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domingo, 2 de febrero de 2014

Si la identidad humana no permite hablar de una naturaleza común, ni de una página en blanco o del fantasma de la máquina, las construcciones éticas y filosófico-políticas no pueden sustentarse en ninguno de esos supuestos. Una conclusión.




Negada la existencia de una naturaleza humana común de la que participaría cada ser humano, y con ello -como vengo exponiendo hasta ahora- me refiero a una naturaleza que fuese más allá de los fundamentos biológicos o del genoma compartido, hoy no puede aceptarse ninguna construcción teórica, ética o política, acerca de lo que el ser humano debe ser o de los ideales que pueden inspirar su vida y la sociedad que sea resultado de alguna de estas recurrentes teorías acerca de la naturaleza humana. No puede ser posible la defensa de un modelo de sociedad y de Estado sobre la base de unos individuos egoístas (el liberalismo), malos (Maquiavelo), sometidos a leyes morales inmutables (el escolasticismo y el catolicismo), buenos (Rousseau y algunos anarquismos). Tampoco como si el ser humano fuese guiado por un alma, el fantasma de la máquina, el alma racional que puede dirigir y organizar según sus criterios la vida humana y la sociedad (Descartes y el racionalismo), ni es la página en blanco de algunos empiristas, de cierta psicología (el conductismo y otras) y corrientes pedagógicas. Por otra parte, los márgenes de decisión y de libertad, aunque fuertemente condicionados por la propia constitución psico-biológica y las estructuras sociales y simbólicas  –como antes he señalado-, no permiten que pueda aceptarse ningún tipo de determinismos natural, social o histórico[i] como explicación del ser humano y que sean la base de una propuesta de futuro de la humanidad.


Los seres humanos comparten una identidad social con el grupo en el que han sido socializados, una identidad que ha sido forjada históricamente en el seno de una comunidad (pueblo, cultura o Estado). Es así porque la estructura de las necesidades nos muestra unas condiciones bastante similares y cuya forma de satisfacerlas en el seno de la propia comunidad tenderán a homogeneizarse. En definitiva, son estrategias adaptativas coincidentes en las que se utilizan los conocimientos adquiridos, la ciencia y la técnica. Se comparte, por tanto, la cultura como forma eficaz de adaptación al medio. Pero el contenido concreto que cada persona tenga que darle esa estructura similar de las necesidades, más allá del modo de vida y de lo que cada individuo interioriza de la propia cultura, tendrá sus características particulares resultado de sus propias elecciones. Por eso sólo podremos hablar de condición humana, una condición a la que somos arrojados para elegir entre las oportunidades que el mundo en que vivimos, con sus limitaciones, nos presenta. Desde esa frágil condición en que se encuentra cada individuo, entre lo congénito y lo adquirido, cada existencia tendrá que ir forjando su propia identidad.

Una vida razonable, conducida por normas justas, o una vida buena orientada hacia la felicidad, tiene que sustentarse en esa libertad que caracteriza a la existencia. Ninguna propuesta moral o política puede eludir tampoco la presión estructural de las circunstancias, los límites que imponen, pero las elecciones sobre el modelo de vida buena, o en el ámbito político, sobre la organización social y el Estado, no deja de ser una responsabilidad individual y de todos los miembros de la propia comunidad. Las elecciones que cada persona va decidiendo responden a sus propias convicciones, y estas son constantemente modificadas por nuevas experiencias. Como señalaba Ortega, el proyecto humano está continuamente rehaciéndose, de manera que el ser humano van siendo y des-siendo en un proyecto inacabable, viviendo y reviviendo una realidad que siempre es móvil.

Las teorías éticas y las propuestas filosófico-políticas que alimentan aspiraciones humanas no pueden concebirse ni para un sujeto idéntico ni para una realidad estática. Pero más allá de la estructuras están los individuos, las subjetividades que surgen con la rebelión frente a las diferentes formas de dominio. Y son estas nuevas subjetividades quienes pueden aspirar al reconocimiento de la igual dignidad para todo ser humano, quienes pueden formular un futuro más humano y sustentable. Y a ser posible, también, una vida más felicitante.
  




[i] Althusser (1918-1990) sostenía que la historia es un proceso sin sujeto ni fines cuyo motor son las fuerzas productivas y la lucha de clases determinada por ellas. La historia no tiene sentido. Todos somos sujetos, marionetas de la historia: bailamos al son de algo sin sentido.




Francisco del Río
Profesor de Filosofía

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