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sábado, 17 de diciembre de 2011

La moralización del Estado: una renovada y hasta ahora fracasada aspiración de la ciudadanía y la sociedad civil.



Ethos y kratos: una relación problemática.


Los acontecimientos vividos en los últimos meses, desde la primavera árabe hasta el revulsivo mundial que ha supuesto el movimiento 15M, han situado al modelo de democracia actual en centro de las preocupaciones de la ciudadanía, con una extensión que alcanza a prácticamente los cinco continentes.

El poder político aparece cada vez más cuestionado y distanciado de la ciudadanía a quien teóricamente tendría que representar en las instancias de decisión política. La percepción mayoritaria en muchos países, y en concreto en el Estado español, es que los políticos que ejercen profesionalmente esta actividad acatan mejor los dictados procedentes de poderes externos que los compromisos adquiridos en los períodos electorales. En consecuencia, la demanda de una mayor extensión de la democracia mejorando su calidad e incorporando medidas de democracia directa y deliberativa, se ha llegado a convertir en un clamor; aunque, ahora, parece haber ralentizado su aumento. Incluso también se tiene la sensación de que la indignación y las demandas en la profundización de la democracia no se han asumido con la radicalidad esperada, especialmente tras las elecciones en el Estado español y Egipto.

No obstante, es evidente la progresiva separación de la ciudadanía con los representantes políticos, acusados de estar más bien al servicio del capital y mercados financieros, cuando no del mantenimiento de sus privilegios y de corruptelas, que del ejercicio de la actividad política para la mejora de bien común o bienestar general, promoviendo la justicia y la virtud ciudadana. Por ello, vuelve a plantearse el problema de la moralización de la política, de la eticidad en el Estado y la moralidad pública. En definitiva, de la relación entre ética y poder

Si entendemos el poder como multiplicidad de relaciones de dominio, su análisis sobrepasa la centralidad del poder político, de la legitimidad de la soberanía, del Estado e, incluso, lo que hoy se entiende por ética ciudadana. Es cierto que no puede haber separación estanco, que el poder no se encuentra estáticamente localizado y que, como Foucault sostenía, la sociedad está atravesada por relaciones de dominio interrelacionadas que no pueden disociarse; como tampoco establecerse sin una producción, acumulación y circulación de discursos de verdad. Mecanismos de poder, reglas del derecho y efectos de verdad son necesarios para que el poder funcione. El poder no es algo dividido entre los que los que lo detentan exclusivamente y los que no lo tienen y lo soportan; “el poder funciona, se ejercita a través de una organización reticular. Y en sus redes no sólo circulan los individuos, sino que además están siempre en situación de sufrir o de ejercitar ese poder, no son nunca el blanco inerte o consintiente de ese poder ni son siempre los elementos de conexión. En otros términos, el poder transita transversalmente, no está quieto en los individuos” (Foucault, 1979) [1] . Por tanto, no podemos deslindar el poder político de la trama del poder, de la red de relaciones de dominio que caracterizan nuestras sociedades; aun más, sin ella, el Estado no podría ejercer su hegemonía tal como hoy lo hace. Pero en la medida que el ámbito del Estado es un ámbito institucionalizado y público, que ocupa un lugar central en la organización y distribución del poder, nos permitirá un parcial análisis desde el que observar la relación con la sociedad civil y con el discurso de verdad que lo legitima, con la ciudadanía y con la moral.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Retrasan inexplicablemente la publicación del libro "Hay Alternativas". Los autores lo publican en soporte digital.


Ante los inexplicables retrasos por parte de la Editorial Aguilar, los autores de "Hay Alternativas" deciden publicar el libro en soporte digital y gratuitamente para todo el público. En este libro se pone al descubierto el origen de la actual crisis económica, la profunda desigualdad social como consecuencia de las políticas neoliberales, el desmantelamiento del Estado de bienestar y el deterioro de las condiciones materiales de los sectores más desfavorecidos de la población.


Frente a ello, estos tres autores proponen otra política económica en la que la salida de la crisis no beneficie a las élites económicas y financieras y no signifique un retroceso en las conquistas sociales. Es posible con el fortalecimiento del sector público y la introducción de mecanismos para que los beneficios del sector financiero repercutan en la actividad productiva y el crecimiento sostenible. Para ello se hace imprescincible políticas orientadas al fortalecimiento de la demanda. Además de desmitificar el neoliberalismo y poner al descubierto los intereses que se ocultan, plantea la necesidad de que la ciudadanía controle la actividad económica mejorando la calidad de la democracia.


Vicent Navarro ha sido catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Barcelona. Actualmente es Catedrático de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Pompeu Fabra (Barcelona, España). Es también profesor de Políticas Públicas en The Johns Hopkins University (Baltimore, EEUU) donde ha impartido docencia durante 35 años. Dirige el Programa en Políticas Públicas y Sociales patrocinado conjuntamente por la Universidad Pompeu Fabra y The Johns Hopkins University. Dirige también el Observatorio Social de España .


Juan Torres, economista, es escritor y miembro del Consejo Científico de Attac España. Es Catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla. Mantiene la página web Ganas de Escribir y coordina la página web dedicada a información económica altereconomia.org.


Alberto Garzón, máster en Economía Internacional y Desarrollo por la Universidad Complutense de Madrid y profesor de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla así como miembro del colectivo Economía crítica y crítica de la economía.

lunes, 17 de octubre de 2011

El capitalismo en crisis: una crisis ética consecuente con la lógica del sistema.




Hace casi 150 años, en el libro primero de “El Capital”, describiendo el funcionamiento del sistema capitalista, sostenía su autor que "el capital tiene un solo impulso vital, el impulso de valorizarse, de crear plusvalor, de absorber, con su parte constante, los medios de producción, la mayor masa posible de plustrabajo. El capital es trabajo muerto que sólo se reanima, a la manera de un vampiro, al chupar trabajo vivo, y que vive tanto más cuanto más trabajo vivo chupa”. Con esta cruda imagen Marx señalaba la lógica interna del funcionamiento del sistema capitalista. Un sistema que tras su irrupción hace más de 200 años se ha extendido a la práctica totalidad de países. En Occidente, el continuo desarrollo de las fuerzas productivas, es decir, la ciencia y la técnica aplicadas a la producción y la fuerza de trabajo, incrementó notablemente la riqueza material de la sociedad y, también, con oscilaciones varias, mejoró las condiciones de existencia de la mayoría de la población.

Esa mejora en las condiciones materiales de existencia de prácticamente todos los sectores de la población, incluidos los más desfavorecidos, sirvió para que El Capital y toda la obra de Marx fuese pasando al olvido. Su entierro parecía definitivo tras la desaparición del bloque del Este, hegemonizado por la URSS, donde oficialmente decían seguir la tradición marxista. Pero en general, hacía ya tiempo que la teoría marxista había sido abandonado, y el análisis, y justificación, del sistema capitalista estaba asumido desde aquel otro magno estudio, “La riqueza de las naciones”. En esta obra, A. Smith describía el sistema capitalista y la sociedad civil como un mercado en el que cada individuo perseguía su propio interés, pero que, contra lo que posteriormente sostendría Marx, más candorosamente, afirmaba que “al orientar esa actividad para producir un valor máximo, el (hombre) busca sólo su propio beneficio, pero en este caso, como en otros, una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos… Al perseguir su propio interés, frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si de hecho intentase fomentarlo”. Y esa convicción, la de la legitimidad de la búsqueda del propio interés, de maximizar beneficios minimizando costes, ha funcionado como la ideología de los sectores dominantes de la población dando lugar al neoliberalismo como doctrina y que, en la actualidad, hegemoniza la llamada “ciencia” económica y está presente en las élites económicas y políticas orientando las políticas gubernamentales en la mayoría de los países.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Manifiesto de la Escuela de Filosofía de la Asamblea de Granada (1ª parte)




SPANISH REVOLUTION. PROYECTO DE MANIFIESTO 15-M

Escuela de Filosofía de la Asamblea de Granada

PRIMERA PARTE. 12 TESIS Y UNA PROPUESTA.

La Escuela de Filosofía de la Asamblea de Granada se define como la escuela del pensamiento de las personas filósofas indignadas. Su tarea consiste en dar cuenta de la unidad interna entre la gran Filosofía, el pensamiento popular y la spanish revolution, así como la crítica a la ideología del sistema imperante. Por ejemplo, la expresión popular “bueno, bonito y barato”, es decir, lo bueno, lo bello y lo económico es similar a la del filósofo griego Heráclito, del s. VI a.e., “lo bueno, lo bello y lo justo”, donde un sentido de lo justo que no esté ya dicho en lo bueno parece que es, justamente, lo económico. Estos son principios grandes entre los grandes, y son la medida que todas las personas tenemos para cuanto pensamos, deseamos, queremos y hacemos. Una forma de ver la falsedad de la ideología de este sistema es que ha convertido estos principios en imposibles, incluso en principios negativos a combatir. Las personas indignadas, en cambio, queremos un “sistema” ( político, económico, jurídico, etc.) bueno, bello y económico.

TESIS:

1ª. Ética política universal.
Este manifiesto no es una ideología sino un proyecto de ética política universal, y, por tanto, está y estará por siempre abierto.

2ª. Liberación.
Luchamos, con la fuerza del amor, no la del odio, contra todo régimen de señorío y servidumbre, sea cual fuere la máscara que adopte. En la verdadera comunidad política reinan la amistad pública y la felicidad pública.
También el burgués es un régimen de señorío y servidumbre, y el modo de vida burgués una esclavitud. La dominación de la clase burguesa aparece de un modo relativo. Aunque el derecho abstracto que hoy padecemos es burgués, no es una clase dominante establecida jurídicamente de un modo expreso. Sin embargo, sí lo es, de hecho, generalmente, por nacimiento en una familia rica. Hay situaciones intermedias, las de las clases medias, que sirven y son servidas, pero también son o pueden ser relaciones de señorío y servidumbre; también aquí hay, por turnos, dominación, humillación, etc. No es un servicio recíproco, democrático, el de la buena división del trabajo, el de la cooperación. Las clases medias amortiguan la tensión, pero no hacen que el régimen sea libre. Sigue, pues, habiendo dos clases, la heredera (¡y sus ideologías son las que más hablan de mérito!) y la desheredada. Lo cual es incompatible con la Democracia.



Todo el sistema burgués (en política, en economía, incluso en la ciencia, según creen) se rige por esta regla: “sí o no, lo tomas o lo dejas”. (Pero, si no, tienes dictadura o no comes). No hay deliberación, conocimientos, experiencia, debates, críticas, propuestas, participación… Un voto cada cuatro años y, para muchos, aceptar cualquier empleo, es lo máximo a lo que se puede aspirar en este sistema.

3ª. Dignidad humana.
Ética política universal, decimos. Este manifiesto pretende ser una muestra de que lo universal no ha de ser pensado como algo que, por su generalidad, sea un concepto cuasi vacío, y que por ello puede cumplir una opresiva función ideológica (como el etnocentrismo, por ejemplo). Lo universal, referido a la esencia, es, para la Filosofía, lo más intensivo y concreto, en este caso, la persona. (Políticamente, la persona ciudadana).

lunes, 5 de septiembre de 2011

15-M: diagnosis de un movimiento transpolítico por la democracia y la dignidad del ser humano.




Voy a resumir, a modo de conclusión, el análisis realizado en los anteriores artículos acerca de la situación del ser humano y la sociedad en nuestra cultura europea, situación que en la actualidad ha dado lugar a un estado generalizado de indignación finalmente expresado (en el Estado español) a través del movimiento 15-M.


En el primer artículo analizábamos las corrientes de pensamiento filosófico-político que desde la Ilustración han tratado de fundamentar racionalmente la organización social y la vida del ser humano. Veíamos cómo el reconocimiento de su dignidad con el objetivo de avanzar hacia una humanidad en libertad, en un orden social justo, constituyó el eje central que inspiró buena parte de la producción filosófica del movimiento ilustrado. Sin embargo, la dignidad humana quedó en una aspiración ética y sólo reconocida formalmente, pues los derroteros, como criticó Marx, avanzaron hacia una progresiva cosificación del ser humano, a su tratamiento como una mercancía más entre otras mercancías.


En buena medida ello fue así porque se impuso el pensamiento liberal, que pretendía la inviolabilidad de las libertades individuales y de la sociedad civil, reduciendo el papel del Estado a su condición de garante de las mismas. El resultado de entender la sociedad civil como un sistema comercial, un mercado autónomo y libre de las injerencias del Estado ha sido la creciente desigualdad económica y social, la generación de estructuras sociales que impiden en la práctica el ejercicio real de las libertades por clases sociales y sectores mayoritarios de la población.


El fracaso evidente de la consideración de la dignidad humana como un derecho inalienable de todas las personas, a pesar de que con el Estado del bienestar se trató de disminuir dicha situación, ha provocado la revuelta ética a la que asistimos en nuestros días. Esto fue tratado en el segundo de los artículos.

domingo, 28 de agosto de 2011

Los movimientos sociales y el movimiento 15-M frente al sistema de partidos.




Se debate en la actualidad acerca de si las reivindicaciones del movimiento 15-M deben canalizarse a través de un partido político, o lo que es lo mismo, si el movimiento debe transformarse en un partido político, o si, por el contrario, el movimiento 15-M debe mantenerse en todo momento ajeno a la lucha partidaria. Algunas voces, minoritarias, también apuntan al apoyo del movimiento a alguna fuerza política ya instituida y más sensible a sus demandas, la cual pudiera ser Izquierda Unida. Analicemos lo que ha sido la relación entre movimientos y partidos políticos.


Lo primero que hemos de constatar es que a lo largo de la historia ha habido movimientos que han surgido desde grupos sociales, estructuralmente definidos, y que han surgido como expresión de sus intereses. Este es el caso de la burguesía como movimiento, especialmente desde el XVlll, con la Ilustración como movimiento cultural que recogía sus reivindicaciones, el movimiento obrero un siglo después a través de los sindicatos o el movimiento feminista, primero como sufragista y, más tarde, como movimiento por la igualdad y el derecho a la diferencia. Ya en la segunda mitad del siglo XX, han surgido otros movimientos no ligados a grupos sociales estructuralmente constituidos, sino a estados de conciencia y socialmente transversales. Entre ellos el movimiento ecologista y el movimiento pacifista.


Los movimientos que respondían a intereses de clase, pronto germinaron en partidos políticos que canalizaron programáticamente los modelos socio-económicos adecuados a sus intereses. Los partidos eran la vanguardia, o vanguardias debido a la fragmentación que se produjo, organizada de la clase a la que representaba. La burguesía y la clase obrera eran sus referentes. En su ideario propugnaban el ideal emancipatorio de la Modernidad, basado en la autonomía de la razón y la realización de la libertad. Para los partidos que representaban los intereses de la burguesía, el Estado liberal, como Estado constitucional de derecho, era la consumación de su proyecto. Por parte de los partidos que representaban los intereses de la clase obrera, el Estado social vendría a dar cuenta de las aspiraciones del movimiento obrero, bien como Estado social y democrático de derecho, bien como Estado socialista que tendría el comunismo, sociedad sin Estado, como meta final.

viernes, 12 de agosto de 2011

Ideas republicanas para la calidad de la democracia: una perspectiva en el movimiento 15-M.



Aunque el republicanismo ha estado presente en muchos momentos de nuestra historia, parecía que desde el siglo XVIII estaba siendo arrinconado por otras corrientes filosófico-políticas. Eso no quiere decir que, en el debate, el republicanismo hubiese mostrado argumentos menos sólidos o convincentes. No sólo no es así, sino que también desde teorías rivales, como el liberalismo, se han pretendido aproximaciones al republicanismo, como es el caso del liberalismo igualitario o solidarista representado por J. Rawls. Pero en cualquier caso, será la tradición liberal la que se impondrá durante la segunda mitad del siglo XX hasta nuestro días.

Estas ideas republicanas han cobrado, en la actualidad, un nuevo empuje ante el visible deterioro de las relaciones sociales y la pérdida de credibilidad de las instituciones y las formas democráticas vigentes. El Estado liberal, y el neoliberalismo como ideología, aparecen en las críticas como los responsables de la atomización social y de un individualismo de tipo posesivo que, finalmente, ha caracterizado a la sociedad como un mercado regulado por las relaciones económicas que los individuos establecen entre sí persiguiendo su propio interés. Como consecuencia, la consideración de los demás como medios para los propios fines, la instrumentalización de las personas, ha devenido finalmente en la consideración de cada individuo como una mercancía más entre otras. Triunfante esa idea acerca de la sociedad y las relaciones sociales, el modelo de democracia mejor adaptado y más consecuente sería aquél en que la capacidad de decisión y el autogobierno de los ciudadanos fuese lo más limitado posible. Para este modelo, heredero de la concepción elitista de la democracia presente en autores como Carl Schmitt o Schumpeter, la soberanía del pueblo se limita en la práctica a un mero procedimiento de selección de los gobernantes, en la que los profesionales de la política actúan siguiendo los dictados de los mercados y orientando su acción por la necesidad de preservarse en el poder, cayendo fácilmente en el nepotismo y la corrupción. La extensión de este modelo de democracia en Occidente, ha incrementado el distanciamiento de los gobernantes con los representados, especialmente las clases populares, dando lugar finalmente a las movilizaciones contra las instituciones y el sistema a que asistimos estos días. En sus reclamaciones aparece la demanda de otras formas democráticas que garanticen la soberanía del pueblo, el autogobierno, el control de la economía y la ruptura con las tiranías ejercidas por los mercados; unas nuevas relaciones sociales. Precisamente, ideas que han sido centrales en el discurso republicano.

El republicanismo había ofrecido históricamente nuevas formas de organizar la sociedad. Rechazando la tiranía y la dominación, reivindicó una idea robusta de libertad que, para su sostenimiento, precisaba de ciudadanos virtuosos. Tal y como se sostiene desde la tradición aristotélica, para ello se requería de determinadas condiciones políticas y económicas que el buen gobierno debía desarrollar y mantener. Por ello, podemos hoy afirmar con el republicanismo, que para la presencia de ciudadanos/as virtuosos y políticamente activos, era y es necesario que las instituciones básicas de la sociedad y el modo en que se regula la economía, queden bajo control ciudadano y se orienten hacia el ideal de ciudadanía. Entre algunas de la propuestas realizadas en ese sentido, el de alcanzar dichos fines, podemos destacar, por ejemplo, cómo para asegurar la no-dominación, los republicanos propusieron el control de los representantes con medidas tales como la rotación obligatoria de cargos, la revocación de los mandatos (en caso de incumplimientos). Consideraron especialmente aquellas instituciones que alentaban la discusión pública en torno al bien común y una organización económica tal que fuese la que mejor pudiera contribuir al fomento de buenos ciudadanos, al servicio de la virtud cívica. En definitiva, como sostiene Q. Skinner, para los republicanos el ideal del bien común debe ser puesto por encima de cualquier otra consideración relacionada con la obtención de beneficios individuales; una ciudadanía activa que evite que la comunidad quede a merced de la ambición de gobernantes o voracidad de grupos facciosos, “para el mantenimiento de un gobierno libre, es indispensable que todo el cuerpo político de los ciudadanos esté imbuido de un sentido de la virtud pública tan poderoso que no pueda ser sobornado ni obligado a que las fuerzas externas o las ambiciones facciosas socaven el bien común”. De esta forma, la separación del republicanismo respecto a los principios sostenidos por el liberalismo parece definitiva. No olvidemos que en el liberalismo, la función de los gobernantes es la de garantizar y proteger los derechos individuales frente a cualquier interferencia, incluido del propio Estado, de manera que sus intereses y fines particulares no puedan ser limitados por el grupo al que pertenecen.

lunes, 18 de julio de 2011

El disenso ético expresado en el movimiento 15-M: una apertura posilustrada desde los márgenes de la Modernidad.




Incubado desde los inicios de la Modernidad, hemos sido herederos de una determinada filosofía de la historia, presente en la Ilustración, según la cual la historia caminaría en un constante progreso hacia mayores cotas de racionalidad en todos los órdenes y un avance continuo hacia lo nuevo, hacia un futuro mejor. La realización de la libertad y el moderno Estado de derecho se encontrarían al final de un tortuoso y largo camino dirigido astutamente por la razón, según el planteamiento hegeliano o, en otras versiones, por fuerzas que también inevitablemente abocarían a la emancipación del ser humano (Engels, Marx). Esta fe en el progreso, en la perfectibilidad del ser humano y en la capacidad liberadora de la razón, sin embargo, no ha dejado de ser cuestionada a lo largo del siglo XX a la vista de los terribles acontecimientos vividos. Finalmente ha sido aceptado el agotamiento de las fuerzas renovadoras que se habían vislumbrado en el programa de la Modernidad.

En efecto, si podemos señalar en moral dos momentos significativos de su nivel más bajo y más elevado, en el primero situaríamos aquel en que un ser humano es capaz de quitarle la vida a otro; así como en el segundo, sin pudor, señalaríamos cuando alguien es asimismo capaz de entregar su propia vida por salvar otra. Si estos momentos señalan el mínimo y el máximo, podemos decir que en la historia y en nuestro tiempo, se han dado acontecimientos representativos de ambos, con más peso del segundo que del primero, lo que nos obligaría a cuestionar ese llamado progreso moral tan optimistamente alardeado y presente en la filosofía de la historia. Y si no hay progreso moral, tampoco, en consecuencia, lo hay político.

lunes, 27 de junio de 2011

El movimiento 15 M: una crítica al sistema, una reivindicación de la democracia.




El movimiento 15 M : una crítica al sistema, una reivindicación de la democracia.
Desde la Ilustración, más allá de la Ilustración.
El movimiento de los indignados ha situado en primer plano un clásico problema que los pensadores ilustrados esbozaron ya durante el siglo XVIII. En efecto, el ideal de plena racionalización del conocimiento, la sociedad y el ser humano, el reconocimiento de su dignidad con el objetivo de avanzar hacia una humanidad en libertad, en un orden social justo, constituyó el eje central que inspiró buena parte de la producción filosófica del movimiento ilustrado.



Uno de los filósofos ilustrados de mayor influencia, I. Kant, había planteado la necesidad de que el ser humano saliera de la “minoría de edad”, de la heteronomía y falta de verdadera libertad superando las constricciones, civil (Estado) y de la conciencia (por la religión o las normas sociales); es decir, aquellas situaciones de dependencia y sumisión que le impedían el ejercicio real de la autonomía. Con su célebre frase “Saupere aude” (atrévete a pensar por ti mismo), Kant proponía para lograr la Ilustración la más mínima de todas las libertades, la de hacer uso de la propia razón. Una razón que sometiera a crítica todos los aspectos de la realidad y a sí misma, una exigencia de clarificación de lo que el ser humano es, sobre sus últimos fines e intereses. No en vano, las célebres preguntas kantianas “¿qué puedo conocer?”, “¿qué debo hacer?”, “¿qué me cabe esperar?”, se engloban en aquella otra “¿qué es el ser humano?”. En definitiva, una clarificación racional al servicio de una humanidad más libre, más justa, mejor encaminada a la realización de los últimos fines.


Respondiendo a la segunda pregunta, “¿qué debo hacer?”, pregunta cuya respuesta compete a la ética y en la que se propone el marco normativo que orienta el comportamiento humano, Kant aceptará como moralmente valiosas aquellas acciones realizadas por deber; acciones realizadas por respeto y sometimientos a la ley. Esta ley, la ley moral, se expresa mediante el conocido imperativo categórico. Kant presenta diferentes formulaciones del mismo. Pero el transfondo del imperativo no deja de ser el mismo. Hágase lo que se haga, sea esta u otra norma la que nos prescriba, tiene que ser algo que queramos que sea válido para cualquier ser humano al mismo tiempo. Y si queremos que sea válido para todo ser humano, ningún ser humano puede, en consecuencia, ser utilizado como un instrumento para que pueda conseguirse otro fin, como nadie quisiéramos serlo en manos de otras personas. En unaa de las formulaciones, Kant lo explicita aún más si cabe: “Obra de tal modo que uses la humanidad tanto en tu persona, como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin y nunca meramente como un medio”. El ser humano, en tanto que racional, es un fin en sí mismo y no tiene precio; y lo que no tiene precio está dotado de dignidad. En efecto, las cosas tienen precio y pueden utilizarse para muy diversos fines, sean usos, intercambios o para el consumo. Pero el ser humano, al no tener precio, no puede utilizarse como medio o instrumento, como las demás mercancías, sino que está dotado de dignidad.