidad de juego el uno
del otro, el resultado puede ser el menos malo para ambos. Si se impone la
desconfianza (pensar que la otra parte te puede dejar en la estacada) o la defensa a ultranza de las propias convicciones en cada caso, entonces la quiebra
de Grecia y la crisis en la eurozona serán una realidad.
Conclusión para quienes creemos en la presencia y operatividad de racionalidad estratégica: habrá acuerdo.
Francisco del Río
Profesor de filosofía
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